domingo, febrero 28, 2021

DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA

En este domingo contemplamos dos montañas: aquella en la que Abrahán está para obedecer a Dios a su propio hijo en sacrificio, y la otra en la que Dios presenta a Jesús como el Hijo amado en quien se  complace. Abrahán es el hombre de la fe. Una fe puesta a prueba cuando Dios le ordena que salga de su tierra, que lo abandone todo y se ponga en camino hacia la que será su nueva patria. Esta fe se reafirma en sucesivos encuentros con Dios hasta encontrar su punto culminante cuando le pide el sacrificio de Isaac, el hijo de las promesas. Abrahán, humilde, con total confianza en su Señor, se dispone a obedecer el mandato divino. Pero Dios perdona al hijo de Abraham, rechaza su sacrificio, y se le manifiesta en una nueva promesa de alianza y de bendición: “Te bendeciré y multiplicaré tus descendientes como las estrellas del cielo”.

Este pasaje es una revelación elocuente del amor absoluto de Dios: “Todos los pueblos del mundo se alegrarán con tu descendencia porque me has obedecido”. La obediencia de su siervo se convierte en gloria de salvación para su pueblo, y el hijo, a punto de ser sacrificado, es la figura anticipada de lo que será el sacrificio de Cristo Jesús, el Hijo por excelencia.

“Este es mi hijo muy amado, escuchadlo”.

Jesús se siente a sí mismo como el nuevo Isaac que camina al sacrificio. Cargando con el peso de los pecados de la humanidad, de la incomprensión y la ceguera de su pueblo, emprende viaje a Jerusalén en compañía de sus discípulos. No les oculta que cuanto le suceda forma parte de su condición de enviado a salvar a la humanidad que, por desobediencia, se ha alejado de Dios y que no tiene otro camino de vuelta que el de la entrega total del propio Hijo de Dios. Y así, en este viaje, les anuncia en tres ocasiones a los discípulos que en Jerusalén va a sufrir y que morirá, pero que el Padre lo resucitará al tercer día. También les anuncia que este será el destino de quienes lo sigan.

Los discípulos no comprenden de qué les está hablando. Pero Jesús sí siente en su carne cuanto les está diciendo. También se encuentra débil, se siente humano como ellos y se ve necesitado de la luz y de la fuerza del Padre. Por ello, acompañado de los íntimos, Santiago, Pedro y Juan, asciende al monte Tabor. En este ambiente de pasión y de muerte acontece el hecho de la transfiguración: misterio de gloria, pero también de dolor redentor.

El marco de este acontecimiento no puede ser más evocador: Jesús aparece “conversando con Moisés y con Elías”, testigos de la larga esperanza mesiánica, protagonistas de encuentros íntimos con Dios y víctimas de la cerrazón del pueblo elegido y de su traición, que en ocasiones les llevó incluso a desear la muerte. Con ellos aparece hablando Jesús, para escucharles una palabra de ánimo y de confianza en Dios, pero también para expresarles que la misión histórica de acompañar y guiar a su pueblo que en su día les fue confiada a ellos está a punto de culminarse en él: su tarea está llegando a su fin. Y el Padre Dios deja escuchar su voz. El que otras veces había hablado a estos elegidos ahora se dirige a su Hijo: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”. Y “de pronto sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador”… “Estaban asustados y no sabían lo que les decía”.

A muchos cristianos se nos ha olvidado que ser creyente es vivir escuchando a Jesús, atentos a sus palabras. Sin embargo, sólo desde esa escucha cobra verdadero sentido nuestra vida cristiana. Más aún. Sólo desde la escucha nace la verdadera fe.

Un famoso médico siquiatra decía en cierta ocasión: “Cuando un enfermo empieza a escucharme o a escuchar de verdad a otros... entonces, está ya curado”. Algo semejante se puede decir del creyente cristiano. Cuando comience a escuchar de verdad a Dios, comenzará también a curarse, a salvarse.

La experiencia de escuchar a Jesús puede ser desconcertante. Puede resultar que no sea el que nosotros esperábamos o habíamos imaginado. Incluso, puede suceder que, en un primer momento, no responda a nuestras pretensiones o expectativas. Su personalidad nos desborda. No encaja en nuestros esquemas normales. Sentimos que nos arranca de nuestras falsas seguridades e intuimos que nos conduce hacia la verdad última de la vida. Una verdad que nos cuesta aceptar.

Pero si la escucha es sincera y paciente, hay algo que se nos va imponiendo. Encontrarse con Jesús es descubrir, por fin, a alguien que dice la verdad. Alguien que sabe por qué vivir y por qué morir. Más aún. Alguien que es la Verdad.

Entonces empieza a iluminarse nuestra vida con una luz nueva. Comenzamos a descubrir con él y desde él cuál es la manera más humana de enfrentarse a los problemas de la vida y al misterio de la muerte. Nos damos cuenta dónde están las grandes equivocaciones y errores de nuestro vivir diario. Pero ya no estamos solos. Alguien cercano y único nos libera una y otra vez del desaliento, del desgaste, de la desconfianza o la huida. Alguien nos invita a buscar la felicidad de una manera nueva, confiando totalmente en el Padre, a pesar de nuestro pecado.

¿Cómo responder hoy a esa invitación dirigida a los discípulos en la montaña de la transfiguración? “Este es mi Hijo amado. Escuchadlo”. Quizás tengamos que empezar por elevar desde el fondo de nuestro corazón la súplica que repiten los monjes del monte Athos: “Oh Dios, dame un corazón que sepa escuchar tu voz”.

La cuaresma tiene que ser tiempo de desierto, como aquel al que se retiró Jesús después de recibir el bautismo de Juan para  prepararse a su tarea de anunciar el evangelio. En esa situación de silencio, como la del Monte de la transfiguración, se oye mejor a Dios. Oremos con más intensidad durante estos días. Sintámonos más cerca de Dios, pues “si Dios está con nosotros, como dice san Pablo, ¿quién estará contra nosotros? Jesús, dice el apóstol, sentado a la derecha de Dios, intercede por nosotros”. Muy cercanos a Jesús y atentos a sus palabras. El evangelio es vida.

P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.

 

 

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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