domingo, abril 30, 2017

III DOMINGO DE PASCUA (A) Reflexión

Hoy la Palabra de Dios nos asegura que Jesús está vivo y que continúa siendo el centro sobre el cual se construye la comunidad de los discípulos. Pedro afirma en el discurso del día de Pentecostés que “Dios lo resucitó”, y lo reafirma en su carta: “lo resucitó y le dio gloria”. Desde entonces sabemos en quién hemos puesto nuestra confianza, en Alguien que no puede fallarnos, pues ha vencido a la misma muerte.

En la página evangélica de hoy, una de las más entrañables, Lucas nos presenta la aparición a dos discípulos que iban camino de Emaús. 

La escena se desarrolla en varias partes o momentos muy interesantes: 
En la primera, aparecen los dos discípulos en camino, muy desconsolados, discutiendo entre ellos y con el rostro triste. Los dos discípulos representan el pesimismo, la desilusión de los que tienen una fe débil, en continua crisis, que no buscan consuelo y luz en la Palabra de Dios.

En la segunda, notan que alguien se acerca y quiere caminar con ellos. Y le dicen que Jesús, el profeta que esperaban, ha muerto. Ha fracasado, a pesar de ser un profeta poderoso en palabras y en obras. Ya no cabe esperanza alguna. Se sienten decepcionados porque esperaban otro desenlace distinto. No creen, a pesar de que algunas mujeres y otros discípulos han dicho que encontraron su sepulcro vacío.

En la tercera, les habla el nuevo compañero. Los llama necios y torpes por no creer lo que dijeron los profetas acerca del Mesías. Y les recuerda todo lo que acerca de él se dice en el Antiguo Testamento. Con la explicación de Jesús, los dos discípulos comienzan a tranquilizarse y se atisba una esperanza en sus corazones ardientes.

Los discípulos, cargados de tristes pensamientos, no imaginaban que aquel desconocido fuese precisamente su Maestro, ya resucitado. Se les había “hecho de noche”. También a nosotros a veces “se nos hace de noche”. Cuando no sabemos qué camino tomar, cuando nos encontramos solos y desanimados, cuando todo se nos vuelve en contra, cuando estamos desanimados, cuando llega la enfermedad… 

Habían tomado el camino equivocado. Habían abandonado la comunidad. 

En la cuarta, los dos discípulos se sienten atraídos por Jesús y le insisten en que se quede con ellos esa noche. Intuyen algo, pero no son capaces de expresarlo. Jesús acepta la invitación y acto seguido lo reconocen al partir el pan, en la Eucaristía. La fracción del pan. Y se dicen: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?”.

Y se volvieron llenos de gozo a Jerusalén, de donde había salidos tristes y decepcionados, a comunicar a los demás discípulos que habían visto al Señor. Se convierten en misioneros del Evangelio.

Dicen que esta preciosa escena es un retrato de la situación de aquella incipiente comunidad cristiana. Y yo diría que sigue siendo un retrato de lo que ocurre a veces entre nosotros, porque pensamos y decimos que Dios no nos hace caso, que no nos ayuda, que nos abandona, que no está con nosotros,
Nos dijo que no nos dejará huérfanos, que estará con nosotros hasta el fin de los tiempos y porque no lo vemos ni lo sentimos,  creemos que nos ha engañado. Y los que nos estamos engañando somos nosotros porque no le buscamos donde nos prometió que estaría.

Nos dice el Señor que la Sagrada Escritura es su Palabra, es decir que si queremos escuchar su conversación de compañero de nuestras vidas, no tenemos más que leer, escuchar y acoger su Palabra. 

Nos dice que lo encontramos en la fracción del pan, es decir, en la Eucaristía. La eucaristía es pan, es fuerza, es alimento, nos lo ha repetido el Señor muchas veces. Es Él mismo en persona. Está vivo y realmente presente en ella y se nos da en alimento.

Y está en la comunidad de los hermanos, la que nunca debemos abandonar, y en la que podemos y debemos dar testimonio de su presencia entre nosotros. Está en el amor compartido, en la escucha comunitaria de su Palabra.

Esta escena de los discípulos de Emaús nos sirve para guiar el largo camino de nuestras dudas, inquietudes y a veces amargas desilusiones. Jesucristo sigue siendo nuestro compañero de camino.

 P. Teodoro Baztán Basterra. OAR

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