martes, mayo 10, 2011

Martes III Semana de Pascua

Cuando oramos somos todos mendigos de Dios
Mt. 18,21-35

Ayer nos advirtió el Señor que no nos despreocupáramos de los pecados de nuestros hermanos.. El capítulo siguiente que hemos escuchado cuando se leyó hoy trata del mismo tema. Habiendo dicho eso el Señor Jesús a Pedro, inmediatamente preguntó al Maestro cuántas veces debía perdonar al hermano que hubiera pecado contra él; y quiso saber si bastaba con siete veces. El Señor le respondió: No sólo siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mt 18, 22) A continuación le puso una parábola terrible en extremo: El reino de los cielos es semejante a un padre de familia, que se puso a pedir cuentas a sus siervos, entre los cuales halló uno que le debía diez mil talentos. Y habiendo ordenado que se vendieran todos sus bienes e incluso él y su familia, cayendo de rodillas en presencia de su señor, le pedía un plazo de tiempo, y obtuvo la remisión de todo.

Como hemos escuchado, se compadeció el señor y le perdonó la deuda en su totalidad. Pero él, libre de la deuda, aunque siervo de la maldad, después que salió de la presencia de su señor, encontró también a un deudor suyo, quien le debía, no diez mil talentos -ésta era su propia deuda-, sino cien denarios; comenzó a arrastrarlo medio ahogándolo y a decirle: Restituye lo que me debes. Aquél rogaba a su consiervo, del mismo modo que éste había rogado a su señor, pero no halló a su consiervo, del mismo modo que este había rogado a su señor, pero no halló a su consiervo, como este había hallado a su señor. No sólo no quiso perdonarle la deuda; ni siquiera le concedió el plazo de tiempo. Libre ya de la deuda a su señor, le estrujaba para que le pagase. Esto desagradó a los consiervos, quienes comunicaron a su señor lo que había sucedido. El señor mandó presentarse al siervo y le dijo: Siervo malvado, aunque tanto me debías, me apiadé de ti y te lo perdoné todo; ¿no convenía, por tanto, que también tú te apiadases de tu consiervo como lo hice yo contigo? Y ordenó que se le exigiese todo lo que le había perdonado.

Propuso esta parábola para nuestra instrucción con el deseo que gracias a su amonestación no pereciésemos. Así, dijo, hará con vosotros vuestro Padre celestial, si cada uno de vosotros no perdona de corazón a su hermano (Mt 18, 35) Ved, hermanos, que la cosa está clara y que la amonestación es útil. Se debe, pues, la obediencia realmente salutífera para cumplir lo mandado. En efecto, todo hombre, al mismo tiempo que es deudor ante Dios, tiene a su hermano por deudor. ¿Quién hay que no sea deudor ante Dios a no ser aquel en quien no puede hallarse pecado alguno? ¿Quién no tiene por deudor a su hermano, a no ser aquel contra quien nadie ha pecado? ¿Piensas que puede encontrarse en el género humano alguien que no esté encadenado a su hermano por algún pecado? Todo hombre, por tanto, es deudor, teniendo también sus deudores. Por esto el Dios justo te estableció la norma cómo comportarte con tu deudor, norma que él aplicará con el suyo.

Dos son las obras de misericordia que nos liberan; el Señor las expuso brevemente en el Evangelio: Perdonad y se os perdonará; dad y se os dará (Lc 6, 37-38). El perdonad y se os perdonará, mira al perdón; el dad y se os dará se refiere al prestar un favor. Referente al perdón, tú no sólo quieres que se te perdone tu pecado, sino que también tienes a quien poder perdonar. Por lo que se refiere al prestar un favor, a ti te pide un mendigo, y también tú eres mendigo de Dios. Pues, cuando oramos, somos todos mendigos de Dios; estamos en pie a la puerta del padre de familia; más aún, nos postramos y gemimos suplicantes, queriendo recibir algo, y este algo es Dios mismo. ¿Qué te pide el mendigo? Pan. ¿Y qué es lo que pides tú a Dios sino a Cristo que dice: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo? (Jo 6, 51) ¿Queréis que se os perdone? Perdonad: Perdonad y se os perdonará. ?Queréis recibir? Dad y se os dará (Lc 6, 37-38)”.

Pero escuchad algo que en este precepto tan claro puede crear dificultad. Respecto a la remisión en la que se pide y se debe conceder el perdón, puede causar dificultad lo que la causó a Pedro. ¿Cuántas veces, preguntó, debo perdonar? ¿Basta con siete? No basta, dijo el Señor: No te digo: Siete, sino: Setenta veces siete (Mt 18, 21-22). Comienza ya a contar cuántas veces ha pecado contra ti tu hermano. Si lograras llegar hasta setenta y ocho, es decir, pasar de las setenta y siete, entonces maquina ya tu venganza. ¿Es tan cierto eso que dice? ¿Están las cosas así, de forma que, si pecare setenta y siete, ya te es lícito no perdonarle? Me atrevo a decir, sí, me atrevo, que aunque pecare setenta y ocho veces has de perdonarle. He dicho que, aunque pecare setenta y ocho veces, debes perdonarle. Y lo mismo si pecare cien veces. ¿Para qué estar dando cifras? Cuantas veces pecare, absolutamente todas esas veces has de perdonarle. Entonces, ¿me he atrevido a sobrepasar la medida del Señor? Él puso el límite para el perdón en el número setenta y siete; ¿presumiré de sobrepasar ese número? No es cierto; no he osado añadir nada. He escuchado a mi mismo Señor que habla por el Apóstol, en un lugar en que no está prefijado ni la medida ni el número: Perdonándoos unos a otros, si alguno tiene alguna queja contra otro, como Dios os perdonó en Cristo (Col 3, 13).

Ahí tenéis el modelo. Si Cristo te perdonó los pecados setenta y siete veces y sólo hasta ese número, negando el perdón una vez superado, pon también tú un límite, pasado el cual no perdones. Si, en cambio, Cristo encontró en los pecadores millares de pecados y los perdonó todos, no rebajes la misericordia, pide más bien que se te resuelva el enigma de aquel número. No en vano habló el Señor de setenta y siete veces, puesto que no existe culpa alguna a la que debas negar el perdón. Fíjate en aquel siervo que, aunque tenía un deudor, debía él diez mil talentos. Pienso que los diez mil talentos equivalen, como mínimo, a diez mil pecados. Y no quiero entrar en si el talento encierra todos los pecados. Aquel su consiervo, ¿cuánto le debía? Cien denarios. ¿No es esto ya más de setenta y siete? Sin embargo, el Señor se airó porque no se los perdonó. No es sólo el número cien el que es superior a setenta y siete, sino que cien denarios equivalen tal vez a mil ases. Pero ¿qué es eso en comparación con los diez mil talentos?.

Por tanto, si queremos que se nos perdone a nosotros, hemos de estar dispuestos a perdonar todas las culpas que se cometen contra nosotros. Si repasamos nuestros pecados y contamos los cometidos de obra, con el ojo, con el oído, con el pensamiento y con otros innumerables movimientos, ignoro si dormiríamos sin talento. Por tanto, cada día en la oración pedimos y llamamos a los oídos divinos, cada día nos postramos y le decimos: Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores (Mt 6, 12). ¿Qué deudas? ¿Todas, o sólo una parte? Responderás que todas. Haz lo mismo con tu deudor. Esta es la norma a la que te has de ajustar, esta la condición que pones. Al orar y decir: Perdónanos como nosotros perdonamos a nuestros deudores, haces referencia a este pacto y acuerdo.
Sermón 83, 1-4

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