jueves, diciembre 06, 2018

ADVIENTO. DOMINGO I -C- Reflexión

El Adviento es el tiempo de cuatro semanas en las que nos preparamos para celebrar el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios, que finaliza en la noche del veinticuatro de diciembre con la Noche Buena. Noche Buena, en la que Dios infinito, eterno y todopoderoso se hace humano en su Hijo, uno como noso-tros, asumiendo todo lo nuestro y formando parte de nuestra propia histo-ria. Será un tiempo no solo para el recuerdo, sino para reflexión y la ora-ción, para que el nacimiento humano del Hijo de Dios tenga lugar no solo en la gruta de Belén, como afirma la tradición,  sino también en el corazón de cada uno de nosotros. Jesús quiere nacer en cada uno. 

Pero el recuerdo de esta venida debe llevarnos también a aquella otra que tendrá lugar al final de los tiempos, en la culminación de la historia de la humanidad. Nuestra vida cristiana adquiere sentido a partir de estos dos momentos históricos: La encarnación de Cristo que nos diviniza y la revela-ción del señorío universal del Hijo de Dios sobre la humanidad entera. El Adviento es el tiempo más propicio para que la asamblea cristiana y cada uno de los creyentes vivamos estas venidas de Jesús y contemplemos su presencia en las celebraciones litúrgicas, en nuestras personas y en cada uno de los hermanos. Esta hermosa realidad debe despertar en nosotros una acti-tud personal  de fe y vigilancia, de hambre espiritual y de compromiso con el mundo.

Actitud de fe y vigilancia. Por la fe confesamos las verdades contenidas en el Credo; pero por la fe llegamos también a la percepción y conocimiento de la presencia misteriosa del Señor en los sacramentos, en su Palabra, en la asamblea cristiana y en el testimonio de cada uno de los bautizados. Sensibi-lizar nuestra fe equivale a descubrir al Señor presente entre nosotros. Para ello debemos estar vigilantes, orar, dedicar tiempo a la lectura, a la reflexión personal, a  la interioridad, para mirarnos por dentro y ver la necesidad que tenemos de que venga Jesús. La vigilancia es una atención concentrada en el paso del Señor por nuestras vidas, en los acontecimientos de cada día.

Actitud de hambre o pobreza espiritual. El Adviento es también tiempo de conversión, es tiempo para volver sobre nosotros mismos y sentir nuestra pobreza. No podremos buscar al Señor si no reconocemos que tenemos ne-cesidad de él. Nadie deseará ser liberado si no se siente oprimido. Pobreza espiritual es sentirse necesitado de Aquel que es más fuerte que nosotros. Es la disposición para acoger todas y cada de sus iniciativas, y, también, todos sus dones y sus gracias.

Testigos de Dios en el mundo. A pesar del alejamiento de Dios y de la in-creencia generalizada, el hombre de hoy sigue necesitando a Dios y busca ansiosamente la compañía y el diálogo de sus hermanos, compañeros en su caminar hacia la eternidad. El desarrollo técnico, el bienestar económico y los medios de comunicación social son una tentación para olvidar a Dios y alejarse de una Iglesia, que no siempre está cercana a los necesitados. Noso-tros debemos proclamar que en el misterio de la encarnación descubrimos nuestra verdadera imagen y nuestra pertenencia a un mundo nuevo que ha comenzado a edificarse en el presente: el mundo de los hijos de Dios, la Igle-sia como comunidad de los seguidores de Jesús. 

Estad siempre despiertos, se acerca vuestra liberación.
Los discursos sobre el fin del mundo, recogidos en los evangelios, reflejan los miedos y la incertidumbre de aquellas primeras comunidades cristianas, frágiles y vulnerables, que vivían en medio del vasto Imperio romano, entre conflictos y persecuciones, con un futuro incierto, sin saber cuándo llegaría Jesús, su amado Señor. Recuerdan también las palabras de ánimo que se di-rigían unos a otros recordando sus mensajes. La invitación a que estemos vigilantes y oremos son parte importante de su evangelio y expresan actitu-des frecuentes del propio Jesús. Por eso, las palabras que escuchamos hoy, después de muchos siglos, son llamadas que hemos de escuchar los que vi-vimos en su Iglesia, en medio de las dificultades y dudas de estos tiempos.

La Iglesia actual, la nuestra, aparece a veces como una anciana que camina cansada, “encorvada” por el peso de los siglos, las luchas y trabajos del pa-sado; “con la cabeza baja” y avergonzada de sus errores y pecados; “enroje-cido el rostro” por los escándalos e infidelidades de algunos de sus miem-bros más destacados, sin poder mostrar con orgullo la gloria y el poder de otros tiempos. Este es el momento de escuchar la llamada que Jesús nos ha-ce a todos.

“Levantaos”, animaos unos a otros. “Alzad la cabeza” con confianza. No mi-réis al futuro solo desde vuestros cálculos y previsiones. “Se acerca vuestra liberación”. Un día ya no viviréis encorvados, oprimidos ni tentados por el desaliento. Jesucristo es vuestro Liberador.

Pero hay formas de vida que impiden a muchos caminar con la cabeza levan-tada confiando en esa liberación definitiva. Por eso, “tened cuidado de que no se os embote la mente”. No os acostumbréis a vivir con un corazón insen-sible y endurecido, buscando llenar vuestra vida de bienestar y placer, de espaldas al Padre del cielo y a sus hijos que sufren en la tierra. Ese estilo de vida os hará cada vez menos humanos.

“Estad siempre despiertos”. Avivemos nuestra fe y estemos más atentos al Evangelio de Jesús. Cuidemos su presencia en medio de nosotros; no seamos comunidades dormidas. Vivamos el Adviento pidiendo a Dios con San Pa-blo que él nos “colme y nos haga rebosar de amor a todos”, que nos fortalez-ca interiormente para que “cuando Jesús nuestro Señor venga a nosotros, nos presentemos ante Dios nuestro Padre santos e irreprensibles”. Este debe ser nuestro Adviento.

P. Juan Ángel Nieto Viguera, OAR.


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