domingo, enero 18, 2015

II Domingo del Tiempo Ordinario -B-

San Juan 1,35-42 ¡Qué día tan feliz y qué noche tan deliciosa pasaron!

Estaba de pie Juan y dos de sus discípulos (Jn 1,35). Ahí tenemos a dos discípulos de Juan. Porque Juan era tan amigo del Novio, no buscaba su propia gloria, sino que daba testimonio a favor de la verdad. ¿Acaso quiso que sus discípulos se quedasen con él en lugar de seguir al Señor? Al contrario, él mismo muestra a sus discípulos a quién han de seguir. De hecho, lo tenían por el Cordero; mas él dice: «¿Por qué os fijáis en mí? Yo no soy el Cordero; He ahí el Cordero de Dios, del que había dicho antes: “He ahí el Cordero de Dios”». «¿Y qué nos aprovecha el Cordero de Dios?». He ahí, afirma, el que quita el pecado del mundo (Jn 1,29 36). Le siguieron, oído esto, los dos que estaban con Juan.

Veamos lo que sigue. Dice Juan: He ahí el Cordero de Dios. Y le oyeron hablar los dos discípulos y siguieron a Jesús. Por su parte, Jesús, al volverse y ver que lo seguían, les dice: «¿Qué buscáis?». Ellos dijeron: Rabí —que traducido quiere decir «Maestro»—, ¿dónde habitas? (Jn 1,37-38). No lo seguían como si ya le estuvieran adheridos, porque es manifiesto cuándo se le adhirieron porque los llamó de la barca. Entre estos dos, en efecto, estaba Andrés, como habéis oído hace un momento. Ahora bien, Andrés era hermano de Pedro y por el evangelio sabemos que de la barca llamó el Señor a Pedro y Andrés, diciendo: Venid tras de mí, y os haré pescadores de hombres (Mt 4,19). Y desde entonces se le adhirieron ya, para no retroceder. Respecto a que estos dos, pues, le siguen al instante, no le siguen como para no retroceder, sino que quieren ver dónde vive y hacer lo que está escrito: Tu pie desgaste el umbral de sus puertas; levántate para venir a él asiduamente y sé instruido por sus preceptos (Si 6,36-37). Él les mostró dónde permanecía; vinieron y estuvieron con él. ¡Qué feliz día pasaron, qué feliz noche! ¿Quién hay que nos diga lo que ellos oyeron al Señor? También nosotros edifiquemos y hagamos una casa en nuestro corazón, para que venga él y nos enseñe; converse con nosotros.

La hora décima


¿Qué buscáis? Ellos dijeron: Rabí —que traducido quiere decir «Maestro»—, ¿dónde habitas? Les dice: Venid y ved. Y vinieron y vieron dónde permanecía, y permanecieron con él aquel día; ahora bien, era aproximadamente la hora décima (Jn 1,38-39). ¿Suponemos que el evangelista no tenía ninguna intención al decirnos qué hora era? ¿Puede suceder que no quisiera que ahí nos fijásemos en algo, que no buscáramos algo? Era la hora décima. Este número significa la Ley, porque en diez preceptos fue dada la Ley. Ahora bien, había venido el tiempo de que por amor se cumpliera la Ley, porque los judíos no podían cumplirla por temor. Por ende dice el Señor: No he venido a destruir, sino a cumplir la Ley (Mt 5,17). Con razón, pues, esos dos, ante el testimonio del amigo del Novio, le siguieron a la hora décima y a la hora décima oyó: Rabí, que se traduce «Maestro». Si a la hora décima el Señor oyó «Rabí» y el número diez se refiere a la Ley, maestro de la Ley no es sino el dador de la Ley. Nadie diga que uno dio la Ley y otro enseña la Ley; la enseña ese que la dio; él es maestro de su Ley y la enseña. Y misericordia hay en su lengua; por eso enseña misericordiosamente la Ley, como está dicho de la sabiduría: Ahora bien, ley y misericordia lleva en la lengua (Pr 31,26). No temas no poder cumplir la Ley; huye a la misericordia. Si cumplir la Ley es mucho para ti, usa aquel pacto, usa el recibo, usa las preces que para ti ha establecido y compuesto el jurisperito celeste.
Comentario sobre el evangelio de san Juan 7, 8-10


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