viernes, abril 01, 2016

La Providencia de Dios

Cuando el Espíritu de Dios llama al género humano ordenándonos lo que hemos de hacer y prometiendo lo que debemos esperar, comienza inflamando nuestra mente con la idea del premio, para que hagamos lo que se nos manda más por amor al bien que por temor al mal. ¿Quién es el hombre -dice- que desea la vida y ama ver días buenos?  (Sal 33,13) Se pregunta quién es este, como si pudiera hallarse uno que no sea como él. Pues ¿quién no quiere la vida? ¿Quién no ama ver días buenos? Escucha, pues, lo que sigue, tú, hombre, quienquiera que seas el que quieres y amas eso; escuchad lo que sigue todos los hombres: Reprime -dice- tu lengua del mal y tus labios no hablen engaño. Apártate del mal y obra el bien; busca la paz y persíguela  (Sal 33,14-15). De todas estas cosas, las primeras aparecen como precepto, la última como un premio. Pues, para reprimir nuestra lengua del mal y para que para que nuestros labios no hablen engaño, se nos manda que nos apartemos del mal y que hagamos el bien a fin de buscar la paz. Se nos promete para que vayamos tras ella. ¿Qué clase de paz es ésta, sino aquella de la que carece el mundo  (Cf Jn 14,27)? ¿Qué clase de paz es ésta, sino la que no se encuentra en esta vida, que, en comparación de la verdadera vida, no es propiamente vida? Pues, pensando en esta vida, no diría: ¿Quién es el hombre que quiere la vida?  (Sal 33,13), ni exhortaría en los preceptos que siguen a retenerla o alargarla, como si alguien no la desease también. También esta se quiere que sea larga, dado que no puede ser eterna. Mas por esta puede el hombre llegar a aquella, si quiere que sea buena igual que quiere que sea larga. Con referencia a esta vida, ¿qué se entiende por una vida larga, dado que acabará alguna vez? Y lo que era largo, será nada, porque, incluso cuando era, no tenía consistencia; cuando se alargaba, no aumentaba, ni crecía con la suma (de días) porque, a medía que venían, pasaba  (Cf Sab 2,3).

Por tanto, todo el que ame una vida larga, ame más bien una vida buena. Pues, si quieres vivir mal, el
vivir mucho no será un bien, sino un mal prolongado. Mira cuán necio eres y cuán extraviado andas cuando confiesas que amas más la vida que una casa de campo y, en cambio, prefieres una casa de campo buena a una vida buena. En efecto, al cometer un fraude para conseguir una casa de campo buena por la que suspiras y que deseas indebidamente, haces tu vida mala. Con todo, si se te dijera, si se te preguntara si prefieres carecer de una casa de campo buena perdiéndola, o de la vida mala muriendo, responderías, que, si no puedes retener ambas cosas, estás más dispuesto a que te priven de la casa de campo. ¿Por qué, pues, no se ama la vida de modo que sea también ella buena, esa vida que, aún siendo mala, antepones a todos tus bienes. Deseas que sea larga, aunque sea mala; mejor: haz que sea buena y no temas que sea breve. Pues sí, esmerándote tú, trascurre buena, aportándote seguridad, acabará pronto. En efecto, le seguirá la vida eterna, feliz sin temor, larga sin fin. Por ella pregunta el que dice: ¿Quién es el hombre que desea la vida y ama tener días buenos?  (Sal 33,13)  El Apóstol, a su vez, nos manda rescatar en esta vida el tiempo, ya que los días son malos  (Cf Ef 5,16). ¿Y qué significa rescatar el tiempo, sino adquirir espacios de tiempo para buscar y conseguir los intereses eternos, aun con detrimento de los temporales, cuando sea necesario? Por eso ordena también el Señor: Si alguno quiere pleitear contigo y arrebatarte la túnica, déjale también el manto  (Mt 5,40), lo que significa: para que, perdido un cierto bien temporal, gastes en conseguir el descanso lo que ibas a gastar en el pleito.

Lo que sigue muestra que el Espíritu de Dios no habla de esta vida temporal y de sus días cuando dice: ¿Quién es el hombre que desea la vida y ama tener días buenos?  (Sal 33,13)Pues añade preceptos de tal naturaleza que, observándolos, podemos conseguir una vida y días buenos, de modo que esta vida en que nos encontramos y estos días muchas veces hay que perderlos en pro del cumplimiento de esos mismos preceptos. Por lo tanto, si entendemos como referido a esta vida presente lo que está escrito: ¿Quién es el hombre que desea la vida?, y para su consecución cumplimos los preceptos que lleva anexos, ¿qué hemos de hacer en el caso de que un hombre poderoso y malvado nos amenace con la muerte, si no damos un falso testimonio? Si hacemos lo que aquí se manda: Reprime tu lengua del mal (Sal 33,13), y,en atención al precepto, rechazamos el falso testimonio, nos veremos como engañados, ya que aceptamos cumplir el precepto movidos por el deseo de conservar la vida y, por cumplirlo, más bien la hemos perdido. Por otra parte, cabe referir el texto a la vida eternamente feliz que Dios dará después de esta a los que le obedecen y a propósito de la cual dijo el Señor a cierta persona: Si quieres llegar a la vida, guarda los mandamientos  (Mt 19,17). En este caso, al que nos pregunte: ¿Quién es el hombre que quiere la vida?  (Sal 33,13), le responderemos que nosotros la queremos y que, si mantenemos la verdad en nuestro testimonio, incluso bajo el golpe mismo del verdugo, despreciamos la muerte en el mundo  (Cf Mt 10,28) y conseguimos la vida en el cielo.

Entendamos lo dicho en referencia a los días buenos. Ya que si aceptamos el precepto pensando en los días del tiempo presente a los que se llama buenos sin que lo sean, días que trascurren en el sepulcro de tu corazón gracias a festines continuos, en los abismos del derroche y de la embriaguez, en los más vergonzosos placeres de la voracidad; si -repito- pensando en estos días, como si fueran días buenos, aceptamos el precepto de modo que nuestros labios no hablan con engaño  (Cf Sal 33,14), muy a menudo tales días obligan a los que los aman a hablar con engaño  (Cf Sal 33,14) y tales días se niegan a los que no lo hablan. En efecto, ¿qué otra cosa es el engaño sino proferir una cosa con los labios, ocultando otra en el corazón? En este objetivo se centra principalmente la actividad de los aduladores, ya que casi nunca reniegan de la falsedad para que no se les excluya de las mesas abundantes y banquetes bien provistos, de los que son apartados si, por amar a Dios, dicen la verdad. Así, pues, hablan con engaño pensando en estos días, que juzgan buenos, para que se les muestren, días que se les niegan, si no hablan con engaño.

Por lo tanto, unos son los días buenos, a propósito de los cuales se nos exhorta a que, si amamos verlos, apartemos nuestra lengua del mal, para no hablar con engaño  (Sal 33,14). Tales días no pertenecen a este mundo; no los tiene el cielo que pasa, sino el que permanecerá; no los conoce la tierra de los que mueren, sino la tierra de los que viven  (Cf Sal 26,13,). Quien entiende que se trata de estos días, reprime su lengua del engaño, y, aunque el temor a la muerte le fuerce al mal, sus labios no hablan con engaño. Y si días engañosamente buenos le invitan al engaño, se aparta del mal incluso en medio de bienes, hace el bien incluso en medio de males; busca la paz  (Cf Sal 33,15) que no se halla sobre la tierra y la consigue en el que hizo el cielo y la tierra (Gn 1,1).

Por tanto, hermanos, desead la vida y amad ver los días buenos  (Cf Sal 33,13)  donde no habrá noche alguna, vida en la que no haya que temer el día malo; los días buenos en los que nunca se acaba la vida. Pero, si amáis esta recompensa, estad atentos y no rehuséis la tarea de la que es recompensa. Buscad la paz y conseguidla; mas buscadla con vuestras manos, de noche, en presencia de Dios, y no os sentiréis engañados  (Cf Sal 76,3). ¿Qué significa «con vuestras manos», sino con vuestras obras? ¿Qué significa «de noche», sino en la tribulación? ¿Qué significa «en la presencia de Dios» sino con pureza de conciencia? Viviendo así y amando esto, tendréis a Dios en la contemplación, y en él la vida sin ocaso, los días buenos sin noche, la paz sin desavenencia.
 Sermón 16

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