domingo, julio 27, 2014

XVII Domingo del Tiempo Ordinario- A

 1 R 3,5.7-12; Rm 8,28-30: Mt 20.20-28

Después de tres domingos, hoy terminamos las parábolas del capítulo 13 de Mateo con la del tesoro escondido, la perla fina y la red que recoge de todo. Las tres van unidas en una misma intención: conocer y seguir a Jesús 

El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido. Un tesoro es algo que tiene mucho valor para nosotros y que, por eso mismo, deseamos adquirirlo y conservarlo. A lo largo de la vida podemos desear tener y conservar diferentes tesoros, estando dispuestos a renunciar a muchas cosas para conseguirlos. 

La salud, por ejemplo, es un tesoro que todos valoramos muchísimo. Pero también el dinero es un tesoro muy buscado por todos, y el amor, y la familia, y la amistad, y el prestigio…

Pero en el evangelio de este domingo se nos habla de un tesoro único, al que debemos subordinar todos los demás. Este tesoro único al que se refiere Jesús es el Reino de los Cielos, un Reino que él mismo instauró ya durante su vida mortal y que nosotros debemos esforzarnos para que pueda realizarse también hoy entre nosotros. 

Para no perdernos mucho en frases y conceptos podríamos decir que para nosotros, los cristianos, el Reino de los Cielos es el mismo Jesús de Nazaret. 

Jesús de Nazaret es nuestra opción fundamental, la más importante, y esta opción de-be presidir y condicionar todas las demás. Optar por Jesús es seguirle incondicionalmente, rechazando todo lo que nos impida seguirle, aunque tengamos que poner en riesgo la salud, y el dinero, y la familia, y el amor… Así lo hicieron los grandes san-tos, como San Pablo, San Agustín, San Francisco, San Ignacio, y otros muchos. 
En nuestra vida ordinaria podemos seguir apreciando los tesoros a los que hemos alu-dido antes, siempre que no se opongan frontalmente a la posesión del tesoro único del que nos habla el evangelio de hoy. Es suficiente con que la salud y el dinero y la familia y otros tesoros menores, no nos impidan en ningún caso seguir optando radical-mente por nuestro principal tesoro: Jesús de Nazaret.
Muchas palabras de Jesús en el Evangelio no dejan lugar a duda:
-el que ama a los suyos y a todo lo demás más que a mí no es digno de mí 
-no se puede servir a Dios y al dinero.

Da a tu siervo un corazón dócil para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien. El joven rey Salomón sabía muy bien lo que le convenía a él como rey y al pueblo al que debía gobernar: discernir el mal del bien. Eso es lo que le pidió al Señor y el Señor se lo concedió, dándole un corazón sabio e inteligente. La pena fue que a este joven rey el poder le corrompió y no siempre actuó de acuerdo con los dictados de un corazón sabio e inteligente. 

También nosotros debemos pedirle a Dios todos los días que nos dé un corazón dócil a su voluntad, que sepamos discernir en cada caso el bien del mal y que después actuemos en consecuencia. Las dos cosas son necesarias para vivir según la voluntad de Dios.

3.- A los que aman a Dios todo les sirve para el bien. Esta afirmación de San Pablo es algo que podemos comprobar todos los días en nuestras relaciones con personas buenas. Hay personas que saben aceptar todo lo que les ocurre con una gran paz y que todo se lo ofrecen a Dios con amor. Tanto
las desgracias como los éxitos, la salud como la enfer-medad, todo les sirve para acercarse más a Dios y para amarle más. Todo les sirve para el bien.
Son personas que tienen una gran paz interior y que tienen una fe y una confianza en Dios a prueba de bomba. Debemos pedirle a Dios que nos conceda esta gracia, la de saber aceptar los bienes y los males con serenidad interior y sin perder nunca la con-fianza en Dios.
 
Y también será importante cómo y porqué participamos en la Eucaristía. Si venimos a disfrutar de ese “tesoro” o a “cumplir” y salir corriendo. Pidámosle a Dios que nos ayude a vivir en coherencia con la fe que profesamos, con la alegría y el gozo de haber en-contrado lo más grande de nuestra vida, aquello por lo que merece la pena venderlo todo y dejarlo todo: Cristo. 

P. Teodoro Baztán

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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