sábado, junio 03, 2017

De la mano de San Agustín: Ahora caminamos en fe y en esperanza

Veamos ya por qué se procura que siga al sábado la celebración de la Pascua: ésta es una propiedad de la religión cristiana, ya que los judíos atienden únicamente al mes de las primicias, cuidándose de que la luna vaya desde el día 14 al 21. Aquella Pascua judía, en que padeció el Señor, exige que entre su muerte y su resurrección se interponga un sábado. Por eso nuestros padres estimaron que debía añadirse ese día, para que nuestra festividad se distinguiese de la de los judíos. Y hay motivo para creer que quien determinó que se celebrase y guardase el aniversario de su pasión es el mismo que es antes que todos los tiempos (Ga 4,4), quien tenía poder para entregar el alma y para recobrarla de nuevo (Jn 10,18); por eso esperaba la hora, no la fatal, sino la oportuna, para el sacramento que iba a instituir; y por eso dijo: Aún no ha llegado mi hora (Jn 2,4), a fin de que la posteridad lo observase en la celebración anual de su pasión.

Ahora caminamos en fe y en esperanza de lo que, como arriba expliqué, tratamos de alcanzar con el amor: un santo y perpetuo descanso de toda fatiga y de toda molestia. A ese descanso hacemos desde esta vida el tránsito, que nuestro Señor Jesucristo se dignó anunciar y consagrar en su pasión. En aquel descanso no reina una pereza desidiosa, sino una inefable tranquilidad de la actividad reposada. Al fin se descansa de las obras de esta vida, para empezar a gozar de la actividad de la otra. Tal actividad se emplea en la alabanza de Dios, sin fatiga de miembros, sin ansia de preocupaciones; no se entra en ella por el descanso de modo que le siga la fatiga; es decir, no empieza a ser actividad de modo que deje de ser descanso. No se vuelve a trabajar y preocuparse; permanece en actividad lo que produce el descanso, sin trabajar en fatigas ni vacilar en pensamientos. Y ya que por ese descanso se vuelve a la vida primitiva, de la cual cayó el alma al pecar, ese descanso está simbolizado en el sábado. La vida primitiva, que se devuelve a los que regresan de la peregrinación y reciben su primera estola (Lc 15,22), es figurada por el primer día de la semana, que llamamos domingo. Si te fijas en los siete días del Génesis, hallarás que el séptimo no tiene tarde, porque simboliza el descanso sin fin (Gn 2,2-3). La vida primitiva no fue sempiterna para el pecador; en cambio, el descanso último es sempiterno. Por eso, el día octavo es la bienaventuranza sempiterna; ese descanso, que es sempiterno, desemboca en el día octavo sin anochecer; de otro modo no sería eterno. Luego el día octavo será como el primero, porque no nos quitan la vida primitiva, sino que nos la devuelven eterna.

 Al pueblo antiguo se le mandó que celebrase el sábado corporalmente con el ocio, para que fuese figura de la santificación en el descanso del Espíritu Santo. Así, nunca leemos en el Génesis que se represente la santificación por los otros días anteriores, sino que de sólo el sábado se dice: Y santificó el Señor el día séptimo (Gn 2,3). Tanto las almas piadosas como las inicuas aman el descanso; pero ignoran totalmente el camino por donde se llega a la meta que aman. Hasta los cuerpos, con su correspondiente gravedad, tienden a lo mismo a que tienden las almas con su amor.

El cuerpo, con su propio peso, tiende hacia arriba o hacia abajo, hasta llegar al lugar a que tiende, y entonces descansa; si el aceite se derrama en el aire, va por su propio peso hacia abajo; pero si se le derrama debajo del agua, va hacia arriba; del mismo modo las almas tienden a aquellas cosas que aman, cabalmente para llegar a ellas y reposar. Hay hartas cosas que deleitan por razón del cuerpo, pero en ellas no se da el eterno descanso, ni siquiera descanso duradero; por eso más bien ensucian al alma y la recargan; contrarrestan el peso específico del alma, que la lleva hacia arriba. Cuando el alma se deleita en sí misma, no se deleita aún en una cosa inalterable; por eso es soberbia todavía, porque se tiene por lo más alto, siendo así que es más alto Dios. Pero no la deja sin castigo en su pecado, ya que Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes (St 4,6; 1P 5,5). En cambio, cuando el alma se deleita en Dios, en El encuentra el descanso auténtico, seguro y eterno, que en otras partes buscaba y no encontraba. Por eso se la avisa en el Salmo: Deléitate en el Señor, y El satisfará las peticiones de tu corazón (Sal 36,4).
Carta 55 16-18

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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