Sermón de la Montaña (3):Dichosos los mansos, Porque ellos poseerán la tierra
1. El contenido de esta “bienaventuranza” está tomada del Salmo 36, 11, en el que se dice que “los sufridos poseerán la tierra”. Se refiere, en el salmo, a la tierra prometida de Israel. Pero aquí, en las palabras de Cristo, se habla de ella en cuanto imagen o figura del Reino de los Cielos, el reino espiritual del Mesías.
2. Dichosos los mansos
Es decir, aquellos que tienen fortaleza de espíritu, aquellos que llevan con sere-nidad, calma y esperanza las cargas de la vida y no se desesperan ni impacientan ante los problemas, porque han puesto su esperanza en el Señor y saben que el Señor no falla, no defrauda a quien que confía en Él.
Esta mansedumbre, la cristiana, no es sinónimo de impasibilidad, conformismo o cobardía ante los contratiempos o molestias que te puedan sobrevenir. Esto sería estoicismo. No es debilidad, sino fuerza interior; no es apatía o fría pasividad, sino autodominio y serenidad de ánimo. No es cobardía, sino valentía y coraje.
3. ¿Quién es manso?
Eres manso o no-violento, aunque recibas muchos golpes en la vida, si te has ejercitado en la virtud de la paciencia.
Eres manso o no-violento, aunque recibas muchos golpes en la vida, si te has ejercitado en la virtud de la paciencia.
Eres manso si muestras con suavidad tu fortaleza interior.
Eres manso y no-violento si tienes paz en tu corazón y la vives con serenidad de ánimo, aunque te acechen problemas y dificultades sin cuento.
Eres manso si no te irritas ante las contrariedades de la vida, sino que las sufres en silencio y fuerza interior. Si eres paciente y no te alteras ante los conflictos, amenazas y agresiones, sino que “presentas la otra mejilla”, es decir, si sabes responder con amabilidad y ofreces perdón.
Eres manso si sabes vencer tu violencia interior, si controlas tus reacciones pri-marias y has logrado dominar tu tendencia irascible si sabes responder con amor al odio con que te atacan, si brindas paz a quien te agrede, aunque opongas re-sistencia, sin violencia, a quien te ataca.
Tolerancia es otro de los nombres de la mansedumbre cristiana. Tolerar no sig-nifica admitir como bueno lo que no lo es, sino respetar a la persona que te ha ofendido. Por eso san Agustín puede decir: “Toleremos a los malos, seamos buenos con ellos, porque también nosotros fuimos malos” (En. in ps. 55, 20).
“¿Eres amante de la paz?, te pregunta Agustín, Encuéntrate a gusto con ella en tu corazón". Preguntarás quizás: ¿Y qué he de hacer?" Y te responde Agustín: Tienes algo que hacer: elimina los
altercados y dedícate a la oración (Serm. 357,4).
4. A imitación de Cristo
No hablamos sólo de una mansedumbre fruto de un autodominio personal, férreo y constante, o de una voluntad firme de no dar paso a la agresividad sin referencia alguna a las exigencias evangélicas. Todo lo contrario. La mansedumbre cristiana tiene, sobre todo, unos componentes claramente evangélicos. Entre otros, el amor fuerte y sólido, que es don de Dios, y la humildad o sencillez de corazón.
La mansedumbre es por tanto expresión clara del amor cristiano puesto que la caridad es la fuerza que subyace y anima al creyente que quiere cumplir esta biena-venturanza.
Esta fue la actitud de Cristo cuando era torturado, insultado y crucificado. Fue llevado al matadero como manso cordero y desde lo alto de la cruz pidió al Padre perdón por quienes lo estaban matando. Y nos invita a ser mansos y humildes como él: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11, 29).
Rechazó el uso de la violencia cuando Pedro quiso defenderlo con la espada en Getsemaní. Pedro aprendió muy bien la lección, y así pudo escribir en su primera carta: “No devolváis mal por mal, ni injuria por injuria, sino todo lo contrario: bendecid siempre, pues para esto habéis sido llamados, para ser herederos de la bendición” (1 Pe 3, 9)
Reprendió a Juan y Santiago, los “hijos del trueno”, porque pedían que bajara fuego del cielo para que acabara con los samaritanos que no habían querido reci-birlo.
Y Juan escribe en su primera carta: “No os extrañéis, hermanos, si el mundo os odia… Hemos conocido el amor en aquél que dio la vida por nosotros. Pues también nosotros debemos dar la vida por los hermanos” (1 Jn 3, 13. 16).
Y su hermano Santiago escribe también: “Hermanos míos, cuando pasáis por pruebas variadas, tenedlo por grande dicha, pues sabéis que, al probarse la fe, produce paciencia, la paciencia hace perfecta la tarea, y así seréis perfectos” (St 1, 2-4).
Y nos dice el mismo Jesús: “Tratad bien a los que os odian; bendecid a los que os maldicen; orad por los que os calumnian”. Y añade a continuación: “Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra” (Lc 6, 27-29).
5. Porque poseerán la tierra
Está claro que esta bienaventuranza no se refiere a que los mansos poseerán tierras o fincas, al estilo de los grandes latifundistas del mundo. En el Antiguo Testamento se hablaba de la tierra prometida como el lugar patrio a donde vol-verán los desterrados para gozar de libertad, paz y prosperidad.
La promesa de esta bienaventuranza es el reino de Dios. Un reino de paz y justicia, de gracia y de vida, de libertad y gozo. Los mansos accederán a este reino porque han amado a pesar de todo, porque han construido la paz en su corazón, porque han sabido presentar la otra mejilla con amabilidad, porque han sido suaves en el trato con los demás a la vez que firmes en sus convicciones.
Poseerán la tierra porque están cooperando a la implantación del reino de Dios en este mundo, porque son instrumentos de Dios para transformar y construir una humanidad nueva donde reine la fuerza creadora de su amor,
Demostrarán al mundo, con su mansedumbre y su fuerza, que no se logrará una sociedad o un mundo mejor con la violencia, con las armas, con la tibieza, ni con la complicidad de callar ante las injusticias que se comenten, sino con la fuerza creadora de Dios que se hace presente en la debilidad de los que le acogen..
Demostrarán al mundo, con su mansedumbre y su fuerza, que no se logrará una sociedad o un mundo mejor con la violencia, con las armas, con la tibieza, ni con la complicidad de callar ante las injusticias que se comenten, sino con la fuerza creadora de Dios que se hace presente en la debilidad de los que le acogen..
Y poseerán la “tierra” en el reino ya consumado, la nueva patria, en la vida eterna, donde reina sólo el amor, la paz y el gozo para siempre.
6. Palabras de Agustín
“Atiende a lo que sigue: Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. Ya estás pensando en poseer la tierra; ¡cuidado, no seas poseído por ella!
Al escuchar el premio que se te propone, el poseer la tierra, no abras el saco de la avaricia, que te impulsa a poseerla ya ahora tú solo, excluido cualquier vecino tuyo. No te engañe tal pensamiento.
Poseerás la tierra verdaderamente cuando te adhieras a quien hizo el cielo y la tierra.
En esto consiste ser manso: en no poner resistencia a Dios” (Serm. 53, 2).
7. Ora
Ora en silencio y medita unos momentos sobre este párrafo de la carta a los Colosenses. Tómalo como si Pablo lo hubiera escrito para ti:
“Por tanto, como elegidos de Dios, consagrados y amados, revestíos de compasión entra-ñable, amabilidad, humildad, mansedumbre, paciencia; soportaos mutuamente; perdonaos si alguien tiene queja contra otro; como el Señor os ha perdonado, así también haced vosotros los mismos” (Col 3, 12-13).
Oración final
Puesto que he aceptado tus mandamientos, Señor, enséñame la dulzura inspi-rándome la caridad. Enséñame la disciplina, otorgándome la paciencia. Ensé-ñame la sabiduría, iluminándome la razón. Creo con toda el alma que tú, que eres mi Dios y Señor, no sólo mandas estas cosas a los hombres, sino que, además, les das las fuerzas necesarias para que puedan cumplirlas. Amén.San Agustín
Tomado de: Palabras para el Camino, 33, 210-214
P. Teodoro Baztán Basterra
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