domingo, noviembre 23, 2014

JESUCRISTO, REY del UNIVERSO Reflexión

    Es providencial encontrarnos con un lenguaje de paz y de serenidad en medio de un cuestionamiento hasta violento en torno a una sociedad que está siendo golpeada por tantos problemas y circunstancias adversas: “Dios todopoderoso y eterno, que quisiste fundar todas las cosas en tu Hijo muy amado, Rey del Universo, haz que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin” (Oración colecta). Esta oración es un lenguaje tan dispar de lo que se escucha actualmente, es un lenguaje lleno de verdad y de compromiso que, en la medida que se hace realidad, va creando un “reino eterno y universal: el reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (Prefacio).

    ¿Es posible todo esto? Tenemos puesta la atención en los problemas globales, en las crisis que conmocionan al mundo a todos los niveles y dejamos de lado a Quién puede dar razón de un Reino que es posible y real: “el Señor es mi pastor, nada me falta..., me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas” (Salmo 22). No se puede tener más a mano una solución y no solo de problemas que afectan a la humanidad sino a la creación de una historia diaria en la que no entren en juego las luchas y los abusos de poder, las mentiras políticas y las corrupciones, los engaños y las injusticias.

En un Reino de Dios el lenguaje tiene el fundamento de la verdad: “venid, benditos de mi Padre: heredad el reino que está preparado para vosotros desde la creación del mundo”. Parece una utopía este lenguaje y es comprensible ya que estando acostumbrados a que nos bombardeen con promesas de un presente-futuro casi “en el país de las maravillas”, cerramos los ojos y hasta casi dudamos de una Palabra que nos habla de esta manera: “Yo seguiré el rastro de mis ovejas; y las libraré, sacándolas de todos los lugares donde se desperdigaron un día de oscuridad y nubarrones” (Ezequiel 34, 12).

    El programa de Dios no es ocasional, como si fuera una campaña política, es la gran y única verdad: “Y así Dios lo será todo para todos” (1 Cor 15, 28). Jesucristo es Rey del Universo, es decir, Señor de un Universo que desborda los pobres conceptos espacio-temporales en que se mueve la vida y el pensamiento humano. La fe en la resurrección nos recuerda a la vez nuestra pequeñez y la difícilmente imaginable existencia resucitada que nos aguarda. Y esta es la clave verdadera para creer y vivir, para sufrir y para tener esperanza, para abrir los ojos y contemplar toda la injusticia inconcebible a causa del egoísmo y de la falta de amor,  para lanzarnos desde el evangelio a tener las mismas actitudes de Jesús: “tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mt 25, 34-36). Es lo que dice el profeta: “como un pastor que sigue el rastro de su rebaño cuando se encuentra con las ovejas dispersas, así seguiré yo el rastro de mis ovejas; y las libraré sacándolas de todos los lugares de donde se dispersaron” (Ez 34, 12). El profeta asienta la religión interior bajo la guía de Dios. En la patria o en el desierto las ovejas siguen siendo suyas; en el orden o en el pecado, el hombre sigue siendo siempre relación y dependencia de Dios hasta el punto que cada uno debe plantearse: “vino uno contra uno: uno que dispersó, uno que congrega. Del mismo modo, contra uno que da muerte, uno que vivifica: como en Adán todos mueren, así en Cristo todos serán vivificados. Como todo el que nace de aquél muere, así todo el que cree en Jesucristo es vivificado” (san  Agustín).

    El evangelio de hoy nos lleva a recordar algo fundamental: hacer todo en honor de Jesús mismo. Es ahí donde la rectitud de intención, la generosidad de espíritu, el vivir desprendidos para servir a los demás, la aceptación mutua sin discriminaciones de ningún tipo, donde se rompen muchas barreras y se facilita un reino en el que Dios “se sienta como rey eterno y bendice a su pueblo con la paz” (Sal 28, 10-11). Jesús nos recuerda, especialmente en este día,  la vida en el amor, en el perdón, en la misericordia, en la mirada limpia, en el encuentro con los que sufren y esperan de nosotros nuestra cercanía más que nuestras palabras: “la caridad cristiana es tridimensional. Se practica en la tierra por medio de las buenas obras, echando una mano allí donde es necesario: he ahí su profundidad. Sufre las adversidades y persevera siempre en la verdad: he aquí su longitud. Lo hace todo con vistas a lograr la vida eterna” (Epístola 140, 25). Así traduce Agustín lo dicho por el Señor: “os aseguro que lo que hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis...  y los justos (irán) a vida eterna” (Mt 25, 40.46).

    La solemnidad de Cristo Rey es ciertamente la luz en el camino, y para quienes sentimos la necesidad de la única y verdadera felicidad, es como la llamada que llega a nosotros en un momento providencial para creer que “cuando venga en su gloria el Hijo del hombre y todos los ángeles con él, se sentará  en el trono de su gloria, y serán reunidas todas las naciones” (Mateo 25, 31).
P. Imanol Larrínaga





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Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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