domingo, marzo 13, 2016

V Domingo de Cuaresma (C)

Decimos una vez más que la Cuaresma viene a ser un camino que nos va llevando al encuentro con Jesús para identificarnos con Él, para reafirmar nuestra fe, para ser más y mejores cristianos. Y cada uno de los fragmentos del evangelio que leemos estos domingos nos van orientando, nos animan  y nos enseñan qué hacer y cómo hacer para seguir mejor a Jesucristo. Son páginas todas ellas muy hermosas. Recordemos la parábola del hijo pródigo del pasado domingo.

Lo de hoy no es una parábola, sino un hecho real. La escena evangélica, además de la profundidad de su contenido, es de una gran belleza. Los letrados y los fariseos, cumplidores exactos de la ley, y, por lo tanto, los únicos buenos según ellos, no conocen la misericordia y el perdón.  Aquella mujer ha sido sorprendida en adulterio y debe morir. Lo dice la ley. Así de sencillo y así de contundente.

Ellos, los fariseos y escribas de la ley, buscaban desacreditarlo ante el pueblo y comprometerlo ante la autoridad para acabar con él. Le preguntaban si había que aplicar la ley que mandaba apedrear a los adúlteros, como mandaba la ley de Moisés. Si decía que no, quedaba desacreditado ante el pueblo. Si decía que tenía que morir apedreada, se arrogaba un derecho que los romanos se reservaban para sí, y lo situaba en contra de la autoridad. 

Jesús accede a pronunciar sentencia, pero no contra la mujer, sino contra cada uno de ellos, porque, para su sorpresa, se encuentran con alguien para quien la misericordia está por encima del juicio. La mujer adúltera se acercó con miedo a Jesús, arrastrada por quienes querían lapidarla, y se fue  totalmente renovada. Como dice san Agustín, la miseria se encontró con la misericordia, y se produjo el perdón.

Jesús no desobedece la ley, sino que la llena de sentido con el amor y la misericordia. Jesús condena el pecado, pero salva la persona. Y esta es ya una gran lección para nosotros. Porque si podemos criticar, lo hacemos hasta con gusto. Si podemos enjuiciar, lo hacemos con severidad. Y si podemos condenar, pues también. Y lo hacemos frecuentemente. En mayor o menor grado, ¿qué importa?

Decimos o pensamos que el otro o la otra es un desquiciado y mala persona, es un bruto o una tonta de remate, es así o es asá, es un irresponsable en lo que tiene que hacer, es duro o dura de corazón, es un persona rara, no tiene delicadeza en el trato con los demás y mil etcéteras más. Pero ¿quién eres tú, quién soy yo, para enjuiciar así al hermano, quienquiera que él sea? ¿Quién te ha constituido juez para emitir estos juicios de valor y condenar de esa manera? 

¿Te has mirado a ti mismo? ¿Me he mirado yo? Ya nos lo dice Jesús: Te fijas en la mota de polvo que tiene tu hermano en el ojo, y no ves la viga que tienes tú en el tuyo. Y a ti y a mí nos podría decir también Jesús lo que hoy dice a los fariseos: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. ¡Cuánto pecamos en este sentido! No apedreamos a nadie, pero lo destruimos moralmente. 

Jesús hoy nos dice dos cosas, entre otras: 1.- Que nos miremos a nosotros mismos para encontrar ahí el pecado que  tenemos, nuestras faltas, nuestros fallos, nuestros modos de ser y de comportarnos. Es lo que les dice Jesús a los fariseos: El que esté sin pecado… Al oír estas palabras, ellos no miraban ya a la mujer con su pecado, sino muy adentro de ellos mismos. Y se vieron con pecado…, y tuvieron que irse. Comenzaron por los más viejos.

2.- Que tengamos siempre entrañas de misericordia, comprensión con el que peca, respeto y delicadeza con él. Una cosa es ver el pecado, y otra condenar la persona. Cristo nos pide que salvemos la persona. Y la persona que ha pecado se puede salvar si ve en nosotros amor y acogida, comprensión y ayuda de hermanos. Somos, debemos ser, instrumentos del amor de Dios, de un Dios que nos ama a pesar de nuestros pecados, y nos perdona siempre. Eso sí, nos dice, como a la mujer del evangelio: yo tampoco te condeno, vete y no peques más.

Esta debe ser la verdadera actitud de todo cristiano si quiere seguir a Cristo, si quiere ser cristiano de verdad. Dice Jesús en otra ocasión: No he venido a condenar al mundo, sino a salvarlo. Y condenar no quiere decir sólo mandarlo al infierno, sino perjudicarle de palabra o de obra. Condena quien critica, quien es severo y rígido con las faltas de los demás, quien se fija en los defectos del hermano y los señala con el dedo o con la lengua. Esto es pecado, porque es falta de amor. Y salva al hermano quien, aun conociendo sus fallos y errores o su mala conducta, le ama con amor de misericordia, reza por él y perdona de corazón. Como Jesús.

Un último apunte. ¡Qué hermoso es el testimonio de Pablo cuando dice: Todo lo estimo pérdida con tal de ganar a Cristo; todo lo estimo basura comparado con la única riqueza que es Cristo! ¿Podríamos decir nosotros lo mismo? Si no aspiramos a que Cristo sea lo más importante en nuestra vida, nuestra fe está adormecida o enferma. Habría que despertarla. La eucaristía es el medio mejor para reavivar nuestra fe.
P. Teodoro Baztán Basterra

0 comentarios:

Related Posts with Thumbnails

Acerca de este blog

La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

  © Blogger templates The Professional Template by Ourblogtemplates.com 2008

Back to TOP