domingo, julio 31, 2011

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Ellos sufren todo eso por el oro, nosotros por ti. Rom 8, 35.37-39

Tratándose de la fiesta de los santos mártires, ¿de qué podemos hablar mejor que de la gloria de los mismos? Ayúdenos el Señor de los mártires, puesto que él es su corona. Hace poco escuchamos al bienaventurado Pablo que pregonaba el grito de los mártires: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? Tal es el grito de los mártires. ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿Los peligros? ¿La espada? Porque está escrito: Por ti somos mortificados todo el día y considerados como ovejas de matadero. Pero en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó (Rom 8, 35-37). Este es el grito de los mártires: soportando todo, no presumir de sí mismos y amar a quien es glorificado en los suyos, para que quien se gloríe, se gloríe en el Señor (1 Cor 1, 31). Ellos conocían también lo que hace poco hemos cantado: Alegraos en el Señor y exultad justos (Salmo 31, 11). Si los justos se alegran en el Señor, los injustos no saben alegrarse más que en el mundo.

Pero éste es el primer ejercicio que hay que vencer: primero hay que vencer al placer y luego al dolor. ¿Cómo puede superar la crueldad del mundo quien es incapaz de superar sus halagos? Este mundo halaga prometiendo honores, riquezas, placer; este mundo amenaza sirviéndose del dolor, la pobreza y la humillación. Quien no desprecia lo que él promete, ¿cómo puede vencer sus amenazas? Las primeras causan su propio deleite, ¿quién lo ignora? Pero la justicia lo tiene aún mayor. Halla su deleite en las riquezas, pero acompañadas de la justicia. Cuando se te presenta una tentación de este género, es decir, cuando se te junten ambas cosas: las riquezas y la justicia, y no puedas quedarte con ambas, de forma que, si echas la mano a las riquezas, pierdes la justicia, y si te quedas con la justicia, pierdes las riquezas, elige y lucha; es el momento de ver si no cantaste sin motivo: Alegraos en el Señor y exultad justos; es el momento de ver si no escuchaste sin motivo: ¿Quién nos separará del amor de Cristo? El Apóstol pasó ciertamente por alto todos los halagos del mundo, y quiso que los recordases tú, el halagado por el mundo. ¿Por qué? Porque anunciaba de antemano los combates de los mártires; aquellos combates en que vencieron la persecución, el hambre, la sed, la penuria, la deshonra y, por último, el temor de la muerte y al más cruel de los enemigos”.

Mas considerad, hermanos, que todo es obra del arte de Cristo. El Apóstol nos invita a preferir el amor de Cristo al del mundo.¿Cuántas estrecheces han de pasar quienes quieren robar las cosas ajenas? ¿La persecución? Ni la persecución los quiebra. Se siente aterrorizado por la avaricia; el avaro roba y teme el castigo, pero arde en deseos de robar. Muchos sufren también hambre con tal de adquirir y acumular ganancias; a los tales les mandamos ayunar, y se excusan con el estómago. Emplean todo el día en contar sus riquezas, y se van a dormir en ayunas.

¿La desnudez?, dijo.¿Qué puedo decir de la desnudez? Cada día vemos navegantes salir desnudos del naufragio y volver a navegar en medio de peligros. ¿Por qué los hombres se meten a diario en peligros sino para adquirir riquezas? Ni siquiera la espada se lo impide. La falsedad es un crimen capital, y, no obstante, se manipulan las herencias. Así, pues, si todo esto merece la ambición temporal, ¿cómo no lo va a merecer la herencia que es Cristo? El avaro dice en su corazón lo que quizá no se atreve a decir con su lengua: ¿Quién nos separará de la ambición del oro? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿La persecución? Todos los avaros pueden decir al oro: 'Por ti somos llevados a la muerte día a día'.

Con razón, pues, dicen los santos mártires en el salmo: Júzgame, oh Dios, y distingue mi causa de la gente malvada (Salmo 42, 1). Distingue, dijo, mi tribulación, pues tribulaciones las sufren también los avaros. Distingue mis angustias, pues las sufren también los avaros. Distingue mis persecuciones, pues las sufren también los avaros. Distingue mi hambre, pues, con tal de adquirir el oro, la sufren también los avaros. Distingue mi desnudez, pues por el oro se desnudar también los avaros. Distingue mi muerte, pues por el oro mueren también los avaros. ¿Qué significa: Distingue mi causa? Por tí somos llevados a la muerte día a día (Rom 8, 36). Ellos sufren todo eso por el oro, nosotros por ti. La pena es igual, pero distinta la causa. Si la causa es distinta, la victoria está asegurada. Por tanto, si miramos a su causa, amaremos estas fiestas de los mártires. Amemos en ellos no sus sufrimientos, sino la causa de los mismos; pues si amamos solamente sus sufrimientos, encontraremos a muchos que sufren cosas peores por causas malas. Pero fijémonos en la causa; mirad la cruz de Cristo; allí estaba Cristo y allí están los ladrones. La pena era igual, pero diferente la causa. Un ladrón creyó, otro blasfemó. El Señor, como en un tribunal, hizo de juez para ambos; al que blasfemo lo mandó al infierno; al otro lo llevó consigo al paraíso. ¿Por qué esto? Porque, aunque la pena era igual, la causa de cada uno era diferente. Elegid, pues, las causas de los mártires, si queréis alcanzar su palma.
Sermón 335.

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