domingo, marzo 19, 2017

III Domingo de Cuaresma (A) Reflexión

En el camino de la Cuaresma hacia la Pascua encontramos este domingo un evangelio que forma parte, junto con los dos de los domingos siguientes, de la catequesis bautismal destinada a los catecúmenos que habían de recibir el bautismo la noche de Pascua. El próximo, con la curación de un ciego de nacimiento, nos presentará el tema de la luz. Y en el siguiente, con la resurrección de Lázaro, el tema de la vida. Son los tres elementos muy propios del sacramento del bautismo.

Son las tres grandes catequesis que debían recibir los catecúmenos adultos. Nosotros estamos ya bautizados, pero nos vendrán bien para reavivar la realidad de nuestro bautismo y reafirmarnos en lo que él significa.

“Dame un poco de sed, que me estoy muriendo por falta de agua”. Así podría rezar el grito de una generación que teniéndolo casi todo, parece que no logra descubrir el sentido de la vida. Dentro de nuestro camino cuaresmal hoy se nos propone una escena conocida: la samaritana. El pozo en la literatura bíblica, es un lugar de encuentro, un espacio donde descansar y compartir.

La lectura evangélica es una página magistral del cuarto evangelio, en la que Juan narra el encuentro de Jesús con una mujer samaritana cuyo nombre desconocemos. El encuentro tiene lugar en el pueblo de Sicar, junto al pozo de Jacob. 

Jesús está fatigado del camino y es mediodía. Tiene sed. Al acercarse la mujer a sacar agua del pozo, un extraño le pide de beber. Y se inicia un diálogo muy interesante y catequético a la vez. Después de un primer intercambio de palabras, la mujer queda maravillada ante las palabras de Jesús. Poco a poco la conversación toma un nuevo rumbo. Como buen maestro, se va revelando poco a poco a la samaritana.

Este evangelio es una espléndida catequesis bautismal sobre el tema de la sed y del agua. La sed no es sólo biológica, es más honda, es sicológica y espiritual. El agua que sacia nuestra sed no es sólo la de las fuentes, es el agua de la verdad, del amor, de la gracia.

Todo este tema está plasmado de manera muy bella en este episodio. El encuentro de la samaritana con Jesús es una estampa preciosa, llena de matices y encanto. Ha calado  como un punto de referencia en toda la historia de la espiritualidad. Decía santa Teresa de Jesús: ¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la samaritana! y así soy muy aficionada a este evangelio desde muy niña, y suplicaba muchas veces al Señor que me diera aquella agua.

Por una parte está la sed de Cristo. Por otra la sed de la samaritana. Cristo tiene sed. Es el primero que pide de beber. ¿De qué tiene sed Cristo? Estaba Jesús fatigado y era mediodía. Jesús tenía sed y pidió un poco de agua. No del agua del pozo. Responde san Agustín: El manantial, Cristo, descendió para sentir sed… En realidad quien le pedía de beber tenía sed de la fe de aquella mujer. Cuando escuchemos la lectura de la Pasión el Viernes Santo, oiremos a Jesús que grita en la cruz: Tengo sed.
 
Hoy se lo dice a la samaritana. La sed de la samaritana se refería al agua que ella venía a sacar del pozo. Pero Jesús, en este diálogo, la iba llevando de sed en sed. Hasta hacerla sentir sed de Dios. Le dice: ¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva. Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacarla. Jesús la va llevando poco a poco, paso a paso, a la fuente  de toda verdad. A él mismo.

Jesús esperaba a esta mujer sentado en el brocal del pozo. También nos espera a nosotros para decirnos lo mismo que a aquella mujer: Tengo sed.

Porque también nosotros acudimos a donde podemos satisfacer nuestras necesidades. Y está bien que sea así. Tenemos sed o necesidad de alimento, de vestido, de salud, de vivienda, de trabajo, de dinero para atender dignamente la familia, etc. Tenemos sed de todo esto y debemos satisfacerla. Pero ¿tenemos sed de lo que primero y fundamental, tenemos fe en Dios, fuente de vida para todos?

Él tiene sed de mí y de ti, de nuestra fe, de nuestro amor. Tiene sed de una vida más limpia en nosotros, de un servicio al hermano generoso y gratuito. Tiene sed de nuestra propia cruz unida a la suya. 

No queda claro si al final Jesús bebió del agua que la mujer sacaba del pozo o no, pero lo que sí sabemos es que la mujer creyó; y de su fe entusiasta surgió la fe de los habitantes de su pueblo. Este es un elemento capital del evangelio, la dimensión misionera de la vivencia de la fe.
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P, Teodoro Baztán Basterra.

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