domingo, septiembre 25, 2016

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario - C- Reflexión

La parábola del rico y el pobre Lázaro se explica por sí sola: Aquél que vive sólo para sí, que no comparte lo que tiene con los demás, acaba en la muerte, en el aislamiento, en la soledad. Dicho con palabras del evangelio, el egoísta acaba en el infierno. Y el infierno es, sobre todo, la experiencia terrible de la soledad, de la ausencia de Dios. Es el sufrimiento de quien en vida ha decidido vivir para sí. 

Esta parábola no quiere meternos miedo sobre lo que nos espera en el más allá. La parábola intenta sobre todo que reflexionemos sobre nuestra vida. La palabra de Dios de este domingo es una llamada a compartir. A compartir lo que somos, lo que sabemos y lo que tenemos. Todo, en la medida de nuestras posibilidades. Sabiendo que cuando hay amor se puede mucho más de lo uno cree o piensa. Los padres y madres de familia saben mucho de esto.

¿Con quién compartir? Obviamente con aquél o con aquellos que necesitan de nosotros. Y no sólo ayuda económica; que también. Cualquier servicio, colaboración o presencia. Como el pobre Lázaro del evangelio, a la puerta de nuestra vida llaman muchos que necesitan algo que nosotros podríamos dar. Enfermos o pobres económicos, inmigrantes o ancianos, niños o adolescentes que inician un camino de fe, misiones o proyectos de contenido social con organismos de atención social..., etc.

¿Qué podríamos dar y compartir? Ayuda económica, por supuesto. También en la medida de nuestras posibilidades. Pero quizás somos ricos en otras cosas muy importantes: el tiempo, las cualidades personales, tu vida de fe, tus capacidades, tus conocimientos. Siempre podemos dar algo. (Catequesis en la parroquia, caritas, colaboración en ciertas actividades pastorales, visitas a los enfermos, ...).

 Y más que dar, darnos. Como se da a sí misma una mamá al hijo más desvalido y a todos los hijos. Podrá ser pobre ella, pero se da toda entera al hijo que la necesita: amor, atención en todo momento, preocupación constante, delicadeza en el trato y compañía permanente. También, ¿por qué no?, con una vida totalmente entregada al evangelio, como laico comprometido, como sacerdote, religioso, misionero.

La lectura de la carta a Timoteo viene a ser un resumen de lo que debe ser la vida de un cristiano, si quiere vivir en verdad el mensaje del evangelio. Hombre de Dios, practica la justicia, la piedad la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. San Pablo sabe que no es fácil cumplir este programa de vida. Por eso advierte: Combate el buen combate de la fe.

Ser seguidor de Jesús o vivir cristianamente exige un esfuerzo y una lucha constante. Por dos motivos: Porque vivimos en un mundo que tiene otras idolatrías y porque sigue habiendo en nosotros la tendencia al pecado. De ahí la necesidad de combatir el buen combate de la fe. Y da unas pautas (a Timoteo y a nosotros): Hombre de Dios, practica la justicia,(trabajo por una vida más digna para todos) la piedad (relación amorosa con Dios y con los demás), la fe (que sea viva), el amor (solidario y entregado como el Cristo), la paciencia (saber sufrir y compartir el sufrimiento de los demás, como Cristo), la delicadeza (en el trato con todos, y no únicamente con los que nos caen bien).

Quien practica todo esto, está combatiendo el buen combate de la fe. ¡Qué distinto sería nuestro mundo si nos aplicáramos la palabra de Dios!

El rico de la parábola no conocía a Lázaro. Y no lo conoció sencillamente porque no abrió ni se asomó a la puerta de la casa. Lección: asomarnos a la vida de los demás, estar atentos a sus necesidades y situaciones difíciles...

Caín mata a su hermano Abel y Yaveh le pregunta: ¿Caín, donde está tu hermano Abel?. Y Caín le responde: ¿Acaso soy el guardián de mi hermano? Dícele Yahvé: La voz de la sangre de tu hermano está clamando desde la tierra... Maldito...No hemos matado a nadie, es verdad. Pero quizás, y sin caer en la cuenta, podemos dejar morir a más de uno o a muchos por no salir a su encuentro, por no asomarnos a su vida, conocer su pobreza y compartir con él.

Sin embargo, Cristo ha muerto por todos, se solidarizó con todos, sirvió con amor y compartió su vida hasta entregarla del todo. Es lo que celebramos en la eucaristía. Y es el camino que debemos seguir si queremos un mundo mejor: más justo, más humano, más cristiano.
 P. Teodoro Baztán Basterra.

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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