Quien ama corre, y cuanto más intensamente ama uno, tanto más velozmente corre
Que esta nuestra vida, hermanos amadísimos, es una cierta peregrinación alejados de la patria de los santos, la Jerusalén celeste, lo enseña clarísimamente el apóstol Pablo al decir: Mientras estamos en el cuerpo somos peregrinos lejos del Señor. …
Todo hombre que aún no cree en Cristo no se halla ni siquiera en el camino: está extraviado, pues. … El Señor te reconduce al camino; al hacernos fieles, creyentes en Cristo, no podemos decir que estamos ya en la patria, pero hemos comenzado ya a caminar por el camino. Nadie llega sino quien está en el camino; mas no todo el que está en el camino llega. …
Nuestros pasos en él son el amor de Dios y del prójimo. Quien ama corre, y cuanto más intensamente ama uno, tanto más velozmente corre; al contrario, cuanto menos ama uno, tanto más lentamente se mueve por el camino. Y si carece de amor, se ha parado del todo; en cambio, si ansía el mundo, ha invertido la dirección y ha dado la espalda a la patria. ¿De qué le aprovecha el estar en el camino si no avanza, sino que, al contrario, da marcha atrás? Es decir, ¿de qué sirve ser cristiano católico —esto es estar en el camino—, si al amar el mundo marcha por el camino, pero retrocediendo? Vuelve al punto de donde partió.
Por tanto, hermanos, puesto que somos cristianos y católicos, corramos por este camino que es la única Iglesia de Dios, según está predicha en las Sagradas Escrituras.
San Agustín, Sermón 346 B
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