Domingo 15 (C) (De 3010-14; Col 1,15-20; Luc 10,25-37)
Este pasaje, tan conocido, tan
claro y directo, es fundamental para entender y aceptar todo el mensaje
de Jesús. El maestro de la ley no hacía de buena fe esta pregunta a
Jesús. Aún así, nunca le agradeceremos suficientemente su intervención.
Sin ella, tal vez no hubiéramos conocido una de las parábolas más
hermosas de Jesús.
Toda
parábola contiene un mensaje. La parábola viene a ser una historieta
que se inventa Jesús para decirnos algo importante. Por ejemplo, ésta,
llamada del buen samaritano.
Se
le acerca un maestro de la ley, de los que creen saberlo todo, y quería
probar la sabiduría o el conocimiento bíblico de Jesús. Quería ponerlo a
prueba, dice el evangelio. Le pregunta: Maestro, ¿qué tengo que hacer
para heredar la vida eterna? Pienso que es la pregunta que en un momento
o en otro nos formulamos todos: ¿Me salvaré? ¿Me condenaré? ¿Qué tengo
que hacer para heredar la vida eterna?
El
maestro de la ley conocía muy bien los mandamientos de la ley de Dios, y
los cumplía quizás al pie de la letra. Pero se atenía sólo a la pura
letra, al cumplimiento externo y ritualista de lo que estaba mandado. Y
se olvidaba de lo más importante: del espíritu de la ley. Si la ley
mandaba que no se podía trabajar en sábado o que había que llegar
puntualmente a los ritos del templo, pues no se podría ayudar a un
herido caído en la cuneta de un camino si eso impedía llegar
puntualmente al templo. Por ejemplo. La ley era lo primero.
Y
viene Jesús y dice que lo primero, lo más importante, lo básico, lo
fundamental es el amor, el amor a Dios por encima de todo, y al prójimo,
cualquiera que él sea. Más todavía, nos dice Jesús que ambos amores
vienen a ser uno solo, inseparables los dos. Desde Jesús, ambos formarán
un solo mandamiento. Esta será en adelante la verdadera ley. En otro
lugar dirá que la ley está en función del hombre, y no el hombre en
función de la ley.
Pero
hay otra pregunta del maestro de la ley que encuentra en Jesús una
respuesta llena de sentido. ¿Y quién es mi prójimo? Ciertamente prójimo
es todo hombre o mujer, todo ser humano. Pero Jesús tiene y nos ofrece
una visión nueva. En el caso de que haya alguien que necesita algo de
mí, (consuelo, algún servicio, ayuda económica, apoyo o compañía), en la
mente de Jesús el prójimo es aquel que se aproxima o se acerca al
necesitado. En palabras de Jesús, el prójimo de la parábola es el
practicó misericordia con el herido. No es tanto el herido, cuanto el
que se acerca a él. Por lo tanto, prójimo no es para mí el otro, sino
que prójimo soy yo cuando me acerco al otro y le ayudo.
¿De
quién debemos hacernos prójimos en primer lugar? ¿A quién debemos
acercarnos y ayudar ante todo? La respuesta es clara: al herido física o
moralmente, al necesitado, al enfermo, a quien sufre soledad y
abandono, al explotado. O sea, tener compasión, dar de lo que uno tiene
(como el buen samaritano) acercarse con amor. Es la invitación de Jesús.
Las palabras al letrado las dirige también a nosotros. Le dice y nos
dice: Anda y haz tú lo mismo.
De
los tres transeúntes de la parábola: el sacerdote, el levita y el
samaritano, solamente este último (extranjero, rechazado y odiado por
los judíos por ser samaritano), siente verdadera compasión del herido,
se acerca a él, no repara en molestias, no duda, no le importa
complicarse la vida, le atiende lo mejor posible, lo lleva a un
hospedaje, paga los gastos necesarios y lo deja en buenas manos,
recuperándose de sus heridas. El sacerdote judío y el levita se
desentienden de él, van a su culto dando un rodeo para no complicarse la
vida. Para ellos era más importante el culto en el templo que la
atención al herido.
Tiene
vida solamente el que la da, o el que se da con amor al necesitado. Lo
dice el mismo Jesús: Haz esto y tendrás vida. En palabras del mismo
Jesús, quien se busca sólo a sí mismo, quien mira únicamente por su
propio bien, se pierde. Pero el que se da al otro se encuentra con una
vida más plena de sentido, se encuentra con el mismo Dios.
Queda
claro qué es lo que hay que hacer para tener vida, o heredar la vida
eterna, que por ahí iba la pregunta del maestro de la ley: amar al
hermano, no sólo como a uno mismo, que ya sería mucho, sino como nos ama
Cristo, que es mucho más: Amaos como yo os he amado. Con un amor
generoso, sacrificado muchas veces, no sólo de palabra, sino con hechos
concretos, especialmente a quien más lo necesita, sea
quien sea. Sabiendo, además, que quien no ama de esta manera al hermano no ama a Dios. Y quien no ama de esta manera, él mismo se cierra la puerta que lleva a la vida.
quien sea. Sabiendo, además, que quien no ama de esta manera al hermano no ama a Dios. Y quien no ama de esta manera, él mismo se cierra la puerta que lleva a la vida.
P. Teodoro Baztán
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