domingo, mayo 10, 2015

VI Domingo de Pascua -B- Reflexión

 Tanto el evangelio como la segunda lectura nos hablan del amor. Del amor a Dios y al prójimo. A esto se reduce todo el mensaje del Evangelio de Jesús.

Jesús se está despidiendo de sus discípulos. Los ha querido apasionadamente. Los ha amado con el mismo amor con que lo ha amado el Padre. Ahora los tiene que dejar. Conoce su egoísmo. No saben quererse. Los ve discutiendo entre sí por obtener los primeros puestos. ¿Qué será de ellos?

Las palabras de Jesús adquieren un tono solemne. Han de quedar bien grabadas en todos: "Éste es mi mandato: que os améis unos a otros como yo os he amado". Jesús no quiere que su estilo de amar se pierda entre los suyos. Si un día lo olvidan, nadie los podrá reconocer como discípulos suyos.

De Jesús quedó un recuerdo imborrable. Las primeras generaciones resumían así su vida: "Pasó por todas partes haciendo el bien". Era bueno encontrarse con él. Buscaba siempre el bien de las personas. Ayudaba a vivir. Su vida fue una Buena Noticia. Se podía descubrir en él la cercanía amorosa de Dios.

Si la víspera de morir Jesús nos hacía el gran regalo de la Eucaristía, que es su presencia  real entre nosotros y verdadero alimento de vida eterna, hoy la Iglesia, en vísperas de volver Jesús al Padre en su Ascensión nos presenta este otro gran regalo, el amor, que viene a ser la herencia que nos deja para que vivamos como hermanos y lleguemos también un día, como Él, al Padre.
Se puede decir sin lugar a dudas que todo el evangelio de Jesús queda sintetizado y resumido en esta palabra: AMOR. Quien ama a Dios sobre todo y más que todo, y al prójimo como nos ama Jesús, cumple con la ley entera. Nos dice el mismo Jesús. O también como nos dice San Agustín: Ama y haz lo que quieras. Porque si amas de verdad, a nadie ofenderás, a nadie harás daño, sino todo lo contrario. Y, lo que es más importante, encontrarás a Dios en tu camino.

Este es mi mandamiento, dice Jesús, que os améis unos a otros como yo os he amado. En el Antiguo Testamento se decía ama a tu prójimo como a ti mismo, que ya es mucho, pero Jesús va más allá al decir como yo os he amado. Hasta dar la vida por el otro, si fuera preciso, perdonando de verdad, sirviendo y atendiendo al más necesitado por ser necesitado, acogiendo al pecador para que conozca el amor que Dios le tiene,

 ¿Cuáles son las características del amor de que nos habla Jesús? Es un amor total, a todos; generoso y hasta el extremo, hasta dar su vida. Dirá: Nadie tiene un amor más grande que el que da la vida por los amigos. Y vosotros sois mis amigos. Sacrificado y fecundo. Sin acepción de personas, pero con preferencia a los más débiles. Amor a todos, aun a los mismos enemigos, a los que hay que bendecir y rezar por ellos, porque si amáis sólo a los que os aman, eso no tiene ningún mérito. A los pecadores: Él mismo dijo que había venido no a llamar (o buscar) a los justos sino a los pecadores para que se conviertan.

Y no solamente como “yo os he amado”, sino “como el Padre me ha amado, así os he amado yo”. Para saber amar, hay que experimentar antes el amor de Dios en uno mismo. Por eso, lo primero es sentir, experimentar y gozar el amor que Dios, Cristo, me tiene.

No es fácil cumplir con este mandamiento de Jesús. Pero ¿desde cuándo Jesús nos pide cosas fáciles? A veces tenemos la tentación de fabricarnos un quinto evangelio eliminando las páginas más exigentes y quedarnos con las que consideramos más suaves y más fáciles de cumplir.

El amor o la caridad es lo que nos define como cristianos. En esto conocerán todos que sois discípulos míos, si os amáis unos a otros como yo os he amado. Porque esta es también la característica propia de Dios. El vocabulario humano, de la lengua que sea, es incapaz de definir a Dios, porque a Dios no se le puede encerrar en nuestras pobres palabras. Pero la Biblia tiene una definición muy breve para aplicarla a Dios. Dios, dice, es amor. 

Este es el programa de vida para todo cristiano. Todo aquel que no ama se sitúa al margen de Dios.

La eucaristía es el sacramento del amor, del perdón y la unidad. Es comunión de amor con Cristo y los hermanos. Es fuente inagotable de más amor. Nadie puede salir de ella sin experimentar más amor a todos, con una mayor capacidad para el perdón y el servicio a quien lo necesite.
P. Teodoro Baztán

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