domingo, febrero 14, 2016

1 Domingo de Cuaresma (C) - Reflexión

El primer domingo de cuaresma nos presenta siempre las tentaciones de Jesús en el desierto y cómo venció al tentador. Jesús, en cuanto hombre, era débil, y de ello se valió el tentador para acercarse a él con la intención de hacerle caer. Pero tenía en sí la fuerza y poder del Espíritu y pudo enfrentarse al maligno y no caer.

¿Cuál es la intención de la Iglesia al presentarnos estos hechos de la vida de Jesús al comenzar la cuaresma? Para que tomemos conciencia que también nosotros, aunque nos consideremos muy creyentes y muy firmes en nuestra fe, podemos ser tentados por el diablo y lo somos en verdad. 

Todos hemos experimentado la fuerza y el acoso de la tentación. ¿Quién no ha sentido la tentación de la ambición de tener más, y más, no tanto porque le hiciera falta, sino por el sólo hecho de tener y guardar únicamente para sí? ¿Quién no ha sentido muchas veces la tentación de la soberbia y creerse más que los otros, de criticar a los demás, de negar la ayuda oportuna a quien la necesita, de la mentira para quedar bien, perjudicando quizás a otros, de la pereza para no comprometerse...? ¿Quién no ha sentido, muchas veces también, la tentación de la lujuria, en muchas de sus manifestaciones? Etc., etc., etc.

En ocasiones hemos caído. En otras, no. Mientras estemos en camino por este mundo se hará presente la tentación. Y en cierta manera, caminar por este mundo es estar en el desierto, donde abundan las penalidades, el desamparo, la soledad, los problemas, el hambre.

Esta experiencia la vivió Jesús en el desierto. Sufrió tres clases de tentación. Las mismas que sufrió el pueblo hebreo mientras iba por el desierto, durante cuarenta años, camino de la patria prometida.
El pueblo, dice la biblia, pasó hambre y se le tuvo que recordar que el hombre no vive sólo de pan. El pueblo cayó muchas veces en la tentación de adorar otros dioses y se le tuvo que recordar que sólo a su Dios había que adorar. Se rebeló contra Dios porque se creía capaz de todo por sí mismo, y se le recordó que sin Dios no era nada.

El tentador le pide a Jesús que venda su conciencia por un trozo de pan, para alcanzar poder (Jesús dirá que el poder es para servir), para alcanzar fama y prestigio (Quien a eso aspira se constituye en
dios para sí mismo)

La cuaresma es tiempo propicio para tomar conciencia de esta realidad, para estar alerta y no caer, para escuchar la palabra de Dios y sentir su fuerza, para orar y adorar al Dios único y no dejarnos arrastrar por otros dioses (el tener como aspiración suprema, el placer como fin en sí mismo, el poder y aprovecharse de los demás, etc.).

La cuaresma es tiempo propicio para pensar seriamente en lo que somos y lo que debemos ser, como personas y como cristianos. Que somos lo mejor que Dios ha creado (nos lo ha recordado la primera lectura), pero también débiles (Adán y Eva cayeron a la primera de cambio). Que sin Dios somos nada, pero con él somos todo.

Que donde abunda el pecado, sobreabunda la gracia (nos lo ha recordado la segunda lectura). Y la gracia es fuerza, y es amistad con Dios, es vida nueva, vida de hijos, y herederos (lo dice la biblia).
Que la cuaresma nos lleva por la cruz a la resurrección. Por la muerte al pecado a la vida nueva en Cristo. El desierto, a falta de paisajes hermosos, invita a la reflexión, a mirarse hacia adentro, a conocerse mejor, a fortalecer el espíritu para poder resistir mejor y caminar para salir de él.
Pero que es necesario también, en nuestro caso, pedir fuerzas a lo alto, pedir a Dios, con la oración, la ayuda necesaria para superar las pruebas (tentaciones), alimentarse de la palabra de Dios, prestar la ayuda necesaria a quienes caminan con nosotros, aunque seamos tan débiles como ellos, a saber sufrir parta poder triunfar.

Las tres cosas que nos proponía Jesús en el evangelio del miércoles de ceniza: oración, limosna y penitencia.

El alimento mejor, sin duda, es la eucaristía. Es el pan de los caminantes. Es presencia de Cristo en nosotros para caminar con nosotros. Es compartir el pan para poderlo compartir con amor.
P. Teodoro Baztán Basterra

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