domingo, octubre 12, 2014

Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario (A) Reflexión

IR A LOS CRUCES DE LOS CAMINOS

Jesús conocía muy bien la vida dura y monótona de los campesinos. Sabía cómo esperaban la llegada del sábado para «liberarse» del trabajo. Los veía disfrutar en las fiestas y en las bodas. ¿Qué experiencia podía haber más gozosa para aquellas gentes que ser invitados a un banquete y poder sentarse a la mesa con los vecinos a compartir una fiesta de bodas?

   Movido por su experiencia de Dios, Jesús comenzó a hablarles de una manera sorprendente. La vida no es solo esta vida de trabajos y preocupaciones, penas y sinsabores. Dios está preparando una fiesta final para todos sus hijos e hijas. A todos nos quiere ver sentados junto a él, en torno a una misma mesa, disfrutando para siempre de una vida plenamente dichosa.

   No se contentaba solo con hablar así de Dios. Él mismo invitaba a todos a su mesa y comía incluso con pecadores e indeseables. Quería ser para todos la gran invitación de Dios a la fiesta final. Los quería ver recibiendo con gozo su llamada, y creando entre todos un clima más amistoso y fraterno que los preparara adecuadamente para la fiesta final.

   ¿Qué ha sido de esta invitación?, ¿quién la anuncia?, ¿quién la escucha?, ¿dónde se pueden tener noticias de esta fiesta? Satisfechos con nuestro bienestar, sordos a todo lo que no sea nuestro propio interés, no creemos necesitar de Dios. ¿No nos estamos acostumbrando poco a poco a vivir sin necesidad de una esperanza última?

   En la parábola de Mateo, cuando los que tienen tierras y negocios rechazan la invitación, el rey dice a sus criados: «Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda». La orden es inaudita, pero refleja lo que siente Jesús. A pesar de tanto rechazo y menosprecio habrá fiesta. Dios no ha cambiado. Hay que seguir convidando.

   Pero ahora lo mejor es ir a «los cruces de los caminos» por donde transitan tantas gentes errantes, sin tierras ni negocios, a los que nadie ha invitado nunca a una fiesta. Ellos pueden entender mejor que nadie la invitación. Ellos pueden recordarnos la necesidad que tenemos de Dios. Pueden enseñarnos la esperanza.

TAMBIÉN HOY ES POSIBLE ESCUCHAR A DIOS

Lo dicen todos los estudios. La religión está en crisis en las sociedades desarrolladas de Occidente. Son cada vez menos los que se interesan por las creencias religiosas. Las elaboraciones de los teólogos no tienen apenas eco. Los jóvenes abandonan las prácticas religiosas. La sociedad se desliza hacia una indiferencia creciente.

   Hay, sin embargo, algo que nunca hemos de olvidar los creyentes. Dios no está en crisis. Esa Realidad suprema hacia la que apuntan las religiones con nombres diferentes sigue viva y operante. Dios está también hoy en contacto inmediato con cada ser humano. La crisis de lo religioso no puede impedir que Dios se siga ofreciendo a cada persona en el fondo misterioso de su conciencia.

   Desde esta perspectiva, es un error «demonizar» en exceso la actual crisis religiosa, como si fuera una situación imposible para la acción salvadora de Dios. No es así. Cada contexto socio-cultural tiene sus condiciones más o menos favorables para el desarrollo de una determinada religión, pero el ser humano mantiene intactas sus posibilidades de abrirse al Misterio de la vida, que le interpela desde lo íntimo de su conciencia.

   La parábola de «los invitados a la boda» lo recuerda de manera expresiva. Dios no excluye a nadie. Su único anhelo es que la historia humana termine en una fiesta gozosa. Su único deseo, que la sala espaciosa del banquete se llene de invitados. Todo está ya preparado. Nadie puede impedir a Dios que haga llegar a todos su invitación.

   Es cierto que la llamada religiosa encuentra rechazo en no pocos, pero la invitación de Dios no se detiene. La pueden escuchar todos, «buenos y malos», los que viven en «la ciudad» y los que andan por los caminos. Es bueno que el ser humano busque un bienestar mayor, pero, ¿qué plenitud puede haber tras ese afán de poseer televisores cada vez más perfectos, carros más veloces, electrodomésticos más sofisticados? ¿No hay personas que poseen ya demasiadas cosas para ser felices? Después de caminar a la búsqueda de tantas cosas, ¿no son muchos los que pierden su libertad, su capacidad de amar, su ternura y hasta el disfrute sencillo de la vida?

   Es normal que las nuevas generaciones busquen con afán otro tipo de salvación. Pero, ¿qué plenitud se puede encontrar cuando se han estrujado todas las posibilidades del sexo, se ha vuelto del «viaje» de la droga o se ha hundido uno en el aislamiento de un pasotismo total?

   Los hombres seguirán siendo unos eternos buscadores de orientación, felicidad, plenitud, verdad, amor. Seguirán buscando, de alguna manera, el Absoluto. En medio de nuestra vida, a veces tan alocada y superficial, en medio de nuestra búsqueda vana de felicidad total, ¿no estamos desoyendo una invitación que, quizá, otros hombres y mujeres sencillos y pobres están escuchando con gozo «en los cruces de los caminos» de este mundo nuestro tan desquiciado?
Toda persona que escucha la llamada del bien, del amor y de la justicia está acogiendo a Dios.

Pienso en tantas personas que lo ignoran casi todo de Dios. Solo conocen una caricatura de lo religioso. Nunca podrán sospechar «la alegría de creer». Estoy seguro de que Dios está vivo y operante en lo más íntimo de su ser. Estoy convencido de que muchos de ellos acogen su invitación por caminos que a mí se me escapan.
P. Julián Montenegro.







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Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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