domingo, abril 03, 2011

Todos hemos nacido con la ceguera del corazón

“Esta lectura del santo evangelio recién oída es la de otras veces; pero bueno será recordarla y preservar la memoria del sopor del olvido. Además, esta lectura, si bien la conocemos hace ya mucho, nos ha producido el mismo deleite que de nueva. (Pues de este mismo milagro versa el Tratado sobre el evangelio de san Juan 44). Cristo devolvió a un ciego de nacimiento la vista, ¿qué hay en ello de maravilla? Cristo es el Médico por excelencia, y con esta merced le dio lo que había hecho imperfectamente dentro del seno materno. ¿Fue distracción o inhabilidad este dejarle sin vista? No, ciertamente; lo hizo para dársela milagrosamente más tarde.

Quizá me decís: '¿Por dónde lo sabes tú?' Se lo he oído a él mismo; hace un momento lo dijo; todos lo hemos escuchado; al preguntarle sus discípulos, diciendo: Señor, el haber nacido ciego, ¿fue culpa suya o de sus padres? La respuesta la oísteis como yo: Ni pecó éste ni sus padres; (nació ciego) para que se manifestasen las obras de Dios en él (Jn 9, 2-3). Ya veis por qué aguardaba para darle lo que entonces no le diera. No hizo entonces lo que había de hacer después; no hizo lo que sabía que haría cuando convenía. No penséis, hermanos, que sus padres no tuvieron pecado alguno, ni que al nacer él no hubiese contraído la culpa original, para cuya remisión a los niños se les administra el bautismo, cuya finalidad es borrar los pecados. Mas aquella ceguera ni fue por culpa de sus padres ni por culpa suya, sino para que se manifestasen las obras de Dios en él. Porque, si bien todos, cuando nacimos, contrajimos el pecado original,, no por eso nacimos ciegos; aunque bien mirado, también nosotros nacimos ciegos. ¿Quién, realmente, no ha nacido ciego? Ciego de corazón. Mas el Señor, que había hecho ambas cosas, los ojos y el corazón, curó también las dos”.

“Habéis visto al ciego con los ojos de la fe; le visteis pasar de no ver a ver y le oísteis errar. ¿En qué punto erraba este ciego? Lo digo: primero, en juzgar que Cristo era un simple profeta, ignorando que era el Hijo de Dios; segundo, hemos oído una respuesta suya totalmente falsa, porque dijo: Sabemos que Dios desoye a los pecadores (Jn 9, 31). Si a los pecadores no los oye Dios, ¿hay esperanza para nosotros? Si a los pecadores no los oye Dios, ¿para qué oramos y damos con golpes de pecho testimonio de nuestro pecado? Pecador era, ciertamente, aquel publicano que, junto con un fariseo, subió al templo, y mientras éste alardeaba y aireaba sus méritos, él, de pie allá lejos, con la vista en el suelo y golpeándose el pecho, confesaba sus pecados. Y el que confesaba sus pecados salió justificado del templo, y no aquel fariseo.

No hay que dudarlo: Dios oye a los pecadores; mas éste que tal decía no había lavado aún su rostro en Siloé. Habíasele aplicado en los ojos barro misterioso, pero aún no había actuado sobre su corazón el beneficio de la gracia.(Conviene recordar aquí la distinción agustiniana, frecuente en la polémica antidonatista, entre la validez del sacramento y la percepción de su fruto. El que se dé lo primero, no supone necesariamente lo segundo). ¿Cuándo lavó este ciego el rostro de su corazón? Cuando, echado de la sinagoga por los judíos, el Señor le abrió los ojos del alma; pues, habiéndole encontrado, le dijo, según hemos oído: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? ¿Quién es, Señor, respondió, para que yo crea en él? (Jn 9, 35-36). Cierto le veía ya con los ojos, mas aún no con el corazón. Esperad; ahora le verá. Respondiole Jesús: Yo soy, el que habla contigo (Ibid., 37). ¿Acaso dudó? Inmediatamente lavó su rostro Estaba, en efecto, hablando con aquel Siloé, que significa 'enviado'. ¿Quién es el enviado sino Cristo? Él lo atestiguó muchas veces, diciendo: Yo hago la voluntad de aquel que me ha enviado (Jn 4, 34; 5, 30 y 6, 38). Luego él era Siloé. Se le llegó el ciego de corazón, le oyó, creyó, adoró; lavó su faz y vio”.

Quienes le arrojaron de la sinagoga continuaron en su ceguera, como se vio en el reproche que le hicieron al Señor de haber violado el sábado, por hacer lodo con su saliva y untar los ojos al ciego. Digo 'en su ceguera', porque reprocharle al Señor las curaciones obradas por sola su palabra no era ceguera sino calumnia manifiesta. ¿Hacía, en efecto, algo en sábado cuando curaba con la palabra? Calumnia manifiesta, porque se le acusaba de mandar, se le acusaba de hablar, como si ellos no hablaran en sábado. Bien pudo, sin embargo, decir que no hablan en sábado ni otro día, porque habían dejado de alabar al verdadero Dios.

Con todo, hermanos, eso era, como dije, calumnia palpable. Le decía el Señor a un hombre: extiende la mano, y quedaba sano, y culpaban al Señor de curar en día sábado. ¿Qué hizo? ¿Qué labor ejecutó? ¿Qué peso llevó a cuestas? Mas ahora escupir en el suelo, hacer lodo y untarle al hombre los ojos, ya es hacer algo. Nadie lo dude; aquello era obrar; el Señor violaba el sábado, mas no por eso era culpable. ¿Qué significa este decir que violaba el sábado? Era la luz, y disipaba las sombras. Porque, si bien el sábado había sido preceptuado por el Señor Dios, preceptuado lo fue por el mismo Cristo, que con Dios estaba cuando aquella ley les daba, si bien había sido preceptuado por él como vislumbre de lo por venir: Que nadie os juzgue en cuanto al comer y el beber, o en materia de fiestas, o novilunios, o sábados, que no son sino sombra de las cosas que habían de venir (Col 2, 16-17). Y aquel cuyo venir anunciaban acababa de llegar.

¿Qué placer hay en andar a oscuras? Abrid, pues, los ojos, ¡oh judíos!; el Sol está en el horizonte.´-Nosotros sabemos... -¿Qué sabéis,. corazones ciegos? ¿Qué sabéis? -Que no viene de Dios hombre que así viola el sábado (Jn 9, 24.16). -¡Desgraciados, pero si el sábado, ese vuestro sábado, lo ha establecido ese Cristo de quien decís que no viene de Dios! Observáis tan carnalmente el sábado, porque no tenéis la saliva de Cristo. Mirad la tierra del sábado a la luz de la saliva de Cristo, y veréis en el sábado un anuncio profético del Mesías. Mas porque no tenéis sobre los ojos la saliva de Cristo en la tierra, no fuisteis a Siloé, ni lavasteis allí vuestra cara, y seguisteis ciegos, para bien de este ciego, o mejor, del ya no ciego ni del cuerpo ni del alma, porque recibió el lodo de la saliva, fueron untados sus ojos, se llegó a Siloé, lavó allí su faz, creyó en Cristo, vio y escapó de este juicio terrible por todo extremo: Yo he venido al mundo para un juicio, para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos”.(Jn 9,39)

Sermón 136,1-3

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