miércoles, noviembre 04, 2015

Sermón de la Montaña (5): Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia

1.   Síntesis de muchas enseñanzas
 Esta bienaventuranza sintetiza muchas de las enseñanzas de Jesús sobre la misericordia. En el mismo sermón del monte y en lugares paralelos de Lucas (6, 17-49) aparecen unas normas muy concretas de Jesús relativas a nuestro com-portamiento con los demás. 

Entre otras: reconciliarse con el hermano (Mt 5, 24), presentar la otra mejilla (5, 40), amar a los enemigos (5, 44), perdonar siempre (6, 14), no juzgar ni condenar (6, 7, 1), bendecir a los que nos maldicen (Lc 6, 28), dar al necesitado (6, 30), etc.

Aunque en los cuatro evangelios abundan las palabras y gestos de Jesús a favor de los pecadores y de los que sufren, a Lucas se le conoce como el evangelista de la misericordia. De él son, entre otras, las parábolas de la oveja perdida y la del llamado hijo pródigo, o mejor, del padre compasivo y misericordioso.

La norma suprema y básica para la práctica de la misericordia aparece en Lucas. Nos dice Jesús: “Sed misericordiosos como vuestro Padre del cielo es misericordioso” (6, 36). 

2.    Quiénes son misericordiosos
Son misericordiosos quienes se compadecen de los que sufren, los que perdonan de corazón siempre y en todo, los que, como el buen samaritano, atienden sin esperar recompensa al que ha caído víctima del maltrato u opresión de otros, los que aman aun a aquellos de quienes reciben algún daño, los que se sacrifican o pierden de sí para que el otro recupere su dignidad perdida…

Son misericordiosos los que, movidos por el amor de Dios que hay en ellos, hacen suyo el dolor de los demás; los que ayudan, como nuevos cireneos, a llevar la cruz de los torturados y afligidos; los que ven en el pobre el rostro de Jesús y se acercan con amor a ellos… 
 
Son misericordiosos los que comprenden y ponen remedio a alguna necesidad, sea la que sea, espiritual o corporal. La misericordia da y no reclama nada a cambio, no exige correspondencia y no espera gratitud.

Son también misericordiosos los que luchan por los derechos humanos de los más desvalidos; los que trabajan para que se implante la justicia sin exclusiones ni preferencias; los que se oponen a toda guerra en la que suelen morir muchos inocentes… 

3.    Infelices los egoístas
Tú sabes que el mundo, hambriento y necesitado de felicidad, la suele buscar por otros caminos: dinero, placer, poder, comodidad, prestigio... Caminos que, al comenzar y terminar en uno mismo, no conducen a ninguna parte. Mueren donde comienzan. 

El egoísmo y, por tanto, el desprecio al hermano, mata las mejores aspiraciones. “El que se busca a sí mismo se pierde”, dice Jesús. Es fuente de infelicidad, frustración y desengaño. Conoces, sin duda, muchos casos. Tu misma experiencia personal te lo puede testificar. ¿Conoces algún egoísta que sea feliz? ¿Lo has sido tú cuando te has dejado llevar por el egoísmo?

Del egoísmo se derivan el maltrato, la marginación, la explotación y manipulación del otro, el rencor, la envidia… ¡Infeliz el egoísta porque socava o destruye la felicidad de los demás! ¡Infeliz el egoísta porque, al buscarse a sí mismo, se encuentra con la nada y el vacío! 

4.    Felices o dichosos los misericordiosos
No ha habido ni habrá personas más felices que los santos. Al fin y al cabo son o han sido santos precisamente por ser misericordiosos. Santo es aquél que es o intenta ser fiel a Jesucristo en todo, pero especialmente en las facetas más significa-tivas o importantes de su vida. Y no hay duda de que la característica más clara de Jesús, la más importante, es la misericordia. 

Puesto que Dios es amor, también se puede decir que Jesús, que además es Dios, es misericordia.
Sólo el amor, en cuanto don de Dios, es fuente de felicidad. Un amor que se hace misericordia cuando se ama al que sufre precisamente porque sufre. Es la miseri-cordia, cumplida al estilo de Jesús, la que proporciona un gozo íntimo y pleno. Un gozo que hace feliz a quien la ejerce y que tiende a ser permanente, si permanente es su actitud misericordiosa.

Dichosos los misericordiosos porque imitan a Dios, que nos ama con amor de ternura; que perdona con largueza y generosidad; que nos ofrece la salvación a pesar de nuestros pecados, que nos ha hecho hijos suyos a pesar de nuestras re-beldías; que muestra su predilección para con los más pequeños; que nos ha dado a su propio Hijo que es misericordia. 
Dichosos porque Dios es misericordioso con quienes tienen misericordia

5.    A imitación de Jesús
Ponte en actitud oración durante unos momentos y contempla a Jesús: lo que dice, lo que hace. Toda su vida fue un acto continuado de misericordia. Recorre las pági-nas de los evangelios y en todas ellas encontrarás, en una u otra forma, palabras y gestos de su amor misericordioso. 

Es misericordioso con los enfermos a quienes cura (ciegos, mudos, paralíticos, leprosos, endemoniados), con los pecadores perdonándoles (la mujer adúltera),    con los que pasan hambre (multiplicación de los panes), pide perdón para sus verdugos, consuela a los que sufren y lloran (viuda de Naín, las mujeres de Jeru-salén camino del calvario), se identifica con los más pobres (capítulo 25 de Mateo).

La parábola del hijo pródigo es quizás la más hermosa de las pronunciadas por Jesús. Es la parábola de la misericordia. En ella retrata fielmente a su Padre que acoge, perdona y hace fiesta por el pecador que “vuelve a casa arrepentido”. A quienes le criticaban porque se acercaba a los pecadores y comía con ellos, les res-ponde: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores"(Mc 2, 17).

En esta mirada a Jesús, pregúntate: ¿Conozco casos o personas con alguna nece-sidad espiritual o corporal grave que pueda atender? ¿Qué hago para remediarla? ¿Me busco en primer lugar a mí mismo y luego, si me queda tiempo y puedo, me acerco a quien me necesita? ¿Hay alguien a quien me cuesta perdonar? ¿Qué me dice la persona de Jesús? ¿Qué me pide él a mí? ¿Qué estoy dispuesto a hacer en adelante?
Y no digas que puedes hacer muy poco ante tanta necesidad. Si amas de verdad, podrás hacer mucho más de lo que piensas. Te lo dice así san Agustín: “Siempre tiene de dónde dar el que tiene el corazón repleto de amor… Dios no exige más de ti que lo que te dio interiormente” (En. in ps. 36, 2, 13).

6.    Dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia
Esta es la recompensa que ofrece Jesús. Si somos felices siendo misericordiosos con los hermanos, nuestra felicidad será más colmada, más duradera, más íntima, si experimentamos en nosotros la misericordia de Dios. La plenitud del amor es la felicidad plena. Quien ama o es amado plenamente es feliz. Por eso, si amamos como nos ama Jesús haremos felices al hermano, y seremos más felices en la medida en que hagamos felices a los demás: “Llena al pobre con la plenitud de tu amor para que la plenitud del amor de Dios llene tu propia pobreza” (Serm. 53, 5).

Cuando nos alcanza la misericordia de Dios, estamos salvados. Y tú sabes que la salvación es gozo y felicidad completa en Dios. La obra mayor de misericordia, por la que fuimos salvados, es la muerte de Cristo en la cruz por nosotros. Él había dicho antes: “Nadie tiene amor más grande  que el que da la vida por los amigos” (Jn 15, 13). Y este amor, que es capaz de dar la vida por el otro, se llama misericordia. 
Ya ves que merece la pena ejercitar la misericordia con aquellos que necesitan de ti. 

7.    Palabras de Agustín
“Pon atención a lo que sigue: Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Hazla y se te hará; Hazla tú con otro para que se haga contigo. Pues abundas y escaseas. Abundas en cosas temporales, escaseas de las eternas.
Oyes que un hombre mendigo te pide algo; tú mismo eres mendigo de Dios. Se te pide a ti y pides tú también. Lo que hicieres con quien te pide a ti, eso mismo hará Dios con quien le pide a Él. Estás lleno y estás vacío”. (Serm. 53, 5).

8.    Ora
Sigue contemplando a Jesús misericordioso a los largo del evangelio.
Ora en silencio, medita y pide su ayuda.
Piensa también y medita unos momentos sobre estas palabras de san Agustín: “Dios es misericordioso cuando juzga y justo cuando es misericordioso” (Epist. 167,6.20).
Oración final     
Te amaré, Señor, y te daré gracias y confesaré tu nombre, porque has perdonado esas acciones mías tan malas y perversas. A tu gracia lo atribuyo y a tu misericordia, porque descongelaste mis pecados como si se tratara de hielo. También atribuyo a tu gracia todo tipo de maldades que no he cometido. Amén
                                                                                                                                 SanAgustín
Tomado de: Palabras para el camino
35, págs. 222-227
P. Teodoro Baztán Basterra 


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