lunes, agosto 21, 2017

Deseaba las migajas que caían de la mesa, e inmediatamente se encontró sentada a la mesa

También aquella mujer cananea que iba gritando tras el Señor, ¡cómo clamó! Su hija sufría un demonio; estaba poseída por el diablo, pues la carne no estaba de acuerdo con la mente. Si ella clamó tan intensamente por su hija, ¡cuál debe ser nuestro clamor en favor de nuestra carne y nuestra alma! Veis lo que consiguió con su clamor. En un primer momento fue despreciada, pues era cananea, un pueblo malo que adoraba los ídolos. El Señor Jesucristo, en cambio, caminaba por Judea, tierra de los patriarcas y de la Virgen María, que dio a luz a Cristo: era el único pueblo que adoraba al verdadero Dios y no a los ídolos. Así, pues, cuando le interpeló no sé qué mujer cananea, no quiso escucharla. No le hacía caso precisamente porque sabía lo que le tenía reservado: no para negarle el beneficio, sino para que lo consiguiera ella con su perseverancia. Le dijeron, pues, sus discípulos: «Señor, despáchala ya, dale una respuesta; estás viendo que clama detrás de nosotros y nos está cansando.» Y él replicó a sus discípulos: No he sido enviado más que a las ovejas que perecieron de la casa de Israel. He sido enviado al pueblo judío para buscar las ovejas que se habían perdido. Había otras ovejas en otros pueblos, pero Cristo no había venido para ellas, porque no creyeron por la presencia de Cristo, sino que creyeron a su Evangelio. Por eso dijo: No he sido enviado sino a las ovejas; por eso también eligió personalmente a los apóstoles.

De aquellas mismas ovejas era Natanael, de quien dijo: He aquí un israelita en quien no hay engaño. De aquellas ovejas procedía la gran muchedumbre que ponía los ramos delante del asno que llevaba al Señor y decía: Bendito él que viene en el nombre del Señor. Aquellas ovejas de la casa de Israel se habían extraviado y habían reconocido al pastor que estaba presente y habían creído en Cristo a quien veían. Por lo tanto, cuando no atendía a aquella mujer, la dejaba para más tarde como oveja de la gentilidad. A pesar de haber oído lo que el Señor dijo a sus discípulos, ella perseveró clamando sin cesar. Y el Señor, dirigiéndose a ella, le dice: No está bien quitar el pan a los hijos y echárselo a los perros. La llamó perro, ¿por qué? Porque pertenecía a los gentiles, quienes adoraban los ídolos; pues los perros lamen las piedras. No está bien quitar el pan a los hijos y echárselo a los perros. Ella no contestó: «Señor, no me llames perro, porque no lo soy», sino más bien: «Dices la verdad, Señor, soy un perro.» Mereció el beneficio cuando reconoció la verdad del insulto; donde reconoció la iniquidad, allí fue coronada la humildad. Así es, Señor; dices la verdad; pero también los perros comen las migajas que caen de la mesa de sus señores. Y entonces el Señor: ¡Oh mujer!, grande es tu fe; hágase según tú deseas. Poco ha la llamó perro, ahora mujer; ladrando se ha transformado. Deseaba las migajas que caían de la mesa, e inmediatamente se encontró sentada a la mesa. En efecto, cuando le dice: Grande es tu fe, ya la había contado entre aquellos cuyo pan no quería echar a los perros.

 Sermón 154 A, 5

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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