lunes, diciembre 21, 2015

Cuarto Domingo de Adviento - Lectio Divina- Meditación



         Un acto de fe: “derrama, Señor, tu gracia sobre nosotros, que por el anuncio del ángel hemos conocido la encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria de la Resurrección” (Oración colecta). De alguna manera es como si nos urgiera a acercarnos al misterio de Jesús, el Cristo, el único que puede regenerar nuestra pequeña fe, débil y vacilante, para hacernos renacer a la verdadera identidad de discípulos y seguidores de Cristo.
         La Palabra de Dios encauza el horizonte más maravilloso de la historia: la que se oyó en su momento: “aquí está la esclava del Señor”; “se puso en camino y fue aprisa a la montaña”; “de su seno saldrá el jefe de Israel”. Cristo, al entrar en el mundo, dirá: “aquí estoy, oh Dios, para hacer tu voluntad”. Todo va unido, se configura la salvación y la humanidad celebra hoy lo que ha sucedido: “María está encinta y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Dios con nosotros”. ¡Todo lógico, real y humano-divino!
         Por eso mismo, se impone un interrogante: ¿creemos en el misterio de la Anunciación- Encarnación? A primera vista parece que el plan de Dios se realiza, María da el “sí”; el Hijo de Dios “habita en nosotros”; realiza su misión: “da su vida en rescate por todos”. En Jesús se cumplen las promesas, en Él se realiza la más preciosa esperanza de Israel, el anhelo más íntimo y recóndito de los hombres, la salvación de la humanidad. Y nosotros, como parte de la Iglesia, debemos ser caja de resonancia del mensaje divino que nos anuncia la más alegre esperanza: la llegada del Mesías, que viene a nosotros para culminar nuestra redención. Está cerca la celebración del misterio de la Navidad y esa expectativa requiere por nuestra parte una confesión de fe: “oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve” (salmo 79). Es algo maravilloso lo que va a ocurrir, es la salvación que se nos propicia y exige de nosotros acercarnos a Dios que nos da vida y, conscientes de ello, invocaremos su nombre. Vendrá el Señor, llegará a nosotros, nos inundará con su presencia y nos llenará de paz.
         El ejemplo es María de Nazaret, que concurre con Jesús a la casa de su prima: es la plena conciencia de ser templo de Dios vivo y que se acerca a la humanidad por el camino del silencio, con la conciencia del misterio que lleva consigo y con la certeza de que es Dios y no Ella la que prevalece en el encuentro del Mesías con el Bautista. Juan se alegra en el vientre de su madre, su gozo ha condensado la alegría del auténtico Israel que exulta en la venida de su Mesías. Es semejante la relación que se establece entre ambas madres: Isabel, que continúa anclada en el antiguo testamento, glorifica a su pariente María que, por medio de la fe, se ha convertido en el comienzo de la nueva humanidad de los redimidos.
         El parentesco de María e Isabel es el reflejo de la unión de dos caminos: Isabel exalta la grandeza de María, Juan prepara la venida de Jesús. Todos realizan la misma obra de Dios y han comenzado a encontrarse en el camino de sus vidas. Y la vale la pena creer, descubrir y meditar el misterio: María pertenece al plano de la fe que Dios hace fecunda. Jesús es la presencia definitiva de Dios entre los hombres; por eso, siendo humanos, inauguran la verdad del reino.
         Ese reino es para nosotros: “decid a los cobardes de corazón: . Mirad a nuestro Dios que va a venir a proteger” (Isaías 35, 4). El evangelista advierte, en relación a Isabel, que para decir “bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”, antes fue llena del Espíritu Santo. La respuesta de María no hace otra cosa que entrever la grandeza a la que el Señor la ha elevado y manifiesta con la fe más profunda todo lo que ha hecho en ella el Omnipotente. Desde ese momento la llamarán bienaventurada todas las generaciones. María ha contemplado la bondad de Dios y la manifiesta con gozo sublime. 
         Para nosotros queda la admiración, la contemplación y la acción de gracias. Y es que no cabe otra cosa que obrar con fe: “Señor que este pueblo que acaba de recibir la prenda de tu salvación, se prepare con tanto mayor fervor a celebrar el misterio del nacimiento de tu Hijo cuanto más acerca la Navidad (Oración después de la Comunión). Estamos invitados especialmente hoy a escuchar desde el corazón: Dios mira desde el cielo, se fija, viene a visitar su viña… Arranca así toda una página repleta de novedad ya que aparece una imagen inconcebible a nuestros ojos: “la madre da a luz” (Miqueas 5 , 2), “Cristo entra en el mundo” (Hebreos 19, 5), “bendita tú entre las mujeres” (Lucas 1, 41). Es lógico entonces que nosotros sintamos la alegría profunda del Dios que nos restaura, hace brillar su rostro y nos salva ¿Podemos soñar también que nuestras personas tienen como Belén un “origen desde lo antiguo, desde un tiempo inmemorial”? Esa es la realidad, nuestro propio misterio, la vocación cristiana, el horizonte de nuestra vida, la esperanza sin límites, un poder habitar “tranquilos...”.
         Este domingo antes de Navidad es expectativa ante el misterio y nos da margen suficiente para que los cristianos, en el silencio y en la oración, deletreemos y llevemos a nuestro corazón la actitud de María Nazaret y así descubramos los caminos de Dios y la fuente de felicidad que puede llenar nuestras vidas. Mientras tanto, gocemos con el salmo: “que tu mano, Señor, proteja a tu(s) escogido(s), al hombre que tu fortaleciste, no nos alejaremos de ti; danos fuerza para que invoquemos tu nombre” (salmo 79´). 

LECTIO DIVINA
Lecturas
Miqueas 5, 1- 4ª
         El oráculo es tan famoso como complicado. ¿Qué relación hay entre la mujer que da a luz y el anuncio de un Mesías? Los vv. 1-3 están dirigidos a Belén Efrata. La localidad es más que conocida. En 1 Samuel 17, 12 David es calificado de “hijo de un efrateo de Belén de Judá. Efrata es el nombre del grupo, del clan; Belén, la localidad y la región en la que están asentados. El v. 1 contiene la promesa de la llegada de un jefe que gobernará Israel, oriundo de Belén Efrata. No puede tratarse más que de un descendiente de la dinastía de David. 
         El v. 2 vuelve a la imagen de la mujer embarazada que ya se encontró en   4, 9-10. Subrayando en este caso la dimensión de espera, apuntando igualmente al tiempo en el que se encontrarán y reunirán los distintos “restos” de Israel.
         El v. 3 no hace sino desarrollar el perfil de dicho personaje, evidenciando que la fuerza y el poder del que dispondrá tienen su origen “en el poder y en la majestad del nombre del Señor su Dios”. Y las cosas tienen que quedar claras. Así podrá hacer frente a la situación, mantenerse en pie, y pastorear, es decir, gobernar. No hay que olvidar que la imagen del pastor es una de las más frecuentes y socorridas para designar el gobierno y que en todo Oriente era ampliamente utilizada.
         El v. 4 comienza con una frase que solo puede referirse al Mesías: crear, promover, restaurar la paz es una de las principales funciones del rey, sin olvidar que “Shalom” (paz) es una realidad que va más allá de la ausencia de la guerra y otros conflictos. Es prosperidad, bienestar, felicidad y concordia. Y frente a la amenaza posible del temido enemigo aparecen dos alternativas: “él nos librará de Asur” y “ellos apacentarán el país de Asur”.
Hebreos 10, 5-10
         Nuestra lectura de hoy comienza con estas palabras: “Cuando Cristo entró en el mundo…”. El autor hace referencia a la encarnación del Hijo sin determinar el momento preciso en que éste pronunció estas palabras. Lo que se subraya es que el mundo es el lugar del sacrificio de Cristo. Por otra parte, con el texto citado: “Tú me has formado un cuerpo”, el autor pone de relieve el cumplimiento de la condición necesaria para que Cristo realice su sacrificio en este mundo. 
         En Hebreos Cristo aparece manifestando el desagrado del Padre con los sacrificios de los animales. Por otro lado, toma las palabras del salmo sobre la obediencia que Cristo hace suyas e indica que ellas significan el reemplazo definitivo de los sacrificios de los animales. En todo esto hay un cambio en el concepto de sacrificio; se puntualiza que el factor que da valor a la muerte sacrificial de Cristo es su absoluta obediencia a la voluntad del Padre; es decir, la identificación de Cristo con la voluntad del Padre de salvar a la humanidad.
Lucas 1, 39-45
         Esta bella narración sirve de marco al Magnificat. El texto tiene una introducción narrativa (39-41), una especie de diálogo que enmarca el Magnificat (42- 55) y una conclusión narrativa (v. 56). En el Magnificat pueden distinguirse tres partes: una expresión de gratitud por parte de María, llena de agradecimiento por las grandes maravillas que Dios ha realizado en ella. Luego, María reconoce la acción providencial de Dios en el mundo y alaba el plan divino de salvación sobre el pueblo de Israel. Y como tercer punto, María hace notar aquí cómo en los acontecimientos del Mesías y de Juan el Bautista, que se están cumpliendo los anuncios proféticos.
Meditación
         ¡Cuánto necesitamos aprender de la pedagogía de Dios! Sin ruidos ni sustos, solamente en una expresión total de amor, llega a nosotros, se sitúa en un marco de silencio y nos expresa así la grandeza de su misterio. Un ejemplo: Dios se fija en las personas humildes. Para ello, Él ha hecho realidad su presencia: sin ruidos ni distanciamientos queda a nuestro lado, siempre pendiente de nosotros y sin exigirnos prisas; sólo… ¡confianza y escucha!
         En un mundo tan complicado por la competencia en todos los sentidos, se nos ofrece hoy el plan de Dios en la escena viva de dos mujeres; las dos, judías y encinta: dos mujeres con dos promesas en su seno, dos mujeres que son retratadas como inspiradas por Dios y destinatarias de una revelación suya, que comprenden aquello que Él está dando a conocer: que Juan Bautista, que será el Precursor y que iniciará la renovación religiosa en el judaísmo y que es parte de la historia de la salvación. Por otro lado, Jesús que se unirá en un primer momento a él y después tomará su propio camino, y en quien se cumplirán todas las promesas. En un sentido cristiano la fe y la expectativa son la luz constante con la cual expresa el Señor su amor. La vida de la humanidad jamás discurre a lo loco desde el momento que se manifieste el deseo de una felicidad total para el hombre. Tal vez, el hombre, nosotros, ha hecho una planificación de la vida únicamente desde su idea unilateral y sesgada. Dios hará posible que el hombre viva tranquilo, que sea santificado “por la oblación del cuerpo de Jesucristo” y que siempre tenga delante el misterio tan singular como es el nacimiento del Hijo de María la Virgen, “por obra del Espíritu Santo”.
Oración
         ¡Qué alegría saber que vienes Me ha dado un vuelco el corazón!
         ¡Qué alegría cuando he sabido que la madre de Jesús, mi Señor,
         se ha puesto en camino y viene a visitar mi vida y la de todos hijos!
Y me he dicho: dejaré la casa como está ahora mismo,
         un poco desordenada y sucia, un poco triste y un poco sola,
         de estar tantos años cerrada ¡Nada de mentiras y disimulos!
         Le esperaré con la puerta abierta, de par en par,
         y le diré cuando llegue: ¡qué alegría, Madre!
         ¡Cómo es posible que la madre de Jesús, mi Señor, venga a mi casa!
         Y ya no podré articular más palabras,
         Solo habrá alegría, mucha alegría, y lágrimas.
Contemplación
         Las palabras de Isabel, madre de Juan, son sin duda éstas: . El evangelista advierte que para decir esto fue llena del Espíritu Santo. Sin duda por su revelación conoció lo que significaba la exultación del niño, esto es: que había venido la madre de aquel cuyo precursor y heraldo debía de ser. Pudo, pues, darse esa significación de un prodigio tan nuevo para que lo conocieran los mayores, pero sin que lo conociera el niño.
         Cuando el evangelio lo narra, no dice “creyó” sino . Tampoco dijo Isabel: exultó en la fe el niño en mis entrañas sino . Tal exultación la vemos no solo en los niños, sino también en los animales, aunque no proviene de la fe, de la fe o de cualquier otro acontecimiento racional. Esta exultación fue inusitada y nueva, porque se realizó en las entrañas y a la llegada de aquella que había de dar a luz al Salvador de los hombres. Por eso, fue milagrosa y digna de ser contada entre los grandes milagros. Por lo tanto, esa exultación, o diríamos resalutación ofrecida a la madre del Señor, como suele acaecer en los milagros, fue obra divina en el niño, no obra humana del niño (san Agustín en Carta 187, 7, 23-25).
Acción. Repetir como oración el saludo de Isabel.
P. Imanol Larrínaga, oar

0 comentarios:

Related Posts with Thumbnails

Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

  © Blogger templates The Professional Template by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP