domingo, mayo 29, 2016

Corpus Christi - (C) -Reflexión


La fiesta del Corpus Christi fue siempre una de las más populares y devotas.  A mi parecer, al pasarla al domingo siguiente ha perdido popularidad. Pero sigue teniendo la misma importancia y el mismo valor que siempre. Es de una riqueza inagotable y es fuente incesante de vida.

¿Qué es lo que celebramos hoy?: Celebramos la Eucaristía sacrificio, presencia y alimento. La Eucaristía es el gran regalo de Cristo la víspera de morir. En la celebración de la última cena -que fue la primera eucaristía-, después de convertir el pan en su mismo cuerpo y el vino en su misma sangre, y de darlo a los discípulos para que lo comieran y bebieran, les dijo : Haced esto en memoria mía. Cristo encomendó a sus discípulos y a la Iglesia  que repitieran en memoria suya lo que él acababa de hacer, convertir el pan y el vino en su Cuerpo y Sangre, que se entregaba en sacrificio para la redención del mundo.

Proclamar la muerte de Cristo equivale a repetir su sacrificio, de modo sacramental pero real. Es decir, en cada celebración eucarística se repite el sacrificio del Calvario. De ahí la importancia capital de la Eucaristía, de la Misa.

La Eucaristía es el centro de la vida cristiana. Desde entonces la Eucaristía es la fuente y el centro de la vida cristiana. La Eucaristía es la celebración del único sacrificio de Cristo en la cruz, que se renueva y actualiza hoy y aquí. Es sacrificio incruento, pero real. Cristo sigue entregando su vida por nosotros ofreciéndose al Padre por la redención y salvación de todos. De ahí que diga San Pablo que cada vez que comemos el Pan o bebemos del Cáliz proclamamos la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Es también presencia real. El pan en forma de hostia queda convertido en el cuerpo del Señor, es el mismo Señor vivo que se queda entre nosotros en el sagrario para ser adorado, para orar ante él, para estar con él. También para que se pueda llevar a los enfermos en sus casas. En las procesiones de este día es el mismo Señor que quien sale a las calles y plazas presente en la santa hostia.

Es también alimento. Al comulgar comemos su mismo cuerpo. Lo dijo así a sus discípulos en la última cena: Tomad y comed, que esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Y nos lo dice hoy a nosotros al pronunciar el sacerdote sus mismas palabras en la consagración. Nuestro espíritu, nuestra vida cristiana, se nutre con el alimento mejor. Nada menos que con el mismo Señor, con quien entramos en comunión.
Dadles vosotros de comer. Bien sabía Jesús que los discípulos no podían en modo alguno dar de comer a tanta gente. De ahí su respuesta: No tenemos más que cinco panes. Pero Jesús quería despertar en ellos la necesidad de hacer algo por los demás, de comprometerse en la solución del problema, de hacerse responsables de una situación grave que había que arreglar.

Y ese “algo” era sólo los cinco panes. Poco o casi nada, pero era todo o que tenían y lo pusieron a disposición del Maestro. Para Jesús, más que suficiente. Cuando uno hace todo lo que puede, aunque sea muy poco, Dios no pide más. Él hará el resto.

La preocupación y el compromiso por los “hambrientos” -y hambriento es todo aquel que necesita algo material o espiritual- es deber de todo discípulo de Jesús. Por tanto, nuestras eucaristías no pueden quedar reducidas a un acto piadoso y personal, sino que deben comprometernos a poner nuestra vida al servicio de los demás, de todas aquellas personas que nos necesiten. Eucaristía y caridad, amor fraterno, están íntima y necesariamente unidas.

En esta fiesta del Corpus Christi comulguemos con Cristo, es decir, unamos nuestra vida a la vida de Cristo, y ofrezcamos nuestra propia vida, lo que somos y tenemos, por los demás. Unas eucaristías celebradas con sentido pleno es la mejor receta que podemos ofrecer a nuestra sociedad para resolver todas nuestras crisis.

 P. Teodoro Baztán Basterra

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