XIX Domingo del Tiempo Ordinario (A)
1R 19,9a.11-13ª; Rm 9,1-15; Mt 14,22-23
Los pasados domingos hemos oído varias parábolas de Jesús para explicar y exponer su mensaje o las características del reino de Dios. En el hecho que nos narra hoy el evangelio vemos una reflexión sobre la Iglesia, acosada siempre por peligros y persecuciones. También por problemas internos.
Los discípulos van en una barca que es golpeada por el oleaje y el viento contrario. Incluso ellos se tambalean y pierden su fe en Jesús, porque creen que está ausente. Pero Jesús se acerca, amaina el viento y se hace la calma.
Dicen los entendidos en Biblia que cuando Mateo escribe este relato, la comunidad cristina, la Iglesia, en la que él vivía, estaba pasando por momentos de desconcierto y desánimo. Arreciaban las persecuciones, muchos cristianos estaban nerviosos y desconcertados. Pensaban que Jesús estaba ausente y, en consecuencia, la fe primera, fuerte y vigorosa, se estaba debilitando y muriendo.
Mateo ve en esta situación de la Iglesia de su tiempo mucho parecido con lo que les pasó a los discípulos en aquella famosa madrugada, después de la multiplicación de los panes.
También nosotros podemos pensar que la situación en la que se encontraba la primitiva Iglesia, cuando Mateo escribe su evangelio, no es muy distinta de la situación en la que se encuentra nuestra Iglesia de hoy.
La barca simboliza la Iglesia. El mar en el que navega hoy nuestra Iglesia es un mar hostil, el mundo del mal, y los vientos que hoy soplan más fuertes en nuestra sociedad son vientos que intentan hundir la Iglesia y nuestra fe en Jesús.
La Iglesia ha sufrido a través de los tiempos muchas persecuciones, contratiempos y grandes dificultades. Persecuciones físicas, violentas, con muchos mártires. Hoy mismo en muchos países árabes se persigue a los cristianos.
Y no me refiero tanto a los poderes públicos, cuanto a la misma sociedad: ciertos medios de comunicación social, ataques a la Iglesia, críticas graves infundadas, calumnias, la ridiculizan, se ríen de lo más sagrado. Es una persecución muy sutil, pero real. Y problemas también dentro de ella misma. Y algunos escándalos.
Todo eso induce a muchos cristianos a dudar de su fe, a alejarse de la Iglesia, a no ver a Cristo cerca, sino lejos.
¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo! Jesús no nos dice hoy esto a través de los grandes medios de comunicación, ni en los usos y costumbres de la sociedad en la que hoy vivimos. Pero sigue diciéndonoslo a través de la Iglesia y de muchísimos cristianos santos y comprometidos que, con su ejemplo y con su palabra, han sabido y saben hacer frente a las dificultades externas en las que les ha tocado y les toca vivir.
Juan Pablo II, Teresa de Calcuta, son sólo unos nombres muy conocidos entre los miles de cristianos valientes que, en medio de dificultades tremendas, han sabido y saben mantener firme el testimonio de su fe. Como lo fue en su día san Agustín. Y mucho antes, los apóstoles.
Es necesario que hoy todos los cristianos vivamos y proclamemos con valentía nuestra fe en el único Dios verdadero, en Jesucristo, en Jesús de Nazaret, un Dios santo y cercano, pródigo en misericordia y en amor, en los valores del evangelio. Este Dios es el que nos dice: ¡ánimo, yo estoy con vosotros y entre vosotros, no tengáis miedo!
A los discípulos que iban en la barca, las dificultades y contratiempos que han tenido les ha servido para unirse más a Cristo. Al final de este episodio se postran ante Jesús y le dicen: “Realmente eres hijo de Dios”.
No podemos ser cristianos vergonzantes, sino coherentes, creyentes con una fe que no la podemos ocultar por miedo al qué dirán, por vergüenza, o por otros motivos. Todo lo contrario.
Si muchos de los que no creen hacen alarde públicamente de su ateísmo, de su negación de Dios, nosotros tenemos que manifestar lo que somos, eso sí, con respeto y tolerancia. Que sean otros los intolerantes. Nosotros, no.
No tengamos miedo. Cristo está con nosotros. Nos anima la esperanza de llegar a “buen puerto”, es decir, a la salvación que Dios ofrece a los que creen en Él. Estas son las palabras de Jesús: “El que cree en mí, aunque haya muerto, resucitará”.
P. Teodoro Baztán
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