domingo, febrero 05, 2017

V Domingo del Tiempo Ordinario (A) Reflexión

Jesús recurre frecuentemente al uso de parábolas, comparaciones y ejemplos sencillos para poder trasmitir su mensaje. No es pura teoría el evangelio. El Señor va directamente a los hechos. Su misma vida es el ejemplo más claro y contundente de todo lo que enseña. Y quiere que nuestra vida sea también coherente con todo lo que creemos.

Hoy utiliza dos ejemplos muy sencillos, pero muy claros. Habla de la sal y de la luz. ¿Para qué sirve la sal? Entre otras cosas, para dar sabor a la comida y también para preservar los alimentos de la corrupción (cuando no había otros medios). Y nos dice: Vosotros sois la sal de la tierra. 

¿Qué nos dice con estas palabras? Algo muy sencillo, pero muy importante: Que el seguidor de Jesús, el creyente, allí donde está, allí donde vive, trabaja y se relaciona con otros, debe ser agente que comunique alegría y paz en su entorno, que ponga amor ahí donde hay resentimiento y antipatía, que sea desprendido para que los demás puedan vivir mejor, que sepa comunicar la experiencia de su fe con gozo y convicción, que comunique también aceptación y esperanza cuando surgen los contratiempos, las dificultades y los problemas. Que ponga siempre amor del bueno, fe crecida y gozosa, y esperanza firme.

La comida, por muy bien preparada que  esté, si la  falta una pizca de sal, resultará insípida. Pero con un poquito de sal, toda ella será buena y apetecible. Algo así el cristiano, con su palabra y con su vida, en el entorno en que vive.

En este mundo hace falta una buena dosis de esta sal de que habla Jesús. Nos presenta también una advertencia muy seria: la sal puede perder la capacidad de dar sabor y se convierte en una cosa inútil. Puede ocurrir lo mismo con nuestra vida de fe: puede languidecer y debilitarse. Hasta podría desaparecer. La fe, que da sentido a nuestra vida de creyentes, quedaría opacada, y, en cuanto luz, totalmente apagada.

Porque nos dice también el Señor: Vosotros sois la luz del mundo. ¿Qué nos quiere decir con estas palabras? La respuesta la encontramos en Isaías, en la primera lectura. Nos dice: Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que ves desnudo, y no te cierres en ti mismo. Entonces romperá tu luz como la aurora..., detrás ira la gloria del Señor... Cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía.

Es decir, serás luz si compartes con los más pobres lo que eres y lo que tienes, si das de lo que tienes al que nada tiene. Sal y luz.

La oración en familia, la asistencia familiar a la misa dominical, el hecho de estar atentos a las necesidades del hermano o del prójimo, la paz en el hogar, la vivencia gozosa de la fe, la participación normal y generosa en la vida de la Iglesia, la responsabilidad en el trabajo, el empeño para ser siempre justos, el amor sacrificado, etc., serán medios para que brille la luz que el Señor ha encendido en nosotros.

Porque esta luz no se puede ocultar. Haríamos un mal servicio al Evangelio y el mundo seguiría en tinieblas. Lo dice el Señor: No se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de la casa. Brille así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo, y se puedan salvar.
Este es el encargo de Jesús. ¿Cómo lo cumplimos? No olvidemos que para poder iluminar a los demás, antes tenemos que dejarnos iluminar por él. Y que para ser sal en nuestro entorno, antes tenemos que acoger a Jesús en nuestra vida y saborearlo, gozar con su presencia y dejarnos cambiar por él.

La tarea de los discípulos, de todos los creyentes, tiene como objetivo “dar gloria a vuestro Padre que está en el cielo”. Y damos gloria en tanto en cuanto damos testimonio de nuestra fe. Un fe que no podemos ocultar por miedo, por vergüenza, por pereza o indiferencia. No puede estar apagada nuestra luz; debe estar siempre encendida con el fin de que otros, viéndonos y conociendo nuestro modo de vivir, puedan también reavivar su fe y “dar gloria a Dios”.

La eucaristía..., el pan que se parte, reparte y comparte.
P. Teodoro Baztán Basterra.

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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