sábado, julio 23, 2011

Domingo XVII

Las etapas hacia Dios
Rom 8,28-30


Este es el orden por el que nos encaminamos a la vida eterna de este modo: primeramente detestamos nuestros pecados; a continuación, viviendo bien, a fin de que, después de la condenación de esta vida mala y la ejecución de la buena, merezcamos la eterna. En efecto, Dios, conforme al designio de su ocultísima justicia y bondad, a los que predestinó, a estos mismos llamó; y a los que llamó, a los mismos también justificó; y a los que justificó, a los mismos glorificó. (Rom 8,30). Nuestra predestinación no se hizo en nosotros, sino en El y en lo oculto, en su presencia. Las tres cosas restantes, la vocación, la justificación y la glorificación, se hacen en nosotros. Somos llamados por la predicación de la penitencia, pues así comenzó el Señor a evangelizar: Haced penitencia, porque se acercó el reino de los cielos (Mt 3,2; 4,7) . Somos justificados por el llamamiento de la misericordia y por el temor del juicio; de aquí que se dice: Sálvame, Dios, en tu nombre y júzgame con tu poder (Sal 53, 3). No teme ser juzgado el que antes pidió ser salvado. Llamados, renunciamos al diablo por la penitencia para permanecer bajo su yugo. Justificados, sanamos por la misericordia para que no temamos el juicio. Glorificados, pasamos a la vida eterna, en donde sin fin alabaremos a Dios. A esto (a estas tres cosas) se refiere, según creo, lo que dice el Señor: Ved que arrojo demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día fenezco. Lo cual también lo demostró en el triduo: de su pasión, muerte y resurrección, puesto que fue crucificado, sepultado y resucitó. En la cruz triunfó de los príncipes y potestades, en el sepulcro descansó y en la resurrección fue ensalzado.

La penitencia atormenta, la justicia pacifica y la vida eterna glorifica. La voz de la penitencia es: Apiádate de mí, ¡oh Dios!, según tu gran misericordia; y según la multitud de tus piedades borra mi iniquidad. Esta, la penitencia, ofrece en sacrificio a Dios: el espíritu atribulado y el corazón contrito y humillado. La voz de la justicia de Cristo en los elegidos es: Misericordia y juicio te cantaré, ¡oh Señor!; salmearé y entenderé en el camino inmaculado cuando vengas a mí. Efectivamente, por la misericordia nos ayuda para obrar justicia a fin de que nos presentemos seguros al juicio, en donde son exterminados de la ciudad del Señor todos los que obran iniquidad. El versillo con el que concluye este salmo (100) es la voz de la vida eterna.

Comentario al salmo 150,3

0 comentarios:

Related Posts with Thumbnails

Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

  © Blogger templates The Professional Template by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP