domingo, febrero 12, 2017

VI Domingo del Tiempo Ordinario (A) Reflexión

Seguimos leyendo y escuchando párrafos del llamado Sermón de la Montaña. Este sermón está contenido en los capítulos 5, 6 y 7 del evangelio de san Mateo. Es la carta magna del cristianismo.
Los fariseos y los escribas eran fieles observantes de la Ley de Moisés. Pero se atenían férreamente a la letra. Eran cumplidores estrictos, rigurosos y exigentes consigo mismos y con los demás.

Son conocidos ciertos pasajes del evangelio en que echaban en cara a Jesús que curaba en sábado, puesto que, según ellos, la Ley lo prohibía. Jesús les contestará que la persona está por encima de la ley del sábado.

Jesús dice a los fariseos y a nosotros que no ha venido a abolir la Ley de Moisés, sino a darle plenitud, es decir, a fijarnos, no sólo en la letra, sino, sobre todo, en el espíritu. No basta la observancia externa de la ley, sino que es necesario poner amor y espíritu en el cumplimiento de la ley.

Un padre de familia…, un médico…, un sacerdote… No basta con ser cumplidores estrictos de su deber. Si no se pone amor a lo que se hace, el bien que se pretende hacer quedará a medias o no se conseguirá.

San Agustín: “Si guardas silencio, hazlo con amor; si corriges, corrige con amor; si perdonas, perdona con amor; la raíz es el amor profundo, de tal raíz no se pueden conseguir sino cosas buenas”.
Jesús, dirigiéndose a sus discípulos y a nosotros, nos dice: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. Y ellos, repito, eran muy observantes de todo lo mandado. Pero los creyentes en Jesús, nosotros, no podemos contentarnos con la ley del mínimo esfuerzo. Mucho menos con lo externo de la ley.

En una palabra: Jesús quiere que pongamos amor del bueno a todo lo que hacemos. Y entonces, todo lo que hagamos tendrá sentido.

En este fragmento se referirá al homicidio, al adulterio, al divorcio y a los juramentos. Jesús es exigente. Y lo es porque nos ama y quiere lo mejor para nosotros. No es un ser caprichoso al exigirnos cosas. No exige porque sí, sino que busca y quiere nuestro bien. Como es la exigencia de un padre, de una madre o de un buen educador.

Jesús utiliza unas conocidas antítesis para dar a conocer mejor su mensaje. Dice: Habéis oído a los antiguos…, pero yo os digo. Viene a perfeccionar, a poner amor donde ponemos quizás un cumplimiento frío.

Hoy nos dirá que no ha venido a abolir la ley, sino a darle sentido y plenitud. Es decir, a tener en cuenta el espíritu que la anima, y no sólo la letra en que está expresada. Por ejemplo: Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, pero yo os digo; el que ofende a su hermano será procesado. Es decir: No basta con no matar, es necesario no ofender, ni pelear, ni criticar, ni causar mal alguno al hermano al hermano.

Y añade: Si vas a ofrecer tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano. Traducido a nuestra condición de cristianos: Si has ofendido a alguien, reconcíliate con él antes de participar en la eucaristía. Sería una contradicción entrar en comunión con Cristo si nos estás en comunión con el hermano, quienquiera que él sea. 

La participación en la eucaristía, en la que todos entramos en comunión con Cristo, y de unos con otros al alimentarnos de un mismo pan, el Cuerpo de Cristo, implica y exige la paz mutua, el perdón, la acogida. De ahí que momentos antes de comulgar se nos invita a darnos la paz. Pero aun el mismo rito de la paz sería vacío de sentido si de nuestro interior no saliera también una paz generosa y fraterna.

Y pedimos de nuevo perdón también antes de comulgar cuando decimos: Cordero de Dios, quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros. Es decir, se nos invita a ir al encuentro de Cristo y del hermano, que eso es comunión, con el corazón limpio de todo pecado.
P. Teodoro Baztán Basterra


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