miércoles, diciembre 16, 2015

La profecía que se refiere a Cristo



 En cambio, en los otros tres -que consta son de Salomón y que tienen por canónicos también los judíos-, se hace preciso un debate laborioso para demostrar que pertenecen a Cristo y a la Iglesia las cosas que sobre esto se dicen allí; y esto nos haría extendernos más de lo conveniente si nos entretenemos en ello. Sin embargo, lo que dicen los impíos, que nos trae el libro de los Proverbios, no es tan oscuro que no se entienda fácilmente, sin una trabajosa exposición de Cristo y de la Iglesia, que es posesión suya; dice así: Escondamos injustamente en la tierra al varón justo; nos lo tragaremos vivo, como el abismo. Borremos su memoria de la tierra; obtendremos magníficas riquezas (Pr 1,11-13). Algo semejante nos muestra el mismo Señor Jesús en la parábola evangélica que dijeron los malos colonos: Éste es el heredero: venga, lo matamos y nos quedamos con su herencia (Mt 21,38).

También en el mismo libro, aquel pasaje que hemos resumido antes al tratar de la estéril que dio a luz a siete, fue entendido, tan pronto como se pronunció, de Cristo y de la Iglesia por los que conocen a Cristo como Sabiduría de Dios: La sabiduría se ha edificado una casa, ha labrado siete columnas, ha preparado un banquete, mezclado el vino y puesta la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien en los puntos que dominan la ciudad: Los inexpertos, que vengan aquí; quiero hablar a los faltos de juicio: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado (Pr 9,1-5). Reconocemos aquí ciertamente a la Sabiduría de Dios, esto es, el Verbo coeterno con el Padre, que se preparó un cuerpo humano en el seno virginal, y que unió a éste a su Iglesia como los miembros a su cabeza, que preparó la mesa con el vino y el pan, donde aparece también el sacerdocio según el rito de Melquisedec, y que convocó a los ignorantes y pobres de espíritu. Ya dijo el Apóstol que eligió a los débiles de este mundo para convertir a los fuertes (1Co 1,27).

No obstante, a estos débiles les dice lo que sigue: Dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia(Pr 9,6). Hacerse partícipes de esta mesa es comenzar a tener vida. Pues en lo que dice en otro libro, el del Eclesiastés: El único bien del hombre es comer y beber (Qo 8,15), ¿se puede creer -dijo- algo más digno de crédito que lo que pertenece a la participación de esta mesa, que el mismo Mediador del Nuevo Testamento nos presenta, según el rito de Melquisedec, abastecida de su cuerpo y de su sangre? Porque este sacrificio sucedió a todos aquellos sacrificios del Antiguo Testamento, que se inmolaban como sombra del futuro. Por lo cual reconocemos también en el salmo 39 la voz del mismo Mediador que habla por boca del profeta: Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has dado un cuerpo perfecto (Sal 39,7). En efecto, en lugar de todos aquellos sacrificios y ofrendas, se ofrece su cuerpo y se administra a los que comulgan.

Este Eclesiastés, en su teoría del comer y beber, que repite frecuentemente y recomienda mucho, muestra bien claramente que no se refiere al placer de los banquetes carnales, según aquello: Más vale visitar la casa en duelo que la casa en fiestas; y aún poco después: El sabio piensa en la casa en duelo, el necio piensa en la casa en fiesta (Qo 7,3-5).

Pero en este libro tengo por más digno de mención lo que se refiere a las dos ciudades, la del diablo y la de Cristo, y a los reyes de las mismas, el diablo y Cristo: ¡Ay del país donde reina un muchacho y sus príncipes madrugan para sus comilonas! Dichoso el país donde reina un noble y los príncipes comen a su tiempo en fortaleza y no en confusión (Ibid. 10,16-17). Llama muchacho al diablo por su necedad, soberbia, temeridad, petulancia y demás vicios que suelen abundar en esa edad; en cambio, a Cristo lo llama hijo de nobles, es decir, de los santos: patriarcas, que pertenecen a la ciudad libre, de los cuales fue engendrado según la carne.

Los príncipes de aquella ciudad comen muy de mañana, es decir, antes de la hora conveniente, porque no esperan la verdadera felicidad oportuna, que está en el siglo futuro, y desean regodearse a toda prisa con los placeres de este mundo; en cambio, los príncipes de la ciudad de Cristo esperan pacientemente el tiempo de la felicidad no engañosa. Por eso dice en fortaleza y no en confusión; porque no les falla la esperanza de que dice el Apóstol: La esperanza no defrauda (Rm 5,5). Y también el salmo: Pues los que esperan en ti no quedan defraudados (Sal 24,3).

Por lo que se refiere al Cantar de los Cantares, es una especie de placer de almas santas en las bodas de aquel rey y aquella  reina de la ciudad, es decir, Cristo y la Iglesia. Pero este placer está envuelto en velos alegóricos con el fin de que sea deseado con más ardor y manifestado con mayor satisfacción, y aparezca el esposo, a quien se dice en el mismo cántico: Los justos te aman (Ct 1,3); y la esposa que oye: La caridad en tus delicias (Ibid. 7,6).
 C de D XVII, 20, 2

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