domingo, agosto 09, 2009

Agustín y Mónica: las líneas maestras de una relación que definió las líneas maestras de una vida ( Segunda Parte)


Larissa C. Seelbach

¿Qué tipo de madre era Mónica? Tenía veintitrés años cuando dio a luz a Agustín. Le crió a sus pechos, lo que no era habitual entonces (conf. 3, 4, 8). Al recién nacido le hicieron la señal de la cruz y le espolvorearon con sal (conf. I, 11, 17). Cuando, de niño, cayó gravemente enfermo, se planteó el bautismo, pero, tras la curación, no volvió a hablarse de ello (conf. I, 11, 17); pues Mónica consideraba que valía más exponer a las tentaciones venideras la materia prima y no la imagen ya formada (conf. I, 11, 18). Es típico en Agustín que, para bautizarse, se remitiera simultáneamente a la devoción de su madre y a la Iglesia como madre de todos (conf. I, 11, 17). Cita consecutivamente a Mónica y a la Iglesia, comenzando por su madre carnal, que era para él la perfecta encarnación de la Iglesia como madre.

De Patricio no sabemos gran cosa. Según cuenta Agustín, no era rico, pero para educar a sus hijos hizo sacrificios que distaban mucho de ser fáciles. Su muerte, ocurrida en 372, no se menciona en las Confesiones sino incidentalmente (conf. 3, 4, 7); no sólo se debe al hecho de que dejó muy pronto de tener influencia paterna en el hijo, sino también a que difícilmente podía Agustín elogiar públicamente a Patricio, que pasó la mayor parte de la vida sin ser cristiano. Y, de la misma forma, Mónica, que le parecía a Agustín el modelo por excelencia de la mujer cristiana a quien Dios había concedido todas las virtudes, no podía de ninguna forma estar casada con un pagano cuya valía moral hubiera sido pareja a la suya incluso sin ideales cristianos. Una imagen así del padre de Agustín habría resultado claramente contraproducente en esa obra de propaganda que son las Confesiones.

Mónica y Patricio opinaban que aquel hijo con tantas prendas tenía que llegar lejos en la vida (conf. 2, 3, 5). Por ello no hicieron de forma deliberada gestión alguna para casarlo joven (conf. 2, 2, 4), pues habría sido perjudicial para una eventual carrera. No obstante, Mónica puso a su hijo en guardia de forma insistente contra el desenfreno. Agustín, retrospectivamente, interpretó esas advertencias como una exhortación de las alturas: Dios hablaba por boca de su preocupada madre (conf. 2, 3, 7).

La lectura del Hortensio de Cicerón despertó en Agustín, que contaba a la sazón diecinueve años, un ansia de sabiduría inmortal (conf., 3, 4, 7). Por lo demás, compartía esa ansia con su madre. Para él, la sabiduría auténtica residía en Dios y lamentaba no ver en el Hortensio el nombre de Cristo. Aquel nombre, decía, lo había bebido él con la leche materna y lo había conservado en lo hondo de sí (conf. 3, 4, 8). Quedaba claro, de entrada, que las mujeres tenían un papel importantísimo en la transmisión de la fe cristiana. Su influencia era determinante para que los niños crecieran en la fe.

A Agustín lo sedujeron muy pronto los maniqueos. Mónica lloró y Dios la oyó y le envió un sueño para reconfortarla (conf. 3, II, 19). En la Antigüedad, efectivamente, nadie ponía en duda que los sueños contenían mensajes. Llama mucho la atención que todos los sueños de Mónica que cuenta Agustín se refieren a alguna crisis de la vida de él. En el caso presente, un joven que irradiaba luz se acercaba, riendo, a Mónica. Le preguntó qué le preocupaba y la exhortó a fijarse bien en lo que tenía alrededor para darse cuenta del lugar en que se encontraba exactamente; Agustín estaba en el mismo lugar; Mónica miraba y se veía, junto a Agustín, de pie encima de una regla (conf. 3, II, 19).

A Agustín lo turbaba el hecho de que Dios estuviera tan próximo a su madre (conf. 3, 11, 19). Al principio pensó que el sueño quería decir que también su madre iba a adherirse al maniqueísmo, pero se enteró de labios de su madre de que era precisamente lo contrario (conf. 3, 11, 20). “Oye bien-dijo ella-. En mi sueño no oí que yo fuera a estar en el mismo lugar que tú, sino que tú estarías en el mismo lugar que yo” (conf. 3, 11, 20).

La importancia de ese sueño es cuando menos considerable, puesto que inmediatamente después de referir su conversión, Agustín vuelve a hablar de esa regla de madera, para dejar constancia de que ahora está en la línea recta de la fe (conf. 8, 12, 30). Si damos por hecho que el joven del sueño de Mónica representa a Cristo, el relato que nos da Agustín del sueño de su madre no puede menos de parecerse a la historia bíblica de Naín, cuyo hijo resucitó Jesús para devolvérselo a su madre (Lc. 7, 15).

Ello no quita para que Agustín no se hiciera cristiano en el acto. Antes bien, se las apañó para burlar la vigilancia de su madre y embarcarse rumbo a Italia sin ella. Cuando Mónica pudo por fin reunirse con él en Milán, le contó que ya no era maniqueo, pero tampoco cristiano. No se encontró con la reacción entusiasta que esperaba, sino con la respuesta de que su madre estaba segura de que sería efectivamente cristiano antes de su muerte (conf. 6, I, I).

Tomado de San Agustín (354-430). Monje, obispo, doctor de la Iglesia

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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