domingo, junio 25, 2017

XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.Reflexión (No tengáis miedo)

Cuando fue elegido Papa Juan Pablo II las primeras palabras que pronunció al aparecer ante la multitud reunida en la plaza de San Pedro fueron Éstas: “No tengáis miedo”. Y estas mismas palabras las pronunció muchas veces a lo largo de su vida. Se refería, claro está, a ser verdaderos testigos de Cristo, valientes y decididos, con mucho respeto a quienes no comparten nuestra fe, pero sin ocultarla. A dar la cara y manifestarse como cristianos siempre y en todo. 

Voy a decir algo que, sin duda alguna, puede sorprender. Digo: El miedo no es cristiano. Pero matizo: Es muy humano tener miedo. Miedo a la enfermedad, miedo a la muerte, miedo a un fracaso económico, miedo a alguien que nos puede hacer algún daño grave, miedo al futuro, miedo… El mismo Cristo, humano que era, tuvo miedo a morir. Tanto que en el huerto de Getsemaní le pedía al Padre que le quietara ese cáliz, el cáliz de la pasión y muerte. Pero, lleno del Espíritu, se repuso y se entregó voluntariamente a una muerte terrible, pero redentora. Dijo: Que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y el miedo desapareció, recobró la paz y se armó de valor.

El creyente, el seguidor de Jesús, está llamado a ir superando muchos miedos. ¿Todos? Cada cual verá. El miedo a la muerte se supera si, por la fe en Jesús, sabemos y estamos convencidos, de que la muerte nos facilita el paso a la vida definitiva. El miedo a la en-fermedad, aunque fuera larga y penosa, se supera en gran manera si experimentamos en ella la presencia de un Dios Padre, compasivo y misericordioso, muy presente en nuestro dolor y en nuestros padecimientos.

Pero Jesús no habla en este evangelio del miedo en general a lo malo que pudiera acon-tecernos. Hay que tomar sus palabras en su propio contexto. ¿Y cuál era ese contexto? Este fragmento del evangelio forma parte de las instrucciones que Jesús dio a sus discí-pulos para la primera misión que les encomendaba. Les encomienda una misión muy di-fícil. Los envía como corderos en medio de lobos. Serán perseguidos, incomprendidos, marginados, etc. Y les dice: “No tengáis miedo a los que pueden matar el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. 

Entonces y ahora los cristianos han sido y son perseguidos y martirizados. Repito: Tam-bién ahora. Hoy día la Iglesia es perseguida en muchos lugares del mundo. A todos nos impresiona lo que está pasando en Siria, en el oriente medio y en el norte de África. Un número ingente de mártires muere por vivir y defender su fe. El texto de hoy quiere dar ánimo a los que se sienten perseguidos por su fe, infundiendo en el discípulo ilusión y esperanza contra toda esperanza.

Incluso, aunque no nos persigan ni martiricen, aunque no nos maten por ser cristianos, nos pueden marginar, burlarse de nosotros, ridiculizar a la Iglesia, legislar en contra de ella. Somos, o podemos ser, ser en cierta manera perseguidos. Es una persecución muy sutil, pero clara y patente. No es fácil ser cristianos en estos tiempos, mucho menos en muchos países del occidente, donde se implantó la fe casi desde los primeros tiempos. 

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma, nos dice hoy Jesús. Un ejemplo son los mártires: no temían al verdugo e iban a la muerte hasta con alegría. Afortunadamente, tenemos muchos ejemplos de personas que han hecho de su confianza en Dios un arma maravillosa que les permitió vencer espiritualmente todas las amenazas y males del cuerpo. Empezando, por supuesto, por el mismo nuestro Señor Jesucristo y siguiendo por tantos santos y personas anónimas que supieron mantener la paz en medio de los mayores males y amenazas físicas.
Pensemos cada uno de nosotros en aquellas personas conocidas nuestras, padres, abuelos, familiares, que física y corporalmente sufrieron mucho, pero que interiormente no perdieron nunca la  paz interior, gracias a su profunda confianza en Dios. No debemos ocultar nada nuestra fe, ni mantener demasiadas reservas y mucho menos construirnos "dobles vidas". El miedo es muy muy humano, pero la fuerza de la fe, la vida de la gracia, la esperanza en Cristo, que es nuestra vida, nos libera de muchos de nuestros temores.

El evangelio incide también en la necesidad --es una obligación-- de dar testimonio de Jesús sin paliativos. Si le negamos, Él nos negará ante el Padre. Pero hemos de dar el testimonio preciso, claro y oportuno. Parafraseando a San Pablo diríamos que no podemos dejar de predicar el nombre de Jesús y el de su Santa Iglesia.
P. Teodoro Baztán Basterra.

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