lunes, octubre 20, 2014

Doningo XXIX del Tiempo Ordinario A Reflexión

RELIGIÓN Y POLÍTICA

Nunca han sido fáciles las relaciones entre fe y política. Tampoco entre la Iglesia y los políticos. A veces son estos los que tratan de utilizar lo religioso para defender su propia causa. Otras es la Iglesia la que pretende servirse de ellos para sus propios intereses. Y con frecuencia no se valora debidamente el importante quehacer del político ni se le ayuda a descubrir el papel que la fe puede jugar en su tarea.

Para hacer luz, hemos de comenzar tal vez por recordar dos datos ampliamente admitidos por la exégesis actual. Por una parte, el proyecto del reino de Dios que pone en marcha Jesús busca promover una transformación profunda en la convivencia humana y está, por ello, llamado a tener una repercusión política, en el sentido amplio de esta palabra, que es promover el bien común en la sociedad.

Pero, por otra, Jesús no utiliza el poder para llevar adelante su proyecto, y por ello se aleja de la «política» en el sentido moderno de la palabra, que es el uso técnico del poder para estructurar la convivencia. El reino de Dios no se impone por el poder, la fuerza o la coacción, sino que penetra en la sociedad por la siembra y la acogida de valores como la justicia, la solidaridad o la defensa de los débiles.

El episodio del tributo al César es iluminador. La respuesta de Jesús dice así: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios». Es un anacronismo erróneo ver en estas palabras una «separación entre política y religión», como si la primera se ocupara de los problemas terrenos y la segunda solo de lo espiritual. Su sentido es otro. A Jesús le preguntan por los derechos del César, pero él responde recordando los derechos de Dios, por los que nadie le ha preguntado. La moneda imperial lleva la imagen del César, pero el ser humano es «imagen de Dios», y su dignidad de hijo de Dios no debe quedar sometida a ningún César.

El político cristiano no ha de utilizar nunca a Dios para legitimar sus posturas partidistas; la fe cristiana no se identifica con ninguna opción de partido, pues los valores evangélicos pueden promoverse desde mediaciones técnicas diversas. Pero esto no significa que se deba arrinconar la fe al ámbito de lo privado. El evangelio le ofrece al político cristiano una inspiración, una visión de la persona y unos valores que pueden orientar y estimular su quehacer. El gran reto para él es cómo hacer políticamente operativos en la vida pública esos valores que defiendan al ser humano de cuanto lo puede deshumanizar.

LOS POBRES SON DE DIOS

A espaldas de Jesús, los fariseos llegan a un acuerdo para prepararle una trampa decisiva. No vienen ellos mismos a encontrarse con él. Les envían a unos discípulos acompañados por unos partidarios de Herodes Antipas. Tal vez, no faltan entre estos algunos poderosos recaudadores de los tributos para Roma.

La trampa está bien pensada: “¿Es lícito pagar impuestos al César o no?”. Si responde negativamente, le podrán acusar de rebelión contra Roma. Si legitima el pago de tributos, quedará desprestigiado ante aquellos pobres campesinos que viven oprimidos por los impuestos, y a los que él ama y defiende con todas sus fuerzas.

La respuesta de Jesús ha sido resumida de manera lapidaria a lo largo de los siglos en estos términos: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Pocas palabras de Jesús habrán sido citadas tanto como éstas. Y ninguna, tal vez, más distorsionada y manipulada desde intereses muy ajenos al Profeta, defensor de los pobres.

Jesús no está pensando en Dios y en el César de Roma como dos poderes que pueden exigir cada uno de ellos, en su propio campo, sus derechos a sus súbditos. Como todo judío fiel, Jesús sabe que a Dios “le pertenece la tierra y todo lo que contiene, el orbe y todos sus habitantes” (salmo 24). ¿Qué puede ser del César que no sea de Dios? Acaso los súbditos del emperador, ¿no son hijos e hijas de Dios?

Jesús no se detiene en las diferentes posiciones que enfrentan en aquella sociedad a herodianos, saduceos o fariseos sobre los tributos a Roma y su significado: si llevan “la moneda del impuesto” en sus bolsas, que cumplan sus obligaciones. Pero él no vive al servicio del Imperio de Roma, sino abriendo caminos al reino de Dios y su justicia.

Por eso, les recuerda algo que nadie le ha preguntado: “Dad a Dios lo que es de Dios”. Es decir, no deis a ningún César lo que solo es de Dios: la vida de sus hijos e hijas. Como ha repetido tantas veces a sus seguidores, los pobres son de Dios, los pequeños son sus predilectos, el reino de Dios les pertenece. Nadie ha de abusar de ellos.

No se ha de sacrificar la vida, la dignidad o la felicidad de las personas a ningún poder. Y, sin duda, ningún poder sacrifica hoy más vidas y causa más sufrimiento, hambre y destrucción que esa “dictadura de una economía sin rostro y sin un objetivo verdaderamente humano” que, según el papa Francisco, han logrado imponer los poderosos de la Tierra. No podemos permanecer pasivos e indiferentes acallando la voz de nuestra conciencia en la práctica religiosa. Defiende a los pobres de Dios.
P. Julián Montenegro

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