jueves, octubre 27, 2016

MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES 2016 (DOMUND 2016)

“Queridos hermanos y hermanas: El Jubileo extraordinario de la Misericordia, que la Iglesia está celebrando, ilumina también de modo especial la Jornada Mundial de las Misiones 2016: nos invita a ver la misión ad gentes como una grande e inmensa obra de misericordia tanto espiritual como material. En efecto, en esta Jornada Mundial de las Misiones, todos estamos invitados a «salir», como discípulos misioneros, ofreciendo cada uno sus propios talentos, su creatividad, su sabiduría y experiencia en llevar el mensaje de la ternura y de la compasión de Dios a toda la familia humana. En virtud del mandato misionero, la Iglesia se interesa por los que no conocen el Evangelio, porque quiere que todos se salven y experimenten el amor del Señor. Ella «tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio» (Bula Misericordiae vultus, 12), y de proclamarla por todo el mundo, hasta que llegue a toda mujer, hombre, anciano, joven y niño”.
POR LAS MISIONES Y MISIONEROS: ORAR, ACTUAR, SER SOLIDARIOS, DONAR

Lc 18, 9-14: Mostraba al médico los miembros sanos y ocultaba las heridas

Atended, hermanos. El mismo evangelista indicó cuál fue el punto de partida para que el Señor propusiera esta parábola. Cristo había dicho: ¿Juzgáis que al venir el Hijo del hombre encontrará fe sobre la tierra?, con el fin de que no apareciesen ciertos herejes, quienes, considerando y pensando que todo el mundo había caído (pues los herejes son siempre pocos y limitados a una región), se jactasen porque en ellos permanecía lo que en todo el mundo había perecido; inmediatamente, donde dice el Señor: ¿Pensáis que al venir el Hijo del hombre encontrará fe en la tierra?, añade el evangelista: Y Jesús dijo, para algunos que se consideraban justos y despreciaban a los demás, esta parábola: Subieron al templo dos hombres a orar, el uno fariseo, el otro publicano..., y lo demás que sabéis. El fariseo decía: Gracias te doy. ¿Por qué era soberbio? Porque despreciaba a los demás. ¿Cómo lo pruebas? Por las mismas palabras. ¿De qué modo? El fariseo, dice, despreció a aquel que estaba de pie a lo lejos, el cual confesando se acercaba a Dios. El publicano, dice San Lucas, estaba de pie a lo lejos, pero Dios no estaba lejos de él. ¿Por qué no estaba Dios lejos de él? Porque en otro lugar se dice: El Señor está cerca de los que se deshacen en gemidos el corazón. Ved cómo este publicano deshacía su corazón en gemidos, y allí veréis cómo el Señor está cerca de los contritos de corazón. El publicano estaba de pie a lo lejos y no quería alzar los ojos al cielo, sino que golpeaba su pecho. El golpe de pecho es la contrición de corazón. ¿Qué decía al golpearse el pecho? ¡Oh Dios!, apiádate de mí, pecador. Y ¿cuál fue la sentencia del Señor? En verdad os digo que este publicano salió justificado del templo, más bien que aquel fariseo. ¿Por qué? Este es el juicio de Dios. No soy como este publicano, no soy como los demás hombres, injustos, rapaces, adúlteros; ayuno dos veces en la semana y doy las décimas de todo cuanto poseo. El otro no se atreve a levantar los ojos al cielo, contempla su conciencia, está de pie a lo lejos, y fue justificado más bien que el fariseo. ¿Por qué? Te ruego, ¡oh Señor!, que nos expongas tu justicia, que nos aclares la equidad de tu derecho. Dios manifiesta la norma de su ley. ¿Queréis oír el porqué? Porque todo el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado.

Atienda vuestra caridad. Dijimos que no se atrevió el publicano a levantar sus ojos al cielo. ¿Por qué no ponía la mirada en el cielo? Porque se miraba a sí mismo. Se contemplaba a sí mismo para desagradarse primeramente a sí mismo y de este modo agradar a Dios. Tú, por el contrario, te vanaglorias, levantas la cerviz. Dios dice al soberbio: ¿No quieres mirar a tu interior? Yo miraré. ¿Quieres que yo no te observe? Obsérvate tú. El publicano no se atrevía a levantar los ojos al cielo, porque se contemplaba a sí mismo, castigaba su conciencia, era juez de sí mismo, para que intercediese el Señor; él mismo se castigaba para que Dios le librase, él se acusaba para que el Señor le defendiese. De tal modo le defendió, que pronunció sentencia en su favor: El publicano salió justificado del templo, más bien que el fariseo, porque quien se ensalza será humillado, y quien se humilla será ensalzado. Se consideró a sí mismo, y yo, dice el Señor, no quise considerarle; oí al que decía: Aparta tus ojos de mis pecados. ¿Quién es el que dijo esto sino el que igualmente dijo: Porque reconozco mi iniquidad?

Por tanto, hermanos míos, también el fariseo era pecador. No porque decía: No soy como los demás hombres, injustos, rapaces, adúlteros; ni porque ayunaba dos veces por semana, ni porque pagaba las décimas, no era pecador. Si no tenía pecados, gran crimen era la misma soberbia, y ved que decía todas estas cosas. Pero ¿quién está sin pecado? ¿Quién se gloriará de tener puro el corazón o quién se vanagloriará de estar limpio de pecados? Tenía pecados; trastornado e ignorando adonde había venido, se hallaba como en la clínica del médico, en donde debía ser curado, pero mostrando los miembros sanos y cubriendo las heridas. Vende Dios las heridas, no tú, porque si tú, avergonzándote, quieres vendarlas, no te curará el médico. Vende y cure el médico, porque las cubre con medicamento. Con el vendaje del médico se curan las heridas; con el vendaje del herido se ocultan. ¿A quién las ocultas? A quien conoce todas las cosas.

San Agustín, Comentario al salmo 31 II, 11-12

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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