Sermón de la montaña 1
Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos
En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles: “Dichosos los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mateo 5, 1-3).
Los principales acontecimientos de la historia de la salvación se han desarrollado en lo alto de un monte: Sinaí, con la entrega de los diez mandamientos, Tabor, con la transfiguración del Señor, Calvario, con la muerte de Cristo, etc.
Jesús sube, también en esta ocasión, a lo alto de un monte para enseñar a sus discípulos y transmitirles, a ellos y a nosotros, un mensaje muy rico de contenido. Un verdadero programa de vida para todos sus seguidores, la mejor síntesis del evangelio, la esencia del cristianismo.
Su discurso lo encontramos a lo largo de los capítulos 5, 6 y 7 del evangelio de Mateo. En la primera parte del cap. 5 aparecen las Bienaventuranzas, que vienen a ser el núcleo o el corazón de las enseñanzas de Jesús. Jesús enseña lo que él vive. Como si nos dijera: “Esto que os digo, soy yo. El que quiera ser discípulo mío tendrá que vivir mi misma vida, y esta vida la expreso toda ella en este sermón del monte”.
2. Dichosos los pobres
Te pueden parecer desconcertantes estas palabras de Jesús. Y, a primera vista, lo son. Porque te puedes preguntar: ¿Cómo o por qué pueden ser dichosos los pobres? ¿A qué clase de pobreza se refiere Jesús? ¿Es un valor la pobreza? ¿Los pobres tienen que seguir siendo pobres para que sean dichosos? ¿Qué me pide a mí Jesús con esta bienaventuranza?
La pobreza, en cuanto carencia de bienes necesarios para vivir dignamente, es un mal. Dios no la quiere. Luego Dios no la puede bendecir. No puede por tanto proclamar dichosos, sin más, a los que la padecen. Sería un Dios cruel e inhumano.
A pesar de todo dice Jesús que son dichosos. ¿Por qué? No son dichosos por ser buenos, sino por ser pobres. Y no porque la pobreza sea algo bueno, sino porque, al ser pobres y tener las manos vacías de todo, se podrán llenar del don que ofrece Jesús. Al carecer de los bienes de la tierra, serán más receptivos al Reino de Dios.
Al no tener nada, si la fe ha arraigado en ellos, buscan a Dios. Lo dice así san Agustín: “¿Por qué son pobres? Porque alaban y buscan al Señor. El Señor es la riqueza de los pobres; por eso está vacía la casa, para tener lleno el corazón de riquezas” (En. in ps. 21, 2, 27). “¿Quiénes son los pobres?, se pregunta en otro lugar. ¿Quiénes los necesitados? Los que han puesto la esperanza sólo en Aquel en quien únicamente no falla. Ved, hermanos quiénes son los pobres y los necesitados” (En. in ps. 93, 7)
Porque la pobreza suele ser consecuencia de una gran injusticia, basta la pobreza sin más para mover el corazón de Dios, que es justo. ¿Eres pobre en bienes ma-teriales? Si así es y te abres a la única riqueza, que es Dios, tuyo será el reino de los cielos. Serás dichoso, no por ser pobre, repito, y carecer quizás de muchas cosas necesarias, cuanto porque, siéndolo, sentirás la necesidad imperiosa de acudir a Dios y confiar en protección y providencia, y él reservará para ti el reino.
3. Pobres en el espíritu
La pobreza evangélica, que vivió el mismo Jesús, es una pobreza de desprendimiento, de desapego de los bienes de este mundo, de apertura a lo único necesario, Dios. Es una opción libre, pero también don que el Señor concede. Si nadie puede servir a dos señores, Dios y el dinero, el pobre en el espíritu opta sólo por el Dios único y verdadero.
Es la pobreza de quien, careciendo de muchas cosas (la pobreza será siempre carencia), vive desprendido de lo poco que tiene o pueda tener, y pone voluntariamente su esperanza en aquél que es la única riqueza, Dios. Dios, entonces, lo llena de su misericordia y su amor, y, por lo tanto, lo hace feliz.
Los “pobres de Yaveh”, los anawin del Antiguo Testamento, eran aquellos que, careciendo de patria,
casa y bienes, ponían toda su esperanza en solo Dios. Y eran bendecidos por él.
casa y bienes, ponían toda su esperanza en solo Dios. Y eran bendecidos por él.
Esta actitud de pobreza evangélica surge espontáneamente del encuentro pro-fundo y personal con Dios. O lo que es lo mismo, el conocimiento de Dios, el encuentro con él y la relación filial con el Padre conducen al despojo personal, a la pobreza voluntaria, a poner el corazón donde está el único tesoro, que es el mismo Dios.
Únicamente el pobre en el espíritu es capaz de desear a Dios y llegar a él, porque lo necesita. Dios se revela a los humildes y sencillos de corazón. Y sabemos que la revelación de Dios es la donación de él mismo a nosotros. Dios-con-nosotros. Por eso podemos decir que de los pobres en espíritu es el reino de los cielos.
4. A imitación de Jesús
En un momento de oración en silencio contempla a Jesús, modelo de pobreza y sencillez de vida. Él vivió en la inseguridad, en despojo de sí mismo y en preca-riedad. A nada y a nadie estaba atado. Ni a la familia, si a su tierra, ni a las cosas. No tenía donde reclinar la cabeza. Profeta itinerante y pobre. Vivía con lo es-trictamente necesario, que, además, lo compartía con los que estaban con él.
Optó por vivir en pobreza para ser más libre y poder, así, dedicarse por entero a su misión salvadora. Pero, sobre todo, para confiar siempre y únicamente en el Padre y mantener con él una relación íntima de amor y obediencia. Nunca se buscó a sí mismo, sino el bien de los demás y cumplir con la voluntad de su Padre. Todo lo demás le sobraba.
Pero la radical y verdadera pobreza de Jesús está en el rebajamiento de su persona, en el anonadamiento de sí mismo. Se anonadó, dice san Pablo. Y a todo aquel que le quiera seguir le dirá lo que al joven rico: “Anda, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres, y luego ven y sígueme”.
Él no te pide que te quedes sin nada, sino que te desprendas al menos de lo que te sobra en favor de los que menos o nada tienen. El valor o sentido de la pobreza evangélica no es tanto la renuncia cuanto la opción por Jesús. Para el que opta por él y le sigue, todo lo demás tendrá un valor muy relativo o sobra.
San Agustín, una vez convertido a la fe y habiendo decidido ser siervo del Señor, dejó su profesión, su modo de vivir, renunció, dice si biógrafo san Posidio, a las riquezas que podía tener, se quedó con la casa familiar en Tagaste, pero no para sí, sino pare convivir con un grupo de amigos convertidos como él, y formar con ellos una comunidad de vida y de fe.
Dios quiere que vivas dignamente, pero la dignidad personal y humana no te la proporcionan las cosas o los bienes de este mundo, sino tu actitud ante ellos.
Serás más generoso cuanto más desprendido seas.
Serás también más solidario, porque sólo desde la pobreza de espíritu se puede compartir con los que menos tienen. Al fin y al cabo, como dice san Agustín, “Cristo padece hambre en los pobres (Serm. 32, 20).
Serás más justo, para aliviar en los más pobres las consecuencias de la injusticia.
Serás más y mejor cristiano, porque verás siempre en el más pobre al mismo Jesús y lo tratarás como tal.
Y serás dichoso, viviendo de esta manera, porque tuyo será el reino de los cielos.
5. Nadie puede servir a dos señores
¿Qué te dicen las palabras de Jesús: “Nadie puede servir a dos señores, a Dios y al dinero?”. ¿Cómo te reflejas en la actitud del joven rico del evangelio, que, ante la propuesta de Jesús, de seguirle dejando todo, dejó a Jesús y se fue con lo que tenía? ¿Qué bienes superfluos posees que serían quizás necesarios para quienes son pobres y carentes aun de lo más imprescindible para vivir dignamente?
¿Qué te dice la figura de Jesús, pobre, solidario, compasivo y misericordioso? ¿De qué cosas tendrías que desprenderte en favor de los más pobres para seguirle más de cerca? ¿Te sientes cuestionado cuando lees o meditas sobre el capítulo 25 de san Mateo que habla del “examen del amor” en el juicio final?
Para terminar, una recomendación de nuestro santo: “Aprended, pues, a ser pobres y a echaros en manos del Señor, ¡hermanos míos!” (Serm. 14,2).
6. Palabras de Agustín
“Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. El reino de los cielos será tuyo más tarde; ahora sé pobre de espíritu. ¿Quieres que más tarde sea tuyo el reino de los cielos? Considera quién eres tú ahora. Sé pobre de espíritu. Quizá quieras saber de mí qué significa ser pobre de espíritu. Nadie que se infla es pobre de espíritu; luego el humilde es el pobre de espíritu. El reino de los cielos está arriba, pero quien se humilla será ensalzado” (Serm. 53, 1).
7. Ora
Medita, ora y contempla a Jesús pobre, sencillo y humilde.
Pide al Señor un corazón inflamado de amor por lo único necesario: Dios y el hermano.
Oración Final
Señor, cuando medito en tu pobreza me resulta vil toda adquisición mía. Amo lo que no tengo; y lo que tengo, desprecio. ¿Cuándo se saciará mi deseo de poseer? No me saciarán los bienes caducos, ni apagarán mi sed los temporales; dadme, pues, lo que es eterno, concededme lo que permanece.
San Agustín
Tomado de: P. Teodoro Baztán Basterra
Palabras para el camino 31, Pág. 198-203
Palabras para el camino 31, Pág. 198-203
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