SONETOS
Nadie ni nada
Nadie estuvo más solo que tus manos
perdidas entre el hierro y la madera;
mas cuando el pan se convirtió en hoguera
nadie estuvo más lleno que tus manos.
Nadie estuvo más muerto que tus manos
cuando, llorando, las besó María;
mas cuando el vino ensangrentado ardía
nadie estuvo más vivo que tus manos.
Nadie estuvo más ciego que mis ojos
cuando creí mi corazón perdido
en un ancho desierto sin hermanos.
Nadie estaba más ciego que mis ojos.
Grité, Señor, porque te has ido.
Y Tú estabas latiendo entre mis manos.
Dios malgastado
¿Cómo es posible, oh Dios, que cada díayo levante tu Sangre entre mis manos
y que mis labios sigan siendo humanos
y que mi sangre siga siendo mía?
Treinta años sacerdote, y todavía
nada sé de tu amor, y he vuelto vanos
tus doce mil prodigios soberanos
y doce mil millones perdería.
¡No vengas más! ¡Refúgiate en tu cielo
o búscate otras manos más amigas!
¡Yo soy capaz de congelar tu fragua!
Me das amor, y te lo torno hielo.
Siembras tu Carne, y te produzco ortigas.
Viertes tu sangre, y la convierto en agua.
Redondamente
A Pascua sabe el Pan, a Pascua viva,
un pan aún, apenas, matiscado,
y vivo ya, y ya resucitado.
Aún bajo tierra y ya volando arriba.
No hay nada que la muerte no reviva
y nada que, al nacer, no esté enterrado:
el Pan ya está en la hoz, y en el bocado
latiendo está la espiga primitiva.
Y Dios es Pan, y simultáneamente
el Pan ya es muerte y ya la muerte es vuelo;
y el Pan, que es pan si lo miráis de frente
es más que pan si levantáis el velo.
Que carne y pan y muerte y tierra y cielo
juegan al corro en Dios, redondamente.
José Luis Martín Descalzo.
(Tomado de: Dios en la Poesís. Págs. 158-159)
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