Cuarto Domingo de Adviento - Lectio Divina- Meditación
Un
acto de fe: “derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que por el anuncio del
ángel hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su
pasión y su cruz a la gloria de la Resurrección” (Oración
colecta). De alguna manera es como si nos urgiera
a acercarnos al misterio de Jesús, el Cristo, el único que puede regenerar
nuestra pequeña fe, débil y vacilante, para hacernos renacer a la verdadera
identidad de discípulos y seguidores de Cristo.
La
Palabra de Dios encauza el horizonte más maravilloso de la historia: la que se
oyó en su momento: “aquí está la esclava del Señor”; “se puso en camino y fue
aprisa a la montaña”; “de su seno saldrá el jefe de Israel”. Cristo, al entrar
en el mundo, dirá: “aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Todo va
unido, se configura la salvación y la humanidad celebra hoy lo que ha sucedido:
“María está encinta y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Dios con
nosotros”. ¡Todo lógico, real y humano-divino!
Por
eso mismo, se impone un interrogante: ¿creemos en el misterio de la
Anunciación- Encarnación? A primera vista parece que el plan de Dios se
realiza, María da el “sí”; el Hijo de Dios “habita en nosotros”; realiza su
misión: “da su vida en rescate por todos”. En Jesús se cumplen las promesas, en
Él se realiza la más preciosa esperanza de Israel, el anhelo más íntimo y
recóndito de los hombres, la salvación de la humanidad. Y nosotros, como parte
de la Iglesia, debemos ser caja de resonancia del mensaje divino que nos
anuncia la más alegre esperanza: la llegada del Mesías, que viene a nosotros
para culminar nuestra redención. Está cerca la celebración del misterio de la
Navidad y esa expectativa requiere por nuestra parte una confesión de fe: “oh
Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (salmo
79). Es algo maravilloso lo que va a ocurrir, es la salvación
que se nos propicia y exige de nosotros acercarnos a Dios que nos da vida y,
conscientes de ello, invocaremos su nombre. Vendrá el Señor, llegará a
nosotros, nos inundará con su presencia y nos llenará de paz.
El
ejemplo es María de Nazaret, que concurre con Jesús a la casa de su prima: es
la plena conciencia de ser templo de Dios vivo y que se acerca a la humanidad
por el camino del silencio, con la conciencia del misterio que lleva consigo y
con la certeza de que es Dios y no Ella la que prevalece en el encuentro del
Mesías con el Bautista. Juan se alegra en el vientre de su madre, su gozo ha
condensado la alegría del auténtico Israel que exulta en la venida de su
Mesías. Es semejante la relación que se establece entre ambas madres: Isabel,
que continúa anclada en el antiguo testamento, glorifica a su pariente María
que, por medio de la fe, se ha convertido en el comienzo de la nueva humanidad
de los redimidos.
El
parentesco de María e Isabel es el reflejo de la unión de dos caminos: Isabel
exalta la grandeza de María, Juan prepara la venida de Jesús. Todos realizan la
misma obra de Dios y han comenzado a encontrarse en el camino de sus vidas. Y
la vale la pena creer, descubrir y meditar el misterio: María pertenece al
plano de la fe que Dios hace fecunda. Jesús es la presencia definitiva de Dios
entre los hombres; por eso, siendo humanos, inauguran la verdad del reino.
Ese
reino es para nosotros: “decid a los cobardes de corazón: . Mirad a nuestro Dios que va a venir a proteger” (Isaías 35, 4). El evangelista
advierte, en relación a Isabel, que para decir “bendita tú entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre”, antes fue llena del Espíritu Santo. La
respuesta de María no hace otra cosa que entrever la grandeza a la que el Señor
la ha elevado y manifiesta con la fe más profunda todo lo que ha hecho en ella
el Omnipotente. Desde ese momento la llamarán bienaventurada todas las
generaciones. María ha contemplado la bondad de Dios y la manifiesta con gozo
sublime.
Para
nosotros queda la admiración, la contemplación y la acción de gracias. Y es que
no cabe otra cosa que obrar con fe: “Señor que este pueblo que acaba de recibir
la prenda de tu salvación, se prepare con tanto mayor fervor a celebrar el
misterio del nacimiento de tu Hijo cuanto más acerca la Navidad (Oración
después de la Comunión). Estamos invitados especialmente
hoy a escuchar desde el corazón: Dios mira desde el cielo, se fija, viene a
visitar su viña… Arranca así toda una página repleta de novedad ya que aparece
una imagen inconcebible a nuestros ojos: “la madre da a luz” (Miqueas
5 , 2), “Cristo entra en el mundo” (Hebreos
19, 5), “bendita tú entre las mujeres” (Lucas
1, 41). Es lógico entonces que nosotros sintamos la alegría
profunda del Dios que nos restaura, hace brillar su rostro y nos salva ¿Podemos
soñar también que nuestras personas tienen como Belén un “origen desde lo antiguo,
desde un tiempo inmemorial”? Esa es la realidad, nuestro propio misterio, la
vocación cristiana, el horizonte de nuestra vida, la esperanza sin límites, un
poder habitar “tranquilos...”.
Este
domingo antes de Navidad es expectativa ante el misterio y nos da margen
suficiente para que los cristianos, en el silencio y en la oración, deletreemos
y llevemos a nuestro corazón la actitud de María Nazaret y así descubramos los
caminos de Dios y la fuente de felicidad que puede llenar nuestras vidas. Mientras
tanto, gocemos con el salmo: “que tu mano, Señor, proteja a tu(s) escogido(s),
al hombre que tu fortaleciste, no nos alejaremos de ti; danos fuerza para que
invoquemos tu nombre” (salmo 79´).
LECTIO
DIVINA
Lecturas
Miqueas
5, 1- 4ª
El
oráculo es tan famoso como complicado. ¿Qué relación hay entre la mujer que da
a luz y el anuncio de un Mesías? Los vv. 1-3 están dirigidos a Belén Efrata. La
localidad es más que conocida. En 1 Samuel 17, 12 David es calificado de “hijo
de un efrateo de Belén de Judá. Efrata es el nombre del grupo, del clan; Belén,
la localidad y la región en la que están asentados. El v. 1 contiene la promesa
de la llegada de un jefe que gobernará Israel, oriundo de Belén Efrata. No
puede tratarse más que de un descendiente de la dinastía de David.
El
v. 2 vuelve a la imagen de la mujer embarazada que ya se encontró en 4, 9-10. Subrayando en este caso la
dimensión de espera, apuntando igualmente al tiempo en el que se encontrarán y
reunirán los distintos “restos” de Israel.
El
v. 3 no hace sino desarrollar el perfil de dicho personaje, evidenciando que la
fuerza y el poder del que dispondrá tienen su origen “en el poder y en la
majestad del nombre del Señor su Dios”. Y las cosas tienen que quedar claras. Así
podrá hacer frente a la situación, mantenerse en pie, y pastorear, es decir,
gobernar. No hay que olvidar que la imagen del pastor es una de las más
frecuentes y socorridas para designar el gobierno y que en todo Oriente era
ampliamente utilizada.
El
v. 4 comienza con una frase que solo puede referirse al Mesías: crear,
promover, restaurar la paz es una de las principales funciones del rey, sin
olvidar que “Shalom” (paz) es una realidad que va más allá de la ausencia de la
guerra y otros conflictos. Es prosperidad, bienestar, felicidad y concordia. Y
frente a la amenaza posible del temido enemigo aparecen dos alternativas: “él
nos librará de Asur” y “ellos apacentarán el país de Asur”.
Hebreos
10, 5-10
Nuestra
lectura de hoy comienza con estas palabras: “Cuando Cristo entró en el mundo…”.
El autor hace referencia a la encarnación del Hijo sin determinar el momento
preciso en que éste pronunció estas palabras. Lo que se subraya es que el mundo
es el lugar del sacrificio de Cristo. Por otra parte, con el texto citado: “Tú
me has formado un cuerpo”, el autor pone de relieve el cumplimiento de la
condición necesaria para que Cristo realice su sacrificio en este mundo.
En
Hebreos Cristo aparece manifestando el desagrado del Padre con los sacrificios
de los animales. Por otro lado, toma las palabras del salmo sobre la obediencia
que Cristo hace suyas e indica que ellas significan el reemplazo definitivo de
los sacrificios de los animales. En todo esto hay un cambio en el concepto de
sacrificio; se puntualiza que el factor que da valor a la muerte sacrificial de
Cristo es su absoluta obediencia a la voluntad del Padre; es decir, la
identificación de Cristo con la voluntad del Padre de salvar a la humanidad.
Lucas
1, 39-45
Esta
bella narración sirve de marco al Magnificat. El texto tiene una introducción
narrativa (39-41), una especie de diálogo que enmarca el Magnificat (42- 55) y
una conclusión narrativa (v. 56). En el Magnificat pueden distinguirse tres
partes: una expresión de gratitud por parte de María, llena de agradecimiento
por las grandes maravillas que Dios ha realizado en ella. Luego, María reconoce
la acción providencial de Dios en el mundo y alaba el plan divino de salvación
sobre el pueblo de Israel. Y como tercer punto, María hace notar aquí cómo en
los acontecimientos del Mesías y de Juan el Bautista, que se están cumpliendo
los anuncios proféticos.
Meditación
¡Cuánto
necesitamos aprender de la pedagogía de Dios! Sin ruidos ni sustos, solamente
en una expresión total de amor, llega a nosotros, se sitúa en un marco de
silencio y nos expresa así la grandeza de su misterio. Un ejemplo: Dios se fija
en las personas humildes. Para ello, Él ha hecho realidad su presencia: sin
ruidos ni distanciamientos queda a nuestro lado, siempre pendiente de nosotros
y sin exigirnos prisas; sólo… ¡confianza y escucha!
En
un mundo tan complicado por la competencia en todos los sentidos, se nos ofrece
hoy el plan de Dios en la escena viva de dos mujeres; las dos, judías y
encinta: dos mujeres con dos promesas en su seno, dos mujeres que son
retratadas como inspiradas por Dios y destinatarias de una revelación suya, que
comprenden aquello que Él está dando a conocer: que Juan Bautista, que será el
Precursor y que iniciará la renovación religiosa en el judaísmo y que es parte
de la historia de la salvación. Por otro lado, Jesús que se unirá en un primer
momento a él y después tomará su propio camino, y en quien se cumplirán todas
las promesas. En un sentido cristiano la fe y la expectativa son la luz
constante con la cual expresa el Señor su amor. La vida de la humanidad jamás
discurre a lo loco desde el momento que se manifieste el deseo de una felicidad
total para el hombre. Tal vez, el hombre, nosotros, ha hecho una planificación
de la vida únicamente desde su idea unilateral y sesgada. Dios hará posible que
el hombre viva tranquilo, que sea santificado “por la oblación del cuerpo de
Jesucristo” y que siempre tenga delante el misterio tan singular como es el
nacimiento del Hijo de María la Virgen, “por obra del Espíritu Santo”.
Oración
¡Qué
alegría saber que vienes Me ha dado un vuelco el corazón!
¡Qué alegría cuando he sabido que la
madre de Jesús, mi Señor,
se ha puesto en camino y viene a
visitar mi vida y la de todos hijos!
Y me he dicho: dejaré la casa como está
ahora mismo,
un poco desordenada y sucia, un poco
triste y un poco sola,
de estar tantos años cerrada ¡Nada de
mentiras y disimulos!
Le esperaré con la puerta abierta, de
par en par,
y le diré cuando llegue: ¡qué alegría,
Madre!
¡Cómo es posible que la madre de Jesús,
mi Señor, venga a mi casa!
Y ya no podré articular más palabras,
Solo habrá alegría, mucha alegría, y
lágrimas.
Contemplación
Las palabras de Isabel, madre de Juan, son
sin duda éstas: . El evangelista advierte que para decir esto fue llena del
Espíritu Santo. Sin duda por su revelación conoció lo que significaba la
exultación del niño, esto es: que había venido la madre de aquel cuyo precursor
y heraldo debía de ser. Pudo, pues, darse esa significación de un prodigio tan
nuevo para que lo conocieran los mayores, pero sin que lo conociera el niño.
Cuando el evangelio lo narra, no dice
“creyó” sino . Tampoco dijo Isabel:
exultó en la fe el niño en mis entrañas sino . Tal
exultación la vemos no solo en los niños, sino también en los animales, aunque no
proviene de la fe, de la fe o de cualquier otro acontecimiento racional. Esta
exultación fue inusitada y nueva, porque se realizó en las entrañas y a la
llegada de aquella que había de dar a luz al Salvador de los hombres. Por eso,
fue milagrosa y digna de ser contada entre los grandes milagros. Por lo tanto,
esa exultación, o diríamos resalutación ofrecida a la madre del Señor, como
suele acaecer en los milagros, fue obra divina en el niño, no obra humana del
niño (san Agustín en Carta 187, 7, 23-25).
Acción. Repetir
como oración el saludo de Isabel.
P. Imanol Larrínaga, oar
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