domingo, enero 21, 2018

III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO-B-

San Marcos no habla en su Evangelio de la infancia de Jesús. Nos presenta a Jesús ya adulto. Una vez recibido el bautismo de manos de Juan, comienza a ejercer su ministerio público. Y sus primeras palabras son estas: “Se ha cumplido el plazo, el Reino de Dios está cerca. Convertíos y creed en el Evangelio”. Estas palabras vienen a ser una  síntesis de todo el mensaje de Jesús. 

1º. Habla del Reino de Dios. Se referirá a él en muchas ocasiones y lo irá describiendo con casi todas sus parábolas. ¿En qué consiste este Reino? Es un Reino de amor y paz, de verdad y vida, de justicia y santidad. Se trata de implantar un orden nuevo en el mundo, en la familia, en el corazón de cada cual. 

Podemos decir que Cristo personifica el Reino de Dios, prometido y esperado a lo largo de los siglos y que se hace presente entre nosotros si lo acogemos y lo hacemos nuestro. En otra ocasión dirá el Señor: El Reino de Dios está dentro de vosotros. En este mundo, aunque será consumado en el otro.

2º. Convertíos. Para que podamos vivir los valores del Reino es necesaria la conversión. ¿Conversión, de qué? ¿En qué consiste la conversión que pide Jesús para poder ser seguidores suyos o creyentes? Significa, entre otras cosas, cambiar de  vida, o mejorar  -¿quién no puede ser mejor de lo que es?-, ir por el buen camino siguiendo a Jesucristo, vivir en gracia y sin pecado, es cambiar de modos de pensar y actuar si son contrarios a los modos de pensar y actuar de Jesucristo... 

La conversión no es cosa de un momento, es una tarea permanente. Uno no cambia de vida radicalmente, de una vez por todas, de un día para otro, ni deja el pecado y se hace impecable, ni... 

Según esto, ¿quién podrá decir que no necesita de conversión? ¿Quién podrá decir que su vida se ajusta totalmente al Evangelio? Es bueno que cada cual, que todos y cada uno de nosotros, nos miremos hacia adentro y veamos, a la luz del Evangelio, que zonas hay todavía oscuras o de pecado en nuestro interior, y que necesitan clarificarse por la luz de la gracia o convertirse. 

Quizás, el orgullo manifiesto o solapado, la soberbia que aflora en muchas ocasiones, el egoísmo que tiende a matar el amor solidario y fraterno, la indiferencia o una cierta frialdad en nuestra vida de fe, las faltas de respeto al otro, las actitudes de ira, violencia o rencor, la incapacidad para perdonar, la lujuria, la ambición por tener más y más como si de ello dependiera nuestra vida, etc., la infidelidad, etc. 

El que lucha en contra de todo esto, está ya en el camino de la conversión. Yo diría que ya está convertido. No tengamos miedo a esta palabra. Tampoco a lo que ella implica. Cristo está con nosotros, lucha con nosotros y es nuestro compañero de viaje. 

Es lo primero que nos pide Jesús: la conversión. Es decir, enderezar nuestro camino y orientarlo en la dirección de Dios. Luchar y esforzarnos para salir de un cristianismo a medias, corto de miras, incomprometido, acomodado  y fácil.

3º. Creer en el Evangelio.
No es creyente en Jesús el que sólo cree en una serie de dogmas o verdades. Creer en Jesús significa aceptar a Jesús en nuestra vida, vivir en lo posible su misma vida (de amor desinteresado, de relación con el Padre, de servicio gratuito y generoso a los hermanos, vivir el espíritu de las bienaventuranzas...)

Creer en el evangelio es creer en Jesús, porque él es la Palabra de verdad, porque el Padre habla por medio de él, porque el evangelio es vida para nosotros, una vida que nos ha traído el mismo Jesús. Él es la Vida, la Verdad y el Camino. No hay otro camino que lleve al Padre, no hay otra verdad total y sin engaño, no hay otra vida que dure para siempre.

Creer en el evangelio es optar por lo único que vale la pena. No es porque lo diga yo, sino por tantos que así creen y viven.

La Eucaristía es un encuentro personal con Jesús. Al escuchar y acoger su Palabra, lo escuchamos y acogemos a Él. Al comulgar comemos su propio cuerpo, nos alimentamos de Él mismo. Y nos da la fuerza necesaria para caminar y crecer en nuestra fe.
P. Teodoro Baztán Basterra, OAR.

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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