XIV Domingo del Tiempo Ordinario (A)
REFLEXIÓN
Es una página muy entrañable del evangelio. Jesús pronuncia unas palabras que llegan al corazón de todos. Son palabras de quien ama de verdad, de quien se acerca en todo momento a los pobres y sencillos, a los enfermos y a los pecadores.
Un poco antes, en los versículos anteriores, Jesús se siente incomprendido y rechazado por la clase dirigente de Israel. El poder político y religioso, los que se consideraban los sabios y cumplidores de la ley, se oponen frontalmente a la persona de Jesús y su mensaje. No toleran que le siga el pueblo sencillo, que él se acerque a los pobres, que bendiga a los niños.
La reacción de Jesús al rechazo e incomprensión de los “mandamás” es pronunciar las palabras de este evangelio: una oración de agradecimiento al Padre, la autorevelación de él como el Hijo de Dios y la invitación a acercarse a él.
Jesús sabe que sólo los sencillos son capaces de entender el evangelio; los que tienen alma de pobre y corazón de niño. Al contrario de los “sabios y entendidos” (los dirigentes político-religiosos del pueblo) que se cierran en sí mismos, son arrogantes, creen que lo saben todo y desprecian a los ignorantes.
En un segundo momento Jesús se presenta como el Hijo de Dios. Viene a decir que los dos, el Padre y el Hijo, se conocen mutuamente y a fondo, que el Padre ha puesto todo en manos del Hijo, y que solamente él puede dar a conocer quién y cómo es Dios Padre.
Pero hay un tercer momento en este evangelio. Es una invitación dirigida a los sencillos, a los cansados y agobiados por el poder político y religioso a acudir a él, porque en él van a encontrar alivio y consuelo, paz interior y descanso.
El evangelio muestra la ternura con que Jesús acoge a los pequeños. El quería que los pobres encontrasen en él paz y descanso. Mucha gente no entendía esta preferencia de Jesús por los pobres y excluidos. Los sabios, los doctores de aquella época, habían creado una serie de leyes que ellos imponían al pueblo en nombre de Dios. Pensaban que Dios exigía del pueblo estas observancias.
Pero la ley del amor, traída por Jesús, decía lo contrario. Lo que importa, no es lo que hacemos para Dios, sino lo que Dios, en su gran amor, ¡hace por nosotros!
Venid a mí los que estáis fatigados y sobrecargados. Es un buen consejo para nosotros, que quizá nos encontramos cansados y sin fuerzas a estas alturas del año y buscamos lugares y momentos para descansar.
Aunque nos venga bien el descanso físico, no es éste el auténtico remedio. Jesús invita a todos los que están cansados a que vayan a Él y les promete descanso. Es la gente de aquella época, que vive cansada bajo los impuestos y las observancias exigidas por las leyes.
Muchas veces la frase “cargad con mi yugo” fue manipulada para pedir al pueblo sumisión, mansedumbre y pasividad. Lo que Jesús quiere decir es lo contrario. Pide a la gente que se fijen en El, que es "manso y humilde de corazón".
Jesús no se comporta como los escribas que se vanaglorian de su ciencia, sino como el pueblo, que vive humillado y explotado.
Jesús, el nuevo maestro, sabe por experiencia lo que pasa en el corazón de la gente y del pueblo que sufre. Si tú también estás cansado, deprimido o agobiado, pon tus ojos en Jesús. El es tu descanso. La primera ocupación de la vida es elegir lo que se ha de amar. El amor hace que sea ligero lo que los preceptos tienen de duro, escribía San Agustín.
Nosotros confundimos conocimientos con fe y es un error craso. No el que tiene más conocimientos tiene más fe. Fe es una experiencia de Dios y esa la da Dios. Y esa experiencia de Dios es la revelación que Jesús promete dar a los sencillos de corazón. La petulancia, la autosuficiencia, el racionalismo son los enemigos de la experiencia de Dios.
Si llegamos a tener esa experiencia interna del Señor todos nuestros cansancios se nos harán llevaderos. De cansancios sí entendemos. Cuantas veces desearíamos hacernos alejarnos a algún sitio escondido donde acunar nuestros cansancios, donde nos dejasen en paz. La verdadera paz, la que surge del corazón, la da solamente el Señor.
P. Teodoro Baztán
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