Domingo XXVII del Tiempo Ordinario Reflexión
Comencemos a hacer un recuento de nuestras ilusiones y desilusiones ya que ambas se suman y multiplican en nuestra vida y, a fin de cuentas, necesitamos mucho esfuerzo y equilibrio para que no caminemos a la deriva. Nunca mejor que traer a nuestra memoria la oración colecta de hoy: Dios todopoderoso y eterno, que con amor generoso desbordas los méritos y deseos de los que te suplican, derrama sobre nosotros tu misericordia. Esta oración, dirigida al Señor desde la fe y de la verdad, nos abre a la esperanza, suscita ilusión y nos sitúa en el ámbito de llevar adelante la misión que se nos confía.
¿Cuál es nuestra misión? Leyendo y meditando la Palabra nos encontramos ante la contradicción del hombre y la generosidad de Dios. De hecho, y según san Pablo, la “`paz de Dios custodie nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús” y esto supone “estad siempre alegres en el Señor; estad siempre alegres”. O sea, que la razón de nuestras personas está garantizada en la medida en que nosotros seamos lógicos desde la escucha en la fe. El sentido de la escucha conlleva una respuesta y puede que ahí encontremos la ilógica humana, también la del cristiano, en la que cabe una gran diferencia entre el amor de Dios y el mero cumplimiento nuestro que está vacío de amor.
En esta línea podemos no solo entender el misterio de Dios que se manifiesta en la parábola de la viña sino también la falta de valoración del don que se nos concede para continuar la presencia del Señor en medio de nosotros. Convendría hoy expresar la idea común del “canto de amor a la viña” ya que es una especie de paraíso una vez que “está plantada, rodeada de una cerca, cavada en un lagar, con casa para el guarda...”. El mimo de Dios se hace no solo patente sino que está cargado de una entrañabilidad que supera infinitamente todo sueño humano.
En las dos lecturas en que aparece la imagen “viña” encontramos la desigualdad, la distancia y la ingratitud. Por un lado, “esperó que diese uvas, pero dio agrazones” y “agarrándolo –al hijo- lo empujaron fuera de la viña y lo mataron”. A primavera vista es una rotura del plan de Dios que viene a salvar a la humanidad y se encuentra con el corazón obtuso del hombre que no sabe ser consecuente al amor misericordioso de Dios. Más aún, es fácil entrever casi una venganza humana al no aceptar el don que el “propietario de la vina” otorga tan generosamente y sin mérito alguno a los trabajadores que son llamados. Debemos meditar, el tema nos afecta a todos nosotros, cómo la llamada de Dios es la difusión de todo su amor a fin de que el hombre tome conciencia de ser invitado a continuar la presencia del Creador en todo tiempo y lugar.
A lo largo de la vida debemos tomar conciencia que no somos propietarios sino trabajadores, que somos bendecidos para vivir y manifestar la presencia de Dios, dador de todo bien. Recordemos, es importante, que la parábola está dirigida a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo, gente por lo tanto, un tanto creída en el cumplimiento y en la soberbia. La capacidad de escucha es nula por su parte hasta el punto que Jesús les dirá: “se os quitará a vosotros el Reino de los Cielos y se dará a un pueblo que produzca sus frutos”. Prácticamente pretenden borrar del mapa al Hijo de Dios y llegará un momento en que se realizará lo de: “esperó de ellos derecho, y ahí tenéis; asesinatos; esperó justicia, y ahí tenéis: lamentos”.
¿Por qué esta contradicción? Por el lado de Dios se propone al hombre un nuevo modo de enfocar la existencia dentro de la utopía del nuevo Reino, para orientar la existencia cotidiana con la holgura necesaria para integrarnos en el misterio de “hijos de Dios” personal y comunitariamente en el marco de la Iglesia y para acoger la novedad sorprendente de Dios que llene nuestro corazón de amor y de sentido. La parábola de la viña no tiene margen hacia afuera, es realidad en cada uno/a. Se realiza en nuestro interior, todos nosotros somos la viña en la cual se ha de realizar el misterio de Dios.
Tal vez, y al ser lectores de la parábola, no penetramos en el don que hemos recibido ni tampoco no nos exigimos el poder ser agradecidos a Dios por el regalo incomparable de valorar la gracia en nosotros mismos. Este don de Dios no es sino una vida fecunda y no tanto desde nuestras ilusiones y caprichos sino desde la verdad y la donación por nuestra parte. Es necesario pensar en el interior de nuestra viña para ser agradecidos al Señor, descubrir día a día el regalo de la fe, suscitar el anhelo de una plenitud en el amor de Dios y del prójimo, vivir con ilusión de una semejanza a Cristo y no tener miedo a dar la vida por Él. El profeta nos recuerda: “mi amigo tenía una viña en fértil collado”. Esa es una realidad que los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo ni creyeron ni gozaron y de ahí que no podrían intuir que a ellos mismos se dirigía la palabra para que recapacitaran y reconocieran su infidelidad como “malvados trabajadores”.
La insistencia del Señor no es tanto respecto de la viña sino en la responsabilidad de los trabajadores: son los que la han recibido, son los que deben ser agradecidos y los que, en su vida, deben manifestar el don de Dios. Nada es comparable con la bondad de Dios y el hecho mismo de tomar conciencia que el valor de nuestras personas está en la bondad divina, acentúa la propia dignidad y se rinde en función de los talentos recibidos. Puede que aquí debamos subrayar el sentido de la gracia que recibimos y que, en sana respuesta, debe expresar lo que el Señor espera de nosotros. Los talentos recibidos no se pueden ni olvidar ni enterrar; somos gracia de Dios y la vida, si es que se valora como “nos has hecho para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”, responderá al ritmo de los buenos trabajadores de la viña.
Comencemos con una mirada a nuestra alma: Tu alma mendiga ante tus puertas; entra en tu conciencia. Quienquiera que seas, si vives mal, si vives como un infiel, entra en tu conciencia y allí encontrarás tu alma pidiendo limosna, la encontrarás necesitada, pobre, hecha una piltrafa; quizá la encuentres ya no necesitada, sino muda por excesos de necesidad, pues si mendiga, tiene hambre de justicia. Si encuentras así a tu alma – pues dentro de ti se hallan estas calamidades-, tu primera limosna sea para ella; dale pan. ¿Qué pan? Si el fariseo hubiese preguntado, el Señor le hubiera dicho: . Él no entendió, pero se lo dijo. Cuando les enumeró las limosnas que hacían y ellos creían que él desconocía, les habló así: Conozco lo que hacéis, diezmáis la menta y el eneldo,
la rueda y el comino, pero yo no me refiero a otras limosnas. Despreciáis la
justicia y la caridad>
(san Agustín en Sermón 106, 4).
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