Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario. Ciclo C
Es el penúltimo domingo del año
litúrgico. El próximo será la fiesta de Cristo Rey y, al siguiente,
comenzará el nuevo año litúrgico con el primer domingo de adviento. La
Iglesia nos presenta en los últimos domingos del año unas lecturas que
se refieren al final de los tiempos. O, con una expresión popular, al
fin del mundo o final de la historia humana.
Es
bueno y conveniente tener en cuenta el final. No para evadirnos del
presente, que hay que vivirlo intensamente, trabajando, como nos dice
San Pablo, y mejorando las cosas, sino para no perder de vista el
sentido de nuestra vida hacia donde nos quiere llevar el Señor y qué hay
que hacer para llegar a él.
El
estudiante de una larga carrera piensa en el final de sus estudios y en
su vida profesional que vendrá después. Si no pensara en esto, podría
entregarse a la pereza y a la vida fácil. El campesino labra el campo,
siembra la semilla y cuida la labor pensando en la cosecha que llegará a
su debido tiempo. Al pensar y tener en cuenta el final, se afrontan con
más coraje las dificultades, se superan más fácilmente los malos
momentos, las fatigas y trabajos.
Puesto
esto mismo nos dice el Señor. ¿Cuál es el final para todo creyente?:
Dios o nuestro encuentro con Él. No hay otro. No hay mejor cosecha, no
hay mayor éxito profesional, no hay ideal o meta más excelente. DIOS:
Cuando
cada uno se encuentre con Dios, habrá acabado su historia personal en
este mundo. Cuando la humanidad haya sido llamada al encuentro con Dios,
unos para bien y otros para mal, en el llamado juicio final, se habrá
acabado este mundo en el que nos colocó el mismo Dios.
Jesús
emplea un lenguaje apocalíptico al referirse a estos temas. En el
lenguaje apocalíptico, muy utilizado en algunos libros de la Biblia, no
hay que tomar al pie de la letra cada una de las expresiones que en él
aparecen. Hay que fijarse en el mensaje que encierran, o en el contenido
de ese mensaje.
El
mensaje de Jesús es de esperanza. Por la maldad del hombre ha habido
siempre guerras y destrucciones. Y las sigue habiendo hoy en el mundo. Y
por la fragilidad de la propia naturaleza ha habido y habrá catástrofes
y desastres. Pero no hay que temer. “No tengáis pánico, nos dice, con
vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. Jesús nos invita a
entender este anuncio como un mensaje de salvación.
Es
como si dijera el padre a su hijo que va a iniciar sus estudios
universitarios: Vas a encontrar dificultades, el estudio no es fácil, te
va a exigir mucho esfuerzo y dedicación, pero no tengas miedo, eres
capaz de salir airoso y yo te ayudaré en todo lo que pueda. Al final,
triunfarás.
En
este caminar hacia el encuentro glorioso con Dios tenemos que trabajar.
Que no nos tenga que decir San Pablo lo que decía a los cristianos de
Tesalónica, que, por creer que era inminente el día final, se entregaban
a la vagancia: Me he enterado de que algunos viven sin trabajar, muy
ocupados en no hacer nada.
¿Qué
tal que el campesino pretendiera recoger una gran cosecha sin haber
hecho nada para alcanzarla? No vale decir que somos seguidores de Jesús
cuando todo nos va bien, cuando el camino es fácil, cuando no
encontramos contratiempos en la vida ni tuviéramos tentaciones para
luchar y vencer... En las dificultades y pruebas es donde se prueba el
verdadero carácter, la valía de nuestra personalidad y, en nuestro caso,
la fe en Cristo.
Unas
palabras de san Agustín: Mientras nos hallamos en este mundo, no nos
perjudicará el caminar aquí abajo, siempre que procuremos tener el
corazón en lo alto. Al fijar nuestra esperanza en lo alto, tenemos
clavado el ancla en lugar sólido para resistir cualquier clase de olas
de este mundo, no por nosotros mismos, sino por aquel por quien está
clavada nuestra esperanza, Cristo.
¿Cuál
es la tarea que hoy nos recomienda Jesús mientras vivimos en este
mundo? Dar testimonio. Es decir, demostrar con nuestra vida lo que
creemos. El cristiano es testigo de Jesús si vive lo que cree. Y en esta
tarea, difícil pero muy hermosa, no nos encontram
P. Teodoro Baztán
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