DOMINGO VII DE PASCUA- B- Reflexión
Mc 16, 15-20: Ascendamos con Él y tengamos nuestro corazón levantado
La resurrección del Señor es nuestra esperanza; su ascensión, nuestra glorificación. Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión. Si, pues, celebramos como es debido, fiel, devota, santa y piadosamente, la ascensión del Señor, ascendamos con él y tengamos nuestro corazón levantado. Ascender no equivale a ensoberbecerse. Debemos tener levantado el corazón, pero hacia el Señor. Tener el corazón levantado, pero no hacia el Señor, se llama soberbia; tener el corazón levantado hacia el Señor se llama refugio, pues al que ha ascendido es a quien decimos: Señor, te has convertido en nuestro refugio.
Resucitó, en efecto, para damos la esperanza de que resucitará lo que muere, para que la muerte no nos prive de la esperanza y lleguemos a pensar que toda nuestra vida concluye con la muerte. Nos preocupaba el alma, y él, al resucitar, nos dio seguridad incluso respecto al cuerpo. ¿Quién ascendió entonces? El que descendió. Descendió para sanarte, subió para elevarte. Si te levantas tú, vuelves a caer; si te levanta él, permaneces en pie. Levantemos, pues, el corazón, pero hacia el Señor: he aquí el refugio; levantemos el corazón, pero no hacia el Señor: he aquí la soberbia. Digámosle, pues, en cuanto resucitado: Porque tú eres, Señor, mi esperanza; en cuanto ascendido: Has puesto muy alto tu refugio. ¿Cómo podemos ser soberbios teniendo el corazón levantado hacía quien se hizo humilde por nosotros para que no continuásemos siendo soberbios?
San Agustín, Sermón 261, 1
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