viernes, diciembre 04, 2015

Humildad y fe

 Escucha, pues, al Señor que confiesa: Te «confieso», Padre, Señor de cielo y tierra (Lc 10,21; Cf Mt 11,25). ¿Qué? ¿En qué te alabo? Pues, como he dicho, este confesar contiene una alabanza: Porque has escondido estas cosas a los sabios e inteligentes y las has revelado a los pequeños (Lc 10,21; Cf Mt 11,25). ¿Qué significa esto, hermanos? Entendedlo a partir de los contrarios. Las has escondido —dice— a los sabios e inteligentes; pero no dijo: «y las has revelado a los necios e ignorantes», sino: Las has escondido a los sabios e inteligentes y las has revelado a los pequeños. A los sabios e inteligentes, orgullosos dignos de mofa, falsamente grandes pero verdaderamente hinchados, les opuso no a los sabios, no a los inteligentes, sino a lo pequeños. ¿Quiénes son pequeños? Los humildes. Por tanto, las has escondido a los sabios e inteligentes. Al decir: Las has revelado a los pequeños, él mismo indicó que, bajo el nombre de sabios e inteligentes, había que entender a los orgullosos. Luego «las has escondido a los que no—pequeños». ¿Qué significa «no—pequeños»? No—humildes. ¿Y qué significa no—humildes sino orgullosos? ¡Oh camino del Señor! El motivo de la exultación del Señor o no existía, o estaba oculto para revelársenos a nosotros. Puesto que se ha revelado a los pequeños, debemos ser pequeños, pues, si pretendemos ser grandes cual sabios e inteligentes, no se nos revela. ¿Quiénes son grandes? Los sabios e inteligentes. Diciendo que son sabios, se hicieron necios (Rm 1,22). Pero tienes el remedio en lo contrario. Si diciendo que eres sabio te has hecho necio, di que eres necio y serás sabio. Pero dilo; dilo y dilo en tu interior, porque es así como lo dices. Si lo dices, no lo digas ante los hombres y renuncies a decirlo ante Dios. En lo que se refiere a ti mismo y a tus cosas, eres ciertamente tenebroso. Pues ¿qué otra cosa significa ser necio sino tener tinieblas en el corazón? Además, refiriéndose a ellos afirma: Diciendo que son sabios, se hicieron necios. ¿Qué había dicho antes de decir esto? Se entenebreció su insensato corazón (Rm 1,21). Di que tú no eres luz para ti mismo. Como mucho, eres ojo, no luz. ¿Qué aprovecha un ojo abierto y sano si no hay luz? Di, pues, que no eres luz para ti mismo y proclama lo que está escrito: Tú iluminarás mi lámpara, Señor; con tu luz, Señor, iluminarás mis tinieblas (Sal 17,29). Mío no es nada sino mis tinieblas; tú, en cambio, eres la luz que, al iluminarme, disipa mis tinieblas. La luz que existe para mí no viene de mí, sino que es luz de la que no participo sino en ti y de ti.

De igual manera, también Juan, amigo del esposo, era tenido por Cristo, era tenido por luz. No era él la luz, sino que vino para dar testimonio de la luz (Jn 1,8). Existía, sin embargo, la luz verdadera. ¿Cuál es la luz verdadera? La que ilumina a todo hombre (Jn 1,9). Si la luz que ilumina a todo hombre es la verdadera, por lógica ilumina también a Juan, que rectamente lo proclama y rectamente lo confiesa. Nosotros hemos recibido de su plenitud (Jn 1,16): mira si dijo algo distinto de esto: Tú iluminarás mi lámpara, Señor (Sal 17,29). Luego, una vez iluminado, daba testimonio; en atención a los ciegos, la lámpara daba testimonio del día. Ve que es lámpara: Vosotros —dice— mandasteis una embajada a Juan (Jn 5,33), y quisisteis gloriaros un momento en su luz: él era una lámpara que arde y alumbra (Jn 5,35). Él era «una lámpara», esto es, una realidad iluminada, encendida para alumbrar. Pero la que puede encenderse, puede asimismo apagarse; mas, para que no se apague, que no le dé el viento del orgullo. Por eso Te «confieso», Señor, Padre, del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios e inteligentes (Lc 10,21; Cf Mt 11,25), a los que se creían luz, pero eran tinieblas y, por el hecho mismo de que, siendo tinieblas, se creían luz, ni siquiera pudieron ser iluminados. En cambio, los que eran tinieblas, pero confesaban serlo, eran pequeños, no grandes; eran humildes, no orgullosos. Decían, pues, con razón: Tú iluminarás mi lámpara, Señor (Sal 17,29). Se conocían, alababan al Señor, no se apartaban del camino salvador. Invocaban al Señor alabándolo y quedaban a salvo de sus enemigos (Cf Sal 17,4).
Vueltos hacia el Señor...
Sermón 67,8-10

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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