domingo, enero 11, 2009

El bautismo del Señor: Saltar en paracaídas


El comienzo de la vida pública de Jesús pasa por el bautismo en el Jordán, donde recibe el Espíritu. Todos los bautizados gozamos de ese mismo Espíritu que nos capacita para transformar la realidad. Hay que atreverse a saltar.

Desconozco lo que se siente antes, durante y después del primer salto en paracaídas. Imagino que, a pesar de las clases recibidas, los momentos previos al primer salto tienen que ser de gran nerviosismo. Durante el salto supongo que todo resultara nuevo, y se tiene que experimentar una tremenda sensación de libertad, de liberación, a la vez de una sensación de seguridad. Después del aterrizaje, si todo ha salido bien, supongo que se querrá volver a saltar cuanto antes.

Que nadie se despiste. No pretendemos perdernos en desafíos a la ley de la gravedad ni en prácticas catárquicas. Saltar en paracaídas no supone ni mucho menos renunciar a la realidad que estamos viviendo, sino experimentar algo nuevo. Quien no acepta su realidad no puede pretender otra distinta. Sin embargo, cuando uno no se lamenta del suelo que pisa, cuando uno vive agradecido, consciente de sus limitaciones, pero con la confianza en que la vida está llena de nuevas de posibilidades, de metas por alcanzar, entonces es posible descubrir el deseo que tira de ti a “saltar del avión”, perdón a soñar sobrevolando una realidad nueva en la que se quiere aterrizar; desde lo conocido a lo nuevo, aunque eso traiga consigo momentos de riesgo y de hormigueo en el estómago aunque tengamos confianza en que podemos y queremos saltar, no al vacío, sino al encuentro.

Jesús también hoy “da el salto” y su vida se transforma totalmente. Desde luego que el acontecimiento de su bautismo acarrea consigo no pocos problemas teológicos si pensamos en la idea de un bautismo de conversión o de anulación del pecado. Dejando esto a un lado, sí hay que afirmar que el bautismo de Jesús es una afirmación de su humanidad. No es ni mucho menos un teatro. Hoy encontramos a Jesús, el Hijo amado, hombre de verdad, dispuesto a realizar el proyecto que Dios quería para la humanidad. En la escena del bautismo se produce la identificación total entre el Mesías y el hombre en plenitud. El cielo “se rasga” y la comunicación divina se establece sin interferencia alguna. El proyecto mesiánico no va a consistir en una reforma institucional en masa sino que va a ser uno a uno, persona a persona, al igual que sucede con el bautismo. No se trata de dar un manguerazo de agua bendita sino que uno a uno vayamos encaminándonos a alcanzar la plenitud de manera semejante a la de Jesús. Él no va al Jordán a encontrarse con Dios sino a expresar su compromiso por los hombres, primero junto a Juan Bautista y luego por sí mismo. No es Jesús quien sube hasta Dios, sino Dios el que desciende hasta Él. No hay que levantar los pies del suelo para encontrarse con Dios, hay que permanecer en la realidad y verla habitada para siempre por Dios gracias a ese cielo “rasgado”. Jesús recibe el Espíritu, no un libro de instrucciones ni un cursillo acelerado de teología. Con lo cual, éste tiene un lugar preferente frente a cualquier fundamentalismo basado en la letra. Es el Espíritu quien actúa, quien alienta y da vida.

Si nos miramos a nosotros mismos habrá que decir que todos los bautizados gozamos también de la plenitud del Espíritu, que supone una oferta para poder encontrar la vida desde dentro de nosotros, desde lo profundo y radical, aunque eso suponga cambiar algunas cosas. Despojemos al bautismo de sentidos mágicos, de sinónimo de goma de borrar. No se trata de conjuros ni de magias sino de capacidades. A partir del bautismo llevamos en nuestro interior el Espíritu y eso nos tiene que mover a alcanzar nuestras metas, que serán también las de nuestra sociedad, pues no podemos desentendernos. La clave no es tener muchas seguridades ni certezas, sino unas pocas, pero sólidas. ¿Dónde encontrarlas? En la gente cercana en quien uno confia y por quien apostamos con los ojos cerrados. En las propias capacidades, y, sobre todo, en ese Dios que, al final, sigue inspirando y susurrándonos una palabra de aliento y pasión, que sigue diciéndonos antes de “saltar”: “Yo soy tu paracaídas y tu eres mi hijo amado”.

(Tomado de www.agustinosrecoletos.org)

Una presentación de Power Point elaborada por el P. Teodoro Baztán, OAR:
Bautismo de Jesús

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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