El peaje de la renuncia
Son muchas las cosas que el hombre desea, y para alcanzar cada una de ellas ha de renunciar a otras, aunque esa renuncia le duela. Aristóteles decía que no hay nada que pueda sernos agradable siempre.
Toda elección conlleva una exclusión. Por eso, cuando se elige, es
importante acertar, sin demasiado miedo a la renuncia, pues detrás de lo
atractivo no siempre está la felicidad. Tanto el placer como la
felicidad llevan siempre consigo asociada alguna renuncia.
La solución tampoco está en la
supresión de todo deseo, porque sin deseos la vida del hombre dejaría de
ser propiamente humana. El hombre se humaniza cuando aprende a soportar
lo adverso, a abstenerse de lo que puede hacerse pero no debe hacerse.
Este es el precio que debe pagar nuestra inexorable tendencia a la
felicidad, si queremos alcanzar lo que de ella es posible en esta vida.
Lo sensato es dejarse conducir por la razón para no asustarse ante el
dolor ni dejarse atrapar por el placer.
Igual que guardar la salud exige un cierto esfuerzo y una cierta
disciplina, pero gracias a eso te sientes mucho mejor, la castidad
fortalece el interior del hombre y le proporciona una honda
satisfacción. Cuando no se cede al egoísmo sexual, se alcanza una mayor
madurez en el amor, en el que la castidad sublima la intensidad de los
sentimientos. Surge una luz transparente en los ojos y una alegría
radiante en la cara, que otorgan un atractivo muy especial.
—¿Y no suele hablarse demasiado de prohibiciones en la ética sexual?
Hasta ahora apenas hemos hablado de prohibiciones, sino de un modelo y
un estilo de vida positivos, que son la clave de todo.
De todas formas, aunque la clave de la ética no son las prohibiciones,
tampoco puede obviarse que toda ética supone mandatos y prohibiciones.
Cada prohibición custodia y asegura unos determinados valores, que de
esa forma se protegen y se hacen más accesibles. Esas prohibiciones, si
son acertadas, ensanchan los espacios de libertad de valores importantes
para el hombre. Así sucede en cualquier ámbito moral o jurídico:
proteger el derecho a la vida, a la propiedad, al medio ambiente, a la
intimidad, etc., supone prohibiciones y obligaciones para uno mismo y
para los demás; de lo contrario, todo quedaría en una ingenua e ineficaz
manifestación de intenciones.
La moral no puede verse como una simple y fría normativa que coarta, y
mucho menos como un mero código de pecados y obligaciones. Hay
ciertamente prohibiciones y mandatos, pero se remiten a unos valores que
así se protegen y fomentan. Las exigencias de la moral vigorizan a la
persona, la aúpan a su desarrollo más pleno, a su más auténtica
libertad.
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