domingo, mayo 08, 2016

Ascensión del Señor (C) Reflexión

Es una de las fiestas más populares en la Iglesia. Recordemos aquello que decía: Tres días hay en al año que relucen como el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Ya no se celebra en jueves por motivos de trabajo. Pero la fiesta sigue con el mismo rango o importancia en la liturgia.

¿Qué celebramos este día? No es tanto el hecho de que Jesús, después de cuarenta días desde su resurrección, vaya subiendo hacia lo alto hasta quedar oculto en una nube. Esto sería un hecho físico nada más, aunque sorprendente y maravilloso.

Celebramos, sobre todo, el hecho de la glorificación de Jesús o su exaltación después de su paso por este mundo en cuanto hombre, o de su paso por la pasión y muerte. Cumplida su misión, vuelve al Padre, y el Padre lo glorifica. Así lo dice San Pablo en la carta a los Efesios (2ª lectura): el Padre de la gloria desplegó en Cristo su fuerza poderosa, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo poder, etc.

Un ejemplo: en una empresa cualquiera o una institución, a aquel empleado que ha dado muestras de su valía premian su trabajo y lo ascienden de categoría. No ha ascendido a un segundo piso, sino a una categoría superior. Jesucristo recibe del Padre, después de su paso por este mundo, toda la gloria que le corresponde como Hijo de Dios.

Hay un texto bíblico en la Carta a los Filipenses que describe muy bien todo esto. Dice así: Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó y le concedió el “Nombre-sobre-todo-nombre”, de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble…, y toda alengua proclame: “¡Jesucristo es Señor!” para gloria de Dios Padre.

Pero esta fiesta tiene también un mensaje muy importante para nosotros. Jesús nos viene a decir lo mismo que dijo a sus discípulos el día de su partida: Ahora os toca a vosotros. Seréis mis testigos ahí dondequiera que estéis. ¿Qué significa ser testigo de Jesús? En el uso humano o judicial, testigo es aquel que dice lo que ha visto u oído. Pero él, en cuanto persona, no queda involucrado en nada. Es solamente transmisor de un hecho.

En lenguaje cristiano, testigo es aquel que vive lo que cree y, además, lo dice o lo comunica. Ser testigo de Jesús significa que cree en Jesucristo con fe viva, y lo da a conocer con su vida y su palabra.

Jesús necesita que sus seguidores lo hagan presente en este mundo que él ha dejado en nuestras manos. Mejor todavía, nosotros somos  - debemos ser- presencia de Jesús, porque amamos como él nos ama, construimos la paz que nos regala, servimos y ayudamos al que nos necesita como él lo hizo, hablamos con lenguaje del evangelio, luchamos contra el pecado, no nos doblegamos a los criterios y mensajes de este mundo cuando son contrarios a lo que nos pide nuestra conciencia cristiana, etc.

Esta es nuestra misión en la tierra. Como lo fue también la de los apóstoles. No podemos contentarnos sólo con mirar hacia lo alto, como lo hicieron los apóstoles en un primer momento y oyeron la voz del ángel que les dijo: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? ….  Id por todo el mundo a anunciar el evangelio.

Repito: Esa es nuestra misión, nuestra responsabilidad y también nuestro gozo. Para que el Reino de Dios crezca en este mundo no hace falta hacer muchas cosas; basta vivir coherentemente nuestra fe, sin ocultarla nunca, con toda naturalidad, sin miedo al qué dirán, con el gozo de sabernos discípulos de Jesús y elegidos por él para continuar su tarea. 

Por último, es una fiesta que anima nuestra esperanza, porque, como reza la oración colecta de la misa, la Ascensión de Cristo es nuestra victoria, y él, que es la cabeza de la Iglesia, nos ha precedido en la gloria a los que somos llamados como miembros de su cuerpo. Es decir, si él, que es nuestra cabeza, ha entrado en la gloria, también nosotros, miembros de su cuerpo, entraremos también en la misma gloria.

P. Teodoro Baztán Basterra.

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