miércoles, marzo 30, 2016

Jesús, Cabeza de la Iglesia

Hemos escuchado al pan de aquella tierra; escuchemos también al monte. Habitarán -dijo- en mi monte santo (Is 57,13). Encontramos -pienso-en otro pasaje de la Escritura que el monte es también Cristo mismo. El que es pan, es también monte: pero pan porque alimenta a la Iglesia; monte, porque la Iglesia es su cuerpo (Cf 1Co 12,27; Ef 1,22-23). La Iglesia misma es el monte. ¿Y qué es la Iglesia? El cuerpo de Cristo. Añádele a ella la cabeza y se convierte en un solo hombre (Cf Ef 4,4). La Cabeza y el cuerpo son un solo hombre. ¿Quién es la cabeza? El que nació de la Virgen María; el que recibió carne mortal sin pecado, el que fue golpeado  (Cf Mt 27,30), flagelado (Cf Mt 27,26), despreciado (Cf Mt 27,29-30), crucificado (Cf Mt 27,35 y par) por los judíos, el que fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación (Rm 4,25). Él es la cabeza de la Iglesia (Cf Ef 5,23; Col 1,18), él es el pan de aquella tierra. ¿Cuál es su cuerpo? Su esposa, es decir, la Iglesia (Cf Ef 1,23). Pues serán dos en una sola carne. Esto es un gran misterio, pero yo lo aplico a Cristo y a la Iglesia (Ef 5,31-32). Así lo dice también el Señor en el Evangelio cuando, refiriéndose al varón y a la mujer, dijo: Por lo tanto, ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6). Así, pues, quiso que fuesen un solo hombre Cristo Dios-hombre y la Iglesia. Allí está la cabeza y aquí los miembros. No quiso resucitar con sus miembros, sino antes que ellos, para que tuviesen qué esperar. Por esto quiso morir la cabeza: para que la cabeza resucitara antes; primero debía ir al cielo la cabeza, para que los restantes miembros tuviesen en su cabeza un motivo de esperanza y esperasen que se iba a cumplir en ellos lo que había precedido en la cabeza. Pues ¿qué necesidad de morir tenía Cristo, la Palabra de Dios, por quien fueron hechas todas las cosas, de la que se dice: En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba en Dios, y la Palabra era Dios. Por ella fueron hechas todas las cosas (Jn 1,1-3) Y la crucifican, se burlan de ella, la hieren con una lanza y la sepultan. Y por ella fueron hechas todas las cosas (Jn 1,3). Y puesto que se dignó ser Cabeza de la Iglesia, si esta viera que no había resucitado aquella, perdería la esperanza en su propia resurrección. Resucitó, por lo tanto, la Cabeza y se vio que efectivamente había resucitado. La vieron en primer lugar las mujeres, y lo anunciaron a los varones. Las primeras en ver al Señor resucitado fueron las mujeres, y mujeres anunciaron el evangelio a los apóstoles, los futuros evangelizadores: las mujeres les anunciaron a Cristo (Cf Mt 28,1-8). En efecto, evangelio significa, en latín, buena nueva. Bien lo saben los que conocen la lengua griega. ¿Existe otra buena nueva mejor que la resurrección de nuestro Salvador? ¿Qué habían de predicar los apóstoles que fuese mayor que lo que les anunciaron a ellos las mujeres? Mas ¿por qué fue una mujer la que anunció tal buena nueva? Porque por medio de una mujer se pudo remedio a la muerte. En efecto, la mujer que anunciaba la vida, consoló a la mujer que anunció la muerte, pues al acarrearnos la muerte murió ella también. Una mujer sedujo a Adán, para caer en la muerte (Cf Gn 3); una mujer anunció Cristo, resucitado ya para nunca más morir (Jn 20,18). También nosotros hemos de resucitar de este modo y seremos el monte santo de Dios. En este monte habita quien se ha entregado al Señor. Quienes se entreguen a mí poseerán la tierra y habitarán en mi santo monte (Is 57,13), es decir, no se separarán de la Iglesia. Fatiguémonos ahora dentro de la Iglesia; luego heredaremos esa misma Iglesia. Cuando nuestro gozo sea allí sempiterno, entonces seremos solamente poseedores y ya no nos fatigaremos.
Sermón 45, 5

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La Comunidad de Madres Mónicas es una Asociación Católica que llegó al Perú en 1997 gracias a que el P. Félix Alonso le propusiera al P. Ismael Ojeda que se formara la comunidad en nuestra Patria. Las madres asociadas oran para mantener viva la fe de los hijos propios y ajenos.

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