miércoles, diciembre 09, 2015

En el principio



Estoy pensando en las palabras del Apóstol que acabamos de escuchar, que el hombre animal no comprende lo que es del Espíritu de Dios (1Co 2,14); y al darme cuenta de que en el presente auditorio de Vuestra Caridad inevitablemente habrá muchos que están a este nivel, y que sólo gustan las cosas en sentido carnal, sin poderse levantar todavía hasta su sentido espiritual, me entran fuertes dudas de qué palabras usar, con la ayuda de Dios, y cómo explicaros lo que se ha leído del evangelio: En el principio existía la Palabra, y la Palabra existía en Dios, y la Palabra era Dios (Jn 1,1).

El hombre animal no comprende esto. ¿Qué hacer entonces, hermanos? ¿Nos callaremos? ¿Y para qué leerlo si luego viene el silencio? ¿Para qué oírlo si nadie lo explica? Y también, ¿para qué explicarlo si no hay quien lo entienda? Pero tengo una convicción: que algunos de los que estáis aquí entenderéis la explicación; es más, lo entendéis antes de explicarlo. Por eso no voy a defraudar a los que son capaces de entender, aun a riesgo de perder el tiempo con los demás. En último extremo contamos con la ayuda amorosa de Dios. Quizá así quedemos todos satisfechos, entendiendo cada uno hasta donde lleguen sus posibilidades, y el orador exponiendo hasta donde él puede. Porque ¿quién podrá hablar de estos misterios como ellos son? Me atrevo a decir más, hermanos míos: quizá ni el mismo Juan habló de estas realidades como son en sí, sino como le fue posible. Él es un hombre que habla de Dios. Inspirado por Dios, es verdad, pero sólo un hombre. Por estar inspirado pudo decir algo. Sin la inspiración no habría podido decir nada. Pero al ser un hombre inspirado, expresó no toda la realidad, sino aquella que es capaz de decir el hombre.

Era este Juan, queridos hermanos, era uno de aquellos montes de los que está escrito: Los montes reciban paz para tu pueblo, y los collados justicia (Sal 71,3). Montes son las almas grandes; collados, las pequeñas. Y reciben la paz los montes, para que puedan recibir la justicia los collados. ¿Qué justicia es ésta? La fe: El justo vive de fe (Rm 1,17; Ha 2,4). No podrían conseguir la fe estas almas más pequeñas, si las otras mayores, llamadas aquí montañas no fuesen iluminadas por la misma Sabiduría para con esta luz poder transmitir a las pequeñas lo que éstas sean capaces de entender. No podrán los collados vivir de la fe si los montes no reciben la paz. Desde estos montes se dijo a la Iglesia: Paz con vosotros. Fueron estos mismos montes los que, en su mensaje de paz a la Iglesia, no se separaron de aquel que es la fuente de su paz (Jn 20,19). Así se convirtieron en mensajeros de paz verdaderos, no fingidos.

Ev. Jn. Trat. I, 1-2

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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