domingo, septiembre 28, 2014

DOMINGO XXVI del TIEMPO ORDINARIO A

    Es bueno tener en cuenta que la identidad humana se construye en el interior de uno mismo y, consiguientemente, debe enfrentarse a los altibajos posibles que aparecen en una cantinela de inconsecuencias. Entre los altibajos hoy debemos considerar, por ejemplo, “las idas y las venidas, el  no sé si podré, el sí y el ya veremos, lo dejamos para luego...”. Cada uno puede examinarse y descubrir esa pequeña guerra entre el vivir con verdadera definición o andar a saltos.

    Tengo presentes en la liturgia de este Domingo unas llamadas que son básicas para la existencia cristiana y que, a la vez, pueden (ojala, deben) crear una conciencia de valoración  desde la gracia: Y cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo, y practica el derecho y la justicia, él mismo salva la vida (Ezequiel 18, 27); manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y con un mismo sentir ( Filipenses 2, 2); hijo, ve a trabajar a la viña (Mateo  21, 29). No hay duda que estas llamadas hayan surgido en nuestro interior y que las hemos evaluado y, también, olvidado. En las citas anteriores queda totalmente expresada la persona que sabe o no sabe ser consecuente. Basta que todos analicemos el “va y viene”, “¡quién pudiera!”, “mañana, mañana” (que diría Agustín de Hipona).

    Si examinamos el nivel de nuestra vida cristiana descubrimos que al no hacer pie en la fe, estamos forzados a buscar dentro lo que no encontramos fuera. Pasamos mucho tiempo fuera de nosotros y el eco de la vida interior no se intuye, lo cual da margen amplio a salir de un camino ordenado, de no buscar una referencia de ordenar la vida y, finalmente, a no tener voluntad para comprometerse con la llamada de la gracia. Los cristianos vivimos hoy y estamos en el riesgo de no creer que “el proceder de Dios es justo”, que la vida tiene mucho de superficialidad y, por ello, queremos solo “encerrarnos en nuestros intereses”, que podemos oír la voz de Dios que nos invita a “trabajar en la viña” y... ¿escuchamos?

    Hay muchos vuelcos en nuestro interior y el margen de lo Absoluto se nos hace ¿hasta qué punto peligroso? Es como si Dios fuera un Ser que nos llama a deshora o que nos quisiera alejar de nuestro sopor. ¿Es tan claro que sea así? De hecho, la Palabra de Dios nos ofrece un panorama más positivo que hace posible la vida en una profundidad más verdadera y hasta cierto punto más necesaria para buscar y escuchar a Dios. Las tres lecturas de hoy parten de una lógica desde Dios y así lo decimos también en el salmo responsorial: Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna. La oración se vuelve hasta casi una exigencia y no es así. Basta con recordar que Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; de ahí, una actitud: “arrepentíos y viviréis”.

    El cristiano, en su persona, como también en el ámbito de la comunidad eclesial, siente la necesidad, según san  Pablo, de buscar los “sentimientos de Jesús”, algo así como aprender a vivir desde una profundidad que solamente se puede encontrar en el misterio de Cristo: es como una

    Una vez más, se nos insiste en profundizar en las bases de nuestro camino cristiano y no solo en las formas. La fe es un don de Dios que se nos ha concedido para que nuestras personas expresen, desde la convicción de ser hijos/as de Dios, un “proceder justo” para que siempre hay una motivación de “recapacitar y de convertirnos”. No podemos olvidar esta realidad ya que ahí encontramos la razón de un Dios, con una “ternura y misericordia eternas” con nosotros.

    En este contexto podemos meditar, analizar y proceder en la referencia a la parábola de la viña. El texto evangélico de hoy no lo podemos leer ni entender sin tener en cuenta lo que antecede: la entrada en Jerusalén, la expulsión de los vendedores del templo, la higuera estéril y seca, la controversia sobre la autoridad de Jesús. Así encaja la parábola. De hecho, la parábola pretende llevar a los escribas y fariseos a una reflexión sobre sí mismos, sobre su conducta con relación al reino de Dios.

    Muchas veces hemos quedado en la parte primera de la parábola y eso nos ha llevado a una reflexión muy fácil hasta el punto quedar como espectadores cuando en realidad es una llamada para todos nosotros. El Señor reclama nuestra atención al final de la parábola y sin perder de vista a quiénes la dirige: a aquellos que cumplen la ley y luego no son consecuentes. A veces hemos dejado la parábola en los dos hijos y cada cual con su propia respuesta media al principio y creyendo que al final está la solución. La referencia del Señor nos lleva a clarificar cómo las personas, a primera vista, vuelven al buen camino mientras que los “seguros” de sus cumplimientos externos no son luego fieles a la invitación del Señor.

    Recordemos un peligro: la parábola, en primer tiempo, se dirige a los oyentes de Jesús pero ahora los oyentes somos nosotros ante la Palabra de Dios y eso requiere por nuestra parte ser sinceros. ¿Escuchamos al Señor en nuestra vida? De todos modos, sintamos la necesidad de que Dios nos llame y le escuchemos ya que tenemos siempre su garantía: Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia, derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia, para que, deseando lo que nos prometes, consigamos los bienes del cielo (Oración colecta)
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      ¿Cómo responder al Señor? ¡Ea, hermanos! Volveos a vuestro interior, examinaos, interrogaos, 
respondeos la verdad y juzgaos sin consideración hacia vuestra persona, emitid una justa sentencia. Eres cristiano, frecuentas la iglesia, escuchas la palabra de Dios y te emocionas de alegría con su lectura. Tú alabas a quien la expone, yo busco quien la cumpla; tú –repito- alabas a quien habla, yo busco quien la cumpla. Eres cristiano, frecuentas la iglesia, amas la palabra de Dios y la escuchas de buena gana. Ve lo que te propongo, examínate al respecto, estate pendiente de ello, sube al tribunal de tu mente, ponte en presencia de ti mismo, y júzgate; y si encuentras que eres un malvado, corrígete.
 He aquí la propuesta. Dios, en su ley, en la que dio a su primer pueblo, a aquellos por quienes aún no había muerto Cristo, ordena que se devuelva lo hallado, por ser de otro. Si alguien, por ejemplo, encuentra en la calle una bolsa de otro llena de monedas de oro, debe  restituirla. ¿Y si no sabe a quién? No pondrá la excusa si no está dominado por la avaricia (san Agustín en Sermón 178, 6- 7).  

perspectiva en la que prevalece el ejemplo del Maestro para creer y expresar una vida en Cristo Jesús. Esta perspectiva, que da incluso ganas de vivir con alegría, se sustenta en un siempre querer vivir “los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. Y esto nos orienta a buscar el modelo en el cual debe estar nuestra esperanza. El gusto de que sea el Maestro quien dirija nuestra vida es un constante aliciente toda vez que su presencia es para nosotros seguridad y vivo ejemplo. 
P. Imanol Larrínaga.

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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