Domingo XXVII del Tiempo Ordinario - A-
LECTIO DIVINA
Lecturas
Este pasaje contiene una parábola en forma de cántico, semejante a los que se entonaban durante las fiestas de las Chozas (cf. Dt 16, 13- 15). En la presentación inicial, el “amado” representa a su amigo –el Señor- y expone el texto fundamental de la parábola: el dueño de la viña trabajó afanosamente para obtener de ella buenos frutos, pero experimentó una tremenda frustración al comprobar los resultados.
La viña, en efecto, no correspondió a su deseo de obtener buenos frutos, sino que produjo uvas agrias. Por ello el dueño se lamenta de la situación e indica lo que hará con el campo: le quitará la protección y dejará que le invadan los animales salvajes, los abrojos y los cardos. Finalmente el amigo explica el significado de esta alegoría; la viña representa simbólicamente a los pueblos de Israel y Judá que no produjeron los frutos esperados.
El tema de la viña como representación de Israel es común en la Sagrada Escritura (Os 10, 1; Jr 2, 21; Ez 15, 1 – 8; 19; 10 – 14) y es probable que el profeta haya entonado este cántico en las primeras etapas de su ministerio. También es posible que el pueblo lo haya escuchado al principio con agrado, hasta que cayó en la cuenta de la condena que contenía. Basta asimismo una simple lectura para hacer ver que la parábola-alegoría de la viña (como la de 2 Samuel 12) es un magnífico ejemplo de ese género literario en la Biblia y que se asemeja a los que se encuentran en el NT (Mt 21, 33- 42; Mc 12, 1 – 10; Lc 20, 9 -18).
Filipenses 4, 6 - 9
Podemos calificar el texto como una nueva exhortación a la concordia. Nuestro texto distingue claramente dos tipos de exhortación: sobre la alegría (4, 4- 7) y la conclusión (4, 8 - 9).
Analizando la primera exhortación claramente se mencionan la alegría y la paz. El tema de la alegría es muy recurrente en Filipenses (1, 4. 18 – 25; 2, 17; 18, 28 – 29; 3, 1; 4, 1; 4, 10). Probablemente se había introducido en la comunidad cierto sentimiento de angustia y preocupación, lo que haría hoscos para con los de fuera. Por eso Pablo les repite: hay que estar siempre alegres en el Señor: el Señor es el motivo y el garante de nuestra alegría. Además, la alegría debe mostrarse a todo el mundo bajo el aspecto de la amabilidad, la ecuanimidad. La paz será el don de Dios a los cristiano, por encima de todas las angustias y preocupaciones.
Sigue (vv. 8 -9) la exhortación más general y amplia. La enumeración de valores que los cristianos deben apreciar. Tenemos uno de los frecuentes catálogos de virtudes que se encuentran en el NT (Gál 5, 22- 23; Col 3, 12; 1 Tim 6, 11; 2 Tim 2, 22. 24- 25; 1 Ped 3, 8- 9; 2 Ped 1, 5- 7).
Pablo recomienda finalmente las enseñanzas que les había dado de palabra y con el ejemplo. Concluye la exhortación asegurándoles que el Dios de la paz estará con ellos.
Mateo 21, 33 – 43
A esta parábola podemos llamarla como la de “los viñadores homicidas”. La estructura narrativa de esta parábola contrapone dos modos de proceder: por un lado está la acción del propietario que planta una viña y la entrega a unos arrendatarios con la esperanza de recoger sus frutos; de otro, la pertinacia de los arrendatarios que se niegan obstinadamente a pagar la renta. Las palabras iniciales del relato están tomadas del Cántico de la viña (Is 5, 1 – 7). con el que sin duda estaban familiarizados los oyentes judíos.
El dueño de la viña no ceja en su empeño por recoger los frutos a su debido tiempo, pero la conducta de los arrendatarios se mantiene inalterable: golpean, apedrean y matan a los emisarios del dueño. El doble envío de los servidores, al mismo tiempo que prepara el envío del hijo, pone de relieve la contumacia de los viñadores. El último enviado es el hijo a quien el dueño le llama “mi hijo”, repitiendo las mismas palabras del Padre en el bautismo y en la Transfiguración. El propietario motiva su decisión en el respeto: “respetarán a mi hijo”. Pero los arrendatarios reconocen en él al “heredero” y deciden matarlo para quedarse con la “herencia”.
La palabra logra su objetivo cuando los oyentes son invitados a una toma de posesión: “Cuando venga el dueño de la vida; ¿qué os parece que hará con aquellos viñadores?”. Hay respuesta obvia. Esta parábola nos hace entrar en el punto más álgido de la controversia entre Jesús y las autoridades del judaísmo. Los acusados son solamente lo viñadores, o sea, los dirigentes religiosos del pueblo judío. Israel no será más el lugar exclusivo de la salvación,.
La sentencia pronunciada contra los jefes de Israel no debe alentar en la Iglesia una seguridad ilusoria, ya que también su existencia está ligada a una condición imperativa: la de dar frutos. Solo en la medida en que es capaz de dar fruto abundante el pueblo de Dios es lo que debe ser.
Meditación
¿Qué espera Dios de nosotros? La verdad es que nosotros no podemos entendernos sin Dios: es nuestro Creador y nuestro Padre, en Él se fundamenta el ser y el hacer, la muerte y la vida, el bien y la felicidad. Puestos a pensar si la existencia humana puede caminar si referencia a Dios resulta ilógico pero también entra ahí el hecho de cómo el hombre traspasa a veces el plan de Dios creyéndose dueño del universo.
El plan de Dios con el hombre, por mucho que parezca posible, no puede regularse desde los deseos humanos. Dios es siempre Dios y aunque la soberbia o la indiferencia humanas quieran subirse a un loco Babel, seguirá ofreciendo vida sin medida y luz. Es así como podemos creer que nosotros jamás estamos solos y que el itinerario humano en la tierra tiene una medida sin medida si se funda en la justicia de Dios y en su amor.
Es fácil comprobar que la creación, como obra de amor y punto de partida de una alianza para siempre, exige al hombre agradecimiento y respuesta. El hombre no puede tergiversar el plan de Dios ni tampoco hacerlo suyo ya que todo es gracia y lo que importa que el hombre secunde la obra de Dios. Y, esto, en el plano de la salvación, tendrá un punto de partida irrevocable: todo es un regalo de Dios y Él lo concede para que el hombre sea feliz para siempre.
Oración
Señor: hoy, antes de darte gracias, debemos pedirte perdón. Somos personas deseosas de felicidad y olvidamos que Tú eres la razón de todo; queremos ser todo cuando en verdad no tenemos desde nosotros ni la fuerza ni la constancia. Queremos adueñarnos de nosotros mismos y de todas las cosas y mantenemos la cabezonada de creer nuestro lo que es tu regalo.Y ahí nos tienes como dueños creídos y ausentes de la verdad, capaces de romper el plano de la creación y tu plan sobre nosotros.
Nuestra soberbia, Señor, a veces tan escondida en la falsa humildad, nos hace mentirosos y desagradecidos: nos creemos dueños de la viña y no nos importa desbancar tu plan de salvación y de amor sobre nosotros. Tú esperas fruto de nosotros y nos embarullamos con tanto de afán de hacerlo todo como si fuera nuestra propiedad cuando en verdad todo es tuyo.
Rebájanos, Señor, esa especie de poderío que mostramos al creernos dueños; rebájanos nuestro afán de preeminencia para que Tú ocupes el primer lugar y así podamos entender y vivir que la gracia es nuestra fuente y que solo ahí encontramos la razón del ser y del hacer. Llénanos de Ti, guíanos Tú, enséñanos a vernos como una viña tuya, fortalécenos en el tiempo de la espera del fruto, que es tuyo, y que nos haga entender la existencia como una prueba infinita de tu amor.
Señor: haz que nuestras personas sepan y quieran esperar y escuchar tu llamada a trabajar en tu viña que somos nosotros y seamos los “otros labradores que entreguemos los frutos a su debido tiempo”. Señor: “libra nuestra conciencia de toda inquietud y concédenos aun aquello que no nos atrevemos a pedir”.
Contemplación
La naturaleza humana fue capaz de herirse por su libre voluntad; pero una vez enferma y herida por su propia voluntad, no es capaz de sanarse. Si se te antoja vivir libertinamente hasta enfermar, para ello no necesitas del médico; para caer te bastas a ti mismo. Pero si, por vivir, libertinamente, comienzas a enfermar, ya no puedes librarte de la enfermedad como pudiste precipitarte en ella por tu intemperancia. El médico ordena la templanza aun al que está sano. Así obra el buen médico, porque no quiere llegar a ser necesario, porque supone que alguien ha enfermado. Del mismo modo Dios, el Señor tuvo a bien ordenar la templanza al hombre creado sin vicio alguno. Si él la hubiese guardado, no habría deseado después un médico para su enfermedad. Mas, puesto que no la guardó, se debilitó y cayó. El enfermo creó otros enfermos, es decir, enfermó engendró otros enfermos.
Con todo, Dios obra el bien en cuantos nacen, aunque enfermos: da vida y vida a su cuerpo, otorga el alimento y concede su lluvia y su sol a los buenos y a los malos. Nadie, ni siquiera, los malos, es capaz de acusar el bien. Más aún, no quiso dejar en la perdición eterna al género humano condenado por su justo juicio, sino que hasta le envió al médico, el Salvador que lo curara gratuitamente. Me quedo corto: no sólo otorgaría gratuitamente la curación, sino que hasta recompensaría a los curados. Nada puede añadirse a tal benevolencia. ¿Quién hay que diga: ? Maravillosa su obra. Sabía que él, rico, había venido a un pobre: sana a los enfermos, les da un regalo y ese regalo no es otro que él mismo. El Salvador es, al mismo tiempo, ayuda para el enfermo y premio para el sano (san Agustín en Sermón 156, 2).
Acción. Pedir a Dios que “la gracia del Señor Jesucristo esté en nuestro espíritu”.
Acción. Pedir a Dios que “la gracia del Señor Jesucristo esté en nuestro espíritu”.
P. Imanol Larrínaga
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