Corazón abierto para amar con detalles
Algunas
quejas frecuentes: “Sabe que me molesta y lo sigue haciendo”. “No es capaz de
abrir los ojos y preocuparse por mí”. “Vive en su mundo y lo mío no le interesa
nada”. “Parece que nunca ve el polvo en la mesa, la suciedad en el suelo, y
tantas cosas en las que podría ayudar, porque está siempre en lo suyo”.
Las quejas
reflejan dos cosas. La primera, que pensamos que el otro no capta (y quizá no
quiere captar) detalles con los que podría ayudar en la casa o con los que
haría más hermosa la convivencia. La segunda, que nos duele esa continua falta
de atención del otro.
Sí: duele
convivir con alguien que ayuda poco, que tiene una sensibilidad casi nula ante
nuestros deseos y problemas, que vive para sus cosas y no para los demás.
Pero
podríamos preguntarnos, desde esas mismas quejas, si nosotros no actuamos en
ocasiones así.
¿De verdad
estoy atento a lo que piensan, desean, esperan de mí los demás? ¿Tengo un
corazón abierto a amar con detalles concretos?
Cuando vivo
atrapados por gustos personales, por un anhelo continuo de sacar adelante “lo
mío”, por distracciones que me satisfacen pero me aíslan, me faltará esa
apertura de mente y de corazón que capta aquellos gestos y palabras que hieren
o que alegran a quienes viven a mi lado.
Al revés,
si rompo con mi egoísmo y pongo al otro en el centro, si busco conocerle en sus
miedos y sus esperanzas, en sus deseos y sus ideales, estaré en condiciones de
dar un paso para ayudar, escuchar, comprender, perdonar, construir puentes
llenos de afecto y de servicio.
Quizá
entonces navegaré menos tiempo en internet o dejaré un programa televisivo que
me gusta especialmente. Pero siempre será mejor aparcar mis planes y dedicar
tiempo y corazón para estar al lado de un familiar, un amigo, un compañero de
trabajo, que necesitan cariño y detalles de afecto que llegan a lo más profundo
del alma.
AutoresCatolicos.org
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