martes, junio 28, 2011

San Pedro y San Pablo

Como sabéis, el Señor Jesús eligió antes de su pasión a sus discípulos, a quienes llamó apóstoles. Entre ellos sólo Pedro ha merecido personificar a toda la Iglesia casi por doquier. En atención a esa personificación de toda la Iglesia, que sólo él representaba, mereció escuchar: Te daré las llaves del reino de los cielos (Mt 16, 19). Estas llaves no las recibió un solo hombre, sino la unidad de la Iglesia. Por este motivo se proclama la excelencia de Pedro, porque era figura de la universalidad y de la unidad de la misma Iglesia, cuando se le dijo: Te daré, lo que en realidad se daba a todos. Para que veáis que es la Iglesia la que recibió las llaves del reino de los cielos, escuchad lo que dice en el otro lugar el Señor a sus apóstoles: Recibid el Espíritu Santo. Y a continuación: A quien perdonéis los pecados le quedarán perdonados, y a quienes se los retengáis le serán retenidos (Jn ,20 22.23). Esto se refiere al poder de las llaves, del que se dijo: Lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo, y lo que atéis en la tierra queda atado en el cielo (Mt 16, 19). Pero lo de antes se dijo sólo a Pedro.

Para ver que Pedro personificaba entonces a toda la Iglesia, escucha lo que se le dice a él, y en él a todos los santos fieles: Si un hermano peca contra ti, corrígele a solas. Si no te escucha, llama a otro u otros dos, pues está escrito: “En boca de dos o tres testigos será firme toda palabra. Si tampoco a ellos escucha, dilo a la Iglesia, y si ni a ella escucha, sea para ti como un pagano o un publicano. En verdad, en verdad os digo: lo que atéis en la tierra quedará atado también en el cielo, y lo que desatéis en la tierra, será desatado también en el cielo (Mt 18, 15-18). La paloma ata, la paloma desata Ata y desata el edificio levantado sobre la Piedra. Teman los atados, teman los desatados. Los desatados teman ser atados; los atados oren para ser desatados. Cada uno está atado por los lazos de sus pecados (Prov 5, 22). Fuera de esta Iglesia nada se puede desatar. A un muerto de cuatro días se le dice: Lázaro, sal fuera (Jn 11, 43). Y salió del sepulcro, ligado de pies y manos con las vendas. El Señor despierta al muerto para que salga del sepulcro, si toca el corazón para que salga fuera la confesión del pecado. Pero todavía está algo atado. En consecuencia, después que Lázaro salió del sepulcro, el Señor ordenó a sus discípulos, a quienes había dicho: Todo lo que desatéis en la tierra será desatado en el cielo. Desatadlo y dejadlo marchar (Jn11, 44). Lo resucitó personalmente y lo desató mediante sus discípulos.

Venga también Saulo, convertido en Pablo; el lobo convertido en oveja; el que primero fue enemigo, luego apóstol; primero perseguidor, luego predicador. Venga, reciba cartas de los príncipes de los sacerdotes para conducir al tormento, encadenados, a los cristianos que encuentre por doquier. Recíbalas, recíbalas; póngase en camino, marche, ansíe muertes, esté sediento de sangre; el que habita en los cielos se reirá de él. Machaba, pues, según está escrito, ansiando muertes, y ya estaba cerca de Damasco. Entonces le dice el Señor desde el cielo: Saulo, Saulo, por qué me persigues (Hch 9, 1.4). Yo estoy aquí y estoy ahí; en el cielo tengo la cabeza, en la tierra el cuerpo.

No nos extrañemos, hermanos, de pertenecer al cuerpo de Cristo. Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Cosa dura es para ti dar coces contra el aguijón (Hch 9, 5). A quien haces daño es a ti, pues mi Iglesia crece con las persecuciones. Y él, lleno de pavor y temblor, respondió: ¿Quién eres tú, Señor? Y él: Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Transformado al instante, espera órdenes. Depone el odio y se dispone a obedecer. Se le indica lo que ha de hacer. Antes de que Pablo recibiese el bautismo, dijo el Señor a Ananías: Vete a tal aldea, a un hombre llamado Saulo, y bautízalo porque es para mí vaso de elección (Ibid. 9, 11.15). El vaso debe contener algo, pues no debe estar vacío. El vaso ha de ser llenado. ¿De qué sino de gracia? Pero Ananías respondió a nuestro Señor: “Señor, he oído que este hombre ha hecho mucho mal a tus santos. Incluso ahora trae cartas de los príncipes de los sacerdotes, para que, dondequiera que encuentre hombres de este camino, los lleve encadenados. Y el Señor le respondió: “Yo le mostraré lo que le conviene sufrir por mi nombre (Ibid. 9, 13.16). Con sólo oír el nombre de Saulo, Ananías se puso a temblar; la fama del lobo hacía temblar a la oveja flaca, incluso estando bajo el callado del pastor.

Ved que el Señor le mostró lo que le convenía que padeciese por su nombre. Luego lo ejercitó en el trabajo. Hubo de sufrir cadenas, azotes, cárceles y naufragios. El Señor mismo le procuró la pasión y lo condujo a la gloria de este día. En un solo día celebramos la pasión de ambos apóstoles. Pero ellos dos eran una unidad; aunque padecieron en distintas fechas, eran una unidad. Pedro fue delante, Pablo fue detrás. Antes se llamaba Saulo, luego Pablo, porque antes era soberbio, ahora humilde. Saulo proviene de Saúl, el perseguidor del santo David. Fue derribado como perseguidor y levantado como predicador. Cambió el nombre de la soberbia por el de la humildad. Pablo, en efecto, significa pequeño. Examinad vuestra misma forma de hablar. ¿No decimos a diario: Post paululum te veré; Paulo después haré esto o aquello?, es decir, después de un poco te veré y después de poco haré esto o aquello? ¿Qué es, pues, Pablo? Pregúntale a él mismo. Yo soy, dijo, el menor de los apóstoles (1 Cor 15, 9).

Celebramos este día de fiesta, hecho sagrado para nosotros por la sangre de los apóstoles. Amemos la fe, la vida, los trabajos, los sufrimientos, la confesión y predicación de la fe. Es el amor, no la celebración carnal de la fiesta lo que nos hace progresar. ¿Qué piden de nosotros los mártires? De algo carecen, si es que aún requieren las alabanzas de los hombres. Si aún buscan que los alaben los hombres, es que todavía no han vencido. Pero, si han vencido, nada requieren de nosotros para ellos mismos; si requieren algo, es por nosotros mismos. Hagamos que nuestro camino transcurra ante la mirada del Señor. Era estrecho y escarpado y estaba lleno de zarzas, pero el paso de tantos otros lo ha hecho suave. El mismo Señor fue el primero en pasar por él; pasaron también los intrépidos apóstoles; luego los mártires, niños, mujeres, chiquillas. Pero ¿quién estaba en ellos? El que dijo: Sin mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5)”.

Sermón 295,2, 6-8.

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